TENDENCIAS
La técnica se revalorizó para realizar piezas originales.
Las técnicas de bordado se comenzaron a utilizar en la Edad Media, hace casi 16 siglos. Pasaron de generación en generación, hasta que, en algún punto, la tradición se cortó, al menos en algunos países.
En Uruguay, cientos de años después del inicio de su historia, quedan pocas abuelas bordadoras. Pero, por el contrario, son ahora los jóvenes los que retomaron estas tradiciones, no solo para crear objetos originales, sino también para disminuir el estrés o la ansiedad o tan solo para dedicar tiempo a sí mismos.
Prejuicios.
Cuando se piensa en bordado, el imaginario colectivo trae a la mente a una señora, entrada en años y sentada en una mecedora, bordando sábanas o manteles. Pero el bordado contemporáneo está lejos de esa imagen. Virginia Sosa tiene 37 años y toda su vida laboral estuvo relacionada con el arte y el teatro: trabajó como diseñadora, vestuarista y también como técnica teatral. Esas labores la llevaron hace seis años a interesarse por técnicas de intervención textil. En ese entonces se le tornó difícil encontrar un lugar donde aprender, dado que en Uruguay no había centros o talleres que enseñaran ese oficio.
“Vi que en el mundo estaba empezando a surgir una movida interesante del bordado, pero acá no había nadie joven que estuviera en ese campo, al tiempo que las personas mayores eran muy mayores. Justo se generó para mí una brecha en ese momento”, dijo.
Dio sus primeros pasos con mujeres de edad avanzada pero, según relató, le costaba mucho identificarse con esa labor. El bordado carga con un estigma, a su juicio, “bastante grande”: el de una mujer pasiva “que se quedaba en el hogar; que se asociaba con lo femenino y lo doméstico”, explicó.
Estos preconceptos generaban en ella “bastante rechazo”, pero fue lo que la incentivó a investigar. Entonces viajó a México para aprender más sobre ese oficio; luego se especializó en Argentina. “Allí la técnica estaba viva, estaba restaurada, algo que en Uruguay todavía no había pasado”, dijo.
Boom.
Cuando regresó a Uruguay comenzó a tomar forma su proyecto Nuevo Reino, un espacio donde juntarse y aprender a bordar.
“Hace cuatro años empecé a organizar círculos de bordado para reunirme con otras bordadoras, pero como todavía no había muchas, una amiga me sugirió que diera clases para generar público. Así empecé a dar clases y, de a poco, el proyecto se fue dando bastante solo”, contó.
Sosa ve hoy un “boom” de la técnica y que, al contrario de lo que se puede pensar, son los jóvenes los que están adoptándola: en sus grupos, el rango etario va de los 17 a los 35 años y hay de todo: diseñadoras, vestuaristas, abogadas, contadoras y periodistas. Pero no solo son mujeres, sino que los hombres también muestran interés.
“Lo que sucedió es que estamos resignificando el bordado porque es una técnica. Ahora un ilustrador puede trabajar con marcadores, con acrílicos y también con hilos. Se está alejando de la esfera en la que estaba y está pasando a ser una técnica más con la que expresarse, con la que ilustrar, con la que diseñar o intervenir en las prendas”, explicó a El País.
Y añadió: “El bordado contemporáneo es aplicado a todo: bordamos hojas, bordamos arriba de una bolsa, bordamos en papel. Lo que sucede es que se amplía la técnica y ahora los jóvenes se la pueden apropiar desde su lenguaje”.
Además, la técnica sirve mucho a las personas para relajarse y también ayuda a bajar la ansiedad. “Es un espacio de sanación muy grande porque se establece algo que no se establece en todos los lugares que es compartir con alguien mientras creás y a la vez hablás con los demás”, sostuvo.
Ilustraciones.
Lucía Franco es diseñadora gráfica e ilustradora y siempre se consideró un poco “tronca” para coser y bordar, por lo que, aunque le gustaban esas técnicas, tenía miedo de comenzar a aprender.
Un día, viviendo en Estados Unidos, decidió animarse: fue hasta una mercería y compró todo el kit para bordar que contenía un bastidor, hilos y otros objetos. Desde ese momento empezó a improvisar, a puro ensayo y error, y nunca más paró. Hoy cuenta con una web en donde comercializa sus creaciones (la dirección es: luzdeluciernaga.com).
“Mi idea siempre fue pasar mis ilustraciones a bordado para cambiar el soporte y llevarlo a otro concepto. Siempre hago eso: ilustro y luego la paso a bordado. Fue de autodidacta totalmente; empecé a ensayo y error y luego con algún tutorial de YouTube para aprender algún punto que me interesaba”, contó a El País.
Franco ha hecho bastidores y parches para comercializar; además, ha bordado enteramente un cuento y la tapa de una novela.
Piezas únicas.
En el caso de Natalia Igarzábal (33) el interés surgió por una tradición familiar, para acercarse a lo que había sido la labor de su abuela. “Me enteré de grande de que mi abuela bordaba y empecé a encontrarme con piezas únicas como manteles o sábanas. Me pareció hermoso compartir algo que ella hacía y descubrir que realmente me gustaba”, relató Igarzábal a El País.
Comenzó a asistir a los cursos de Nuevo Reino, con Virginia Sosa, y hoy aplica lo aprendido a su emprendimiento de pijamas y de accesorios para el hogar.
“Todas las semanas tenemos un encuentro de chicas bordadoras, todas jóvenes, como una forma de reivindicar lo que fueron las mujeres y lo que fue esta labor tan desconocida y tan estigmatizada, en donde hoy muchas encontramos un oficio y una forma de vida; algo en lo que emprender”, señaló.
La diferencia con su abuela y otros ancestros -expresó- es que hoy el bordado se aplica a una variedad de objetos. “No solo bordás en tela. Se puede bordar en papel o hacer joyas. Hay mucha investigación y se incorporan otras técnicas. Integramos el bordado a piezas realmente originales y con diseños que van más allá de la florcita”, agregó.
El primer contacto de Sofía Beceiro (26) con el bordado fue similar al que le ocurrió a Igarzábal. Se enteró que su abuela bordaba luego de que ella falleciera, por lo que nunca tuvo una instancia de charlar con ella sobre esta aficción o que le enseñara su técnica.
“Encontré sus cosas de bordado y, en realidad, mi madre nunca se interesó en eso, entonces no lo sabía usar”, relató.
Hasta que, a raíz del proyecto final de la Escuela Universitaria Centro de Diseño de la Facultad de Arquitectura, que se trataba de la actualización de técnicas tradicionales, decidió elegir el bordado.
“En ese momento, en 2016, empecé una investigación de bordado con electrónica que fue lo que presenté para ese proyecto y después continué haciendo un taller de bordado. La idea central del trabajo era buscar una manera de que dejara de estar asociado a una técnica antigua y lograr que fuera de interés para un público más joven”, expresó.
Beceiro precisó que la generación de su madre no bordaba porque asociaba esa tarea con una mujer reprimida. “La ola de feminismo de ese tiempo era cortar con ese tipo de tareas, pero las generaciones más jóvenes las volvemos a recoger desde otro lugar”, aseguró.
El arte de bordar no está limitado únicamente a las mujeres, sino que son varios los hombres que muestran interés por la técnica. Ese es el caso de Omar Pita, quien siempre tuvo una afinidad por el oficio y por los trabajos manuales. Trabajó como maquillador y peluquero, tras lo cual comenzó a hacer utilería y sombreros para teatro y publicidad. Fue en ese momento que empezó a interesarse por el bordado. “Siempre dije que me encantaba el bordado pero no encontraba dónde aprender”, contó Pita, hasta que conoció a Virginia Sosa de Nuevo Reino.
Pita recordó que el primer día que asistió al taller, mintió en el trabajo y dijo que estaba enfermo para poder asistir. “De verdad lo quería hacer, porque me encanta”, explicó.
No le da vergüenza contar que hace bordado, pero dijo que conoce a hombres que practican la técnica pero prefieren no decirlo ante los demás.
“Lo asocian con que es de mujer. Pero para mí no es así. A mí me encantan los oficios y me gusta que sea todo inclusivo. Veo que hay una tendencia a que borden cada vez más personas jóvenes. En general, los oficios están teniendo nuevamente ese espacio que se había perdido”, sostuvo.