Circulando por la ruta 12, a la altura del kilómetro 10.800, en la zona de Laguna del Sauce, un imponente portón de hierro llama la atención. Un árbol de la vida tallado en su diseño invita a cruzar hacia un entorno de pura calma y belleza, dejando entrever un típico puente rojo japonés enmarcado por un paisaje verde que promete serenidad y armonía.
Es en la tranquilidad de la chacra Eladia Isabel donde se encuentra el Jardín Japonés Punta, un paraíso de cinco hectáreas que fusiona la esencia de la flora local con el diseño y la filosofía japonesa. Este espacio, concebido como un lugar de contemplación, aprendizaje y conexión cultural, logra un equilibrio único entre dos mundos.
La creación del jardín fue el resultado del amor por la naturaleza y la fascinación por la cultura nipona de la familia López Mena. En 2009, Juan Carlos López Mena, inspirado por sus viajes a Japón, decidió replicar en su hogar la serenidad característica de los jardines japoneses. Pilar Rey, su compañera y también amante de la naturaleza, fue fundamental en la materialización de este sueño.
Lo que comenzó como un proyecto familiar creció con el tiempo, hasta convertirse en un espacio abierto a la comunidad. Aunque ya es posible coordinar visitas, el próximo 25 de enero será su inauguración oficial.
Para concretar este sueño, la familia convocó al paisajista Fernando Matsui, un argentino descendiente de japoneses, con amplia experiencia en el diseño de jardines tradicionales. Matsui, formado en Japón y con más de una década de trabajo en el Jardín Japonés de Palermo, en Buenos Aires, aplicó técnicas tradicionales como el uso cuidadoso de piedras y la poda simbólica. El resultado es un diseño que respeta profundamente los principios de armonía de la jardinería japonesa.
Un paseo con aprendizaje.
Visitar el Jardín Japonés Punta no es solo un recorrido paisajístico, sino una inmersión en la filosofía que estos espacios transmiten. Las visitas guiadas, lideradas por Matsui, duran aproximadamente dos horas y media y revelan el simbolismo detrás de cada elemento: desde el icónico puente rojo hasta las piedras, las cascadas y estanques.
Entre los puntos destacados se encuentra el puente zigzagueante conocido como “yatsuhashi”. Este puente, muy cercano a la entrada, tiene un profundo significado en la cultura japonesa. Matsui explica: “El diseño obliga a caminar lentamente y prestar atención al recorrido, por lo que muchos lo llaman ‘el puente de las decisiones’. Si uno se distrae, puede caer al agua”. Así, invita a la introspección y al disfrute del paisaje.
Los famosos puentes rojos, además, son una constante en los jardines japoneses. Matsui detalla que, en Japón, las religiones sintoísmo y budismo veneran profundamente los elementos naturales, como el agua, los árboles y las rocas, considerándolos portadores de vida.
“Los primeros jardineros de Japón fueron monjes, quienes peregrinaban por la isla, un territorio con un 70% de su superficie montañosa. Inspirados por aquellos paisajes rocosos y ondulados, los monjes buscaban reflejar estas imágenes naturales en los jardines. Así, una piedra puede simbolizar una montaña, y un puente que conecta con una isla representa la unión entre el paraíso terrenal y el celestial”, explica el paisajista. Entonces, estos famosos puentes rojos son una metáfora de la búsqueda de la espiritualidad suprema.
Flora y fauna: una mezcla entre lo local y lo exótico.
El jardín combina especies autóctonas de Uruguay con otras exóticas, tales como azaleas, camelias, glicinas y pinos cuidadosamente podados, en un entorno que también sirve de refugio para fauna local, incluidos zorros, carpinchos, nutrias y diversas aves. También hay varios árboles frutales.
Matsui muestra orgulloso partes del recorrido que diseñó meticulosamente con la idea de mezclar lo de aquí con lo de allá: hay un camino lleno de ceibos, por ejemplo, que promete, para la época de florecer, un rojo igual que el de los puentes.
Para los que gusten de saber más sobre las especies que habitan el lugar, el Jardín Japonés Punta incorpora tecnología que enriquece la experiencia. Los árboles y plantas cuentan en la base con un cartel que contiene códigos QR y permiten a los visitantes conocer más sobre su historia, características y simbolismo. Esta herramienta, junto con la información en su sitio web, fomenta una conexión que se vuelve más profunda con el espacio y su biodiversidad.
Al final del recorrido, los visitantes que lo deseen pueden disfrutar de un brunch campestre, una propuesta que cierra la experiencia con sabores que complementan la serenidad del entorno. El costo del recorrido, con brunch, es de $2100 por persona, con un mínimo de cuatro integrantes por grupo, pero para consultas de otras opciones tienen disponible el sitio web.
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