CULTURA
A 130 años de su nacimiento, la casa en la que Juana de Ibarbourou vivió su infancia y juventud es un lugar que la recuerda y homenajea entre fotos, documentos y vestidos.
¿Qué veía, usted, a través de esta ventana desde la que ahora se ve un paisaje de casas bajas? ¿Sintió, usted, el frío de un invierno como este? ¿Cómo fueron sus años entre estas paredes que hoy son blancas y lisas? ¿Cuándo fue que miró por primera vez desde su cama de jacarandá hacia la mancha de humedad en la que imaginó un mundo? ¿En qué lugar de este patio de baldosas grises se sentaba parar contemplar la higuera a la que le dedicó un poema? ¿Qué sentía cuando miraba a este árbol áspero y seco? ¿Por qué le escribió a los árboles y a la lluvia, a las rosas y a la fuente? ¿Qué huella dejó en usted, Juana, esta casa que fue suya y que hoy la recuerda?
La dirección: Treinta y Tres 317, Melo, Cerro Largo. Las indicaciones: no hay manera de no encontrar la casa de Juana de Ibarbourou porque, sobre la calle, hay una planchada elevada -un rectángulo de cemento gris- que hace que los vehículos, al pasar por allí, tengan que bajar la velocidad. Es decir: ante la casa de una poeta hay que detenerse.
Sobre esa planchada está escrita su firma: una “jota” que se alarga en una línea y sostiene a las demás letras que completan el nombre, un Juana enorme dibujado sobre la calle en la que la poeta vivió hasta su juventud.
Por fuera, la casa es una fachada celeste con detalles azules y dos ventanas que podría ser una casa cualquiera en una ciudad cualquiera. Sin embargo, hay detalles que indican lo contrario: en la vereda, por ejemplo, plantados en hilera, hay naranjos, en las casas linderas se exponen placas que la homenajean. Por lo demás, alcanza con cruzar una puerta de madera celeste para saber que allí vivió una de las poetas más importantes de Latinoamérica.
Su presencia
El rostro fino y puntiagudo. Los ojos mirando como si no se dirigieran a ninguna parte. La boca cerrada, en línea recta. Los labios finos y pintados. El cuello erguido, estirado. Un vestido de mangas abullonadas, escotado, elegante. Las piernas cruzadas que apenas se ven. Las manos apoyadas sobre una rodilla, los dedos flacos que se entrecruzan indiferentes. Así es la primera imagen de Juana de Ibarbourou que se ve al visitar la casa. Se trata de un cuadro donado por una artista que no quiso dar su nombre.
Juana Fernández Morales nació en 1892 en Melo. Vivió en la casa de la calle Treinta y Tres hasta los 20 años, cuando se casó con el militar Lucas Ibarbourou, de quien tomó el apellido. A partir de entonces se mudó a distintas ciudades de Uruguay hasta que, finalmente, se estableció en Montevideo. Estuvo allí hasta su muerte, en 1979. Publicó sus primeros poemas en revistas y diarios de Melo con el seudónimo Jannette d’Ibar. Se dice, sobre su obra, que la primera etapa fue cándida y vital. Que después se llenó de nostalgia y de melancolía. Y que su ciudad siempre estuvo presente.
También esta casa. Fue aquí, a través de la ventana de su habitación, que conoció a Chico Carlo, su mejor amigo de la infancia, un niño moreno que vivía enfrente. Fue a él a quien le dedicó un libro- Chico Carlo, publicado en 1944- con relatos de su infancia y adolescencia. Años más tarde, en una entrevista, Juana dijo que ese libro suyo, repleto nostalgia y de ternura, era el que más le gustaba.
“Viene gente de todos lados a visitar esta casa, desde escuelas de la ciudad, hasta personas que nos visitan desde otros departamentos y desde otros países. Todos llegan queriendo visitar el lugar en el que nació Juana”, dicen desde la administración del lugar, a cargo de la Intendencia de Cerro Largo.
Aquí, en esta vivienda que aún mantiene su estructura original -sus puertas y ventanas, sus paredes y sus marcas- Juana escribió cosas como esta: “Frente a mi vieja camita de jacarandá, con un deforme manojo de rosas talladas a cuchillo en el remate del respaldo, las lluvias fueron filtrando, para mi regalo, una gran mancha de diversos tonos amarillentos, rodeada de salpicaduras irregulares capaces de suplir las flores y los paisajes del papel más abigarrado”.
Y como esta: “Dormí mal y no desperté alegre, aunque sin preguntarme por qué, pues era tan pequeña que todavía no sabía interrogar a los acontecimientos”.
Hoy el cuarto de Juana es una habitación que contiene una mesa y un florero, un mueble con un espejo, varias imágenes suyas -de la infancia, de la adultez y de la vejez, junto sus padres, junto al poeta Juan Zorrilla de San Martín- un libro de visitas y una vitrina que protege el vestido que la poeta utilizó el 10 de agosto de 1929, en el acto en el Palacio Legislativo en el que fue nombrada como Juana de América. Tenía, entonces, 37 años.
La mancha de humedad que inspiró uno de sus relatos más conocidos ya no existe, pero hay, sí, una réplica que intenta reproducirla en sus colores y formas. Los muebles ya no están como fueron en sus días, pero se mantienen intactos, cuidados.
La higuera que estaba en el patio a la que le dedicó un poema -“Porque es áspera y fea, porque todas sus ramas son grises, yo le tengo piedad a la higuera”- se secó. De ella queda un pedazo de tronco erguido y enredado entre un Helecho. Sin embargo, cuando el árbol se cayó, nació, al lado, otro idéntico.
No fue esta la higuera a la que Juana le escribió. Y sin embargo, en este patio que en el invierno es gris y frío, en este lugar con un aljibe y plantas y flores, todavía, a 130 años de su nacimiento, tiene rastros de su presencia.
¿Qué huella dejó en usted, Juana, esta casa que hoy la recuerda? Quizás toda la ternura y toda la nostalgia de las que están hechos sus versos.
Paseo Juana de Ibarbourou
En 2017, para celebrar los 125 años de su nacimiento, se inauguró el paseo Juana de Ibarbourou, que incluye, no solo su casa, sino toda la cuadra. Entre otras cosas se pintaron de colores llamativos las casas linderas y se arregló la fachada y el interior de la vivienda de la poeta. La profesora Ethel Dutra ha adecuado, equipado y mantenido la casa con apoyo de la Intendencia de Cerro Largo.