PATRIMONIO
Fue declarada Patrimonio Histórico en 2014, pero estaba en estado de abandono. Ahora, el colectivo Ánima Espacio Cultural trabaja en recuperarla.
Juan Carlos Onetti estaba en Madrid, un día, cuando escuchó esto: “¿Susana Soca? Claro. Era una esnob millonaria que compró un palacio en la calle San José y lo convirtió en museo”. Después, el escritor uruguayo escribiría, sobre Susana Soca, esto: “El ‘museo’ de Susana estaba hecho con obras maestras, de esas que contribuyen a creer que la vida no es tan mala, al fin y al cabo. Susana sufría, sufrió durante toda su vida. Pero me atrevo a suponer que mirar diariamente un Picasso, un Cézanne, un Modigliani ayuda a vivir y seguir viviendo”.
También dijo de ella que era pequeña y nerviosa, que tenía un cuerpo frágil y apenas tembloroso, como el de un pájaro, que los ojos parecían estar siempre intimidados y que ella, toda, parecía estar siempre en actitud de pedir perdón por algún pecado inexistente.
Sobre Susana Soca también escribió Jorge Luis Borges —“Con lento amor miraba los dispersos / colores de la tarde. Le placía perderse en la compleja melodía /o en la curiosa vida de los versos”—. A Susana Soca la retrató Pablo Picasso. Y le escribió cartas el ruso Borís Pasternak, poeta y novelista ganador del Premio Nobel en 1958.
A Susana la conocieron muchas personas: ella se encargaba de invitarlas a las tertulias que hacía en su casa, ese “museo” de la calle San José en la que nació, se educó, creció y vivió junto a su padre, Francisco Soca, y su madre, Luisa Blanco Acevedo. Ella, que escribía poemas pero que también -y sobre todo- era una apasionada del arte y de la cultura, hizo de esta casa su centro de encuentros, su propia galería, su propio museo. De ella han dicho, como dijo Onetti, que sufría: por ser mujer, por lo que se esperaba de la única hija de una familia como la del doctor Soca.
Hoy, esa casa en cuya fachada hay un cartel que dice “En esta casa vivió y convocó a muchos artistas la editora y poeta uruguaya Susana Soca (Montevideo 1907-R. Janeiro 1959)”, está siendo restaurada por Ánima Espacio Cultural, una comunidad que habilita el espacio para realizar distintas actividades que tienen que ver con el arte, los oficios y el bienestar.
Esa casa que fue declarada Patrimonio Histórico por el Ministerio de Educación y Cultura en 2014, pero que estaba en estado de abandono, esa casa en la que Susana Soca escribió, celebró, festejó y sufrió, hoy tiene sus puertas abiertas otra vez.
Recuperar el edificio
No existen los planos originales de la casa ubicada en San José entre Andes y Florida, en Montevideo. No se sabe quién fue el arquitecto. Lo que se sabe, sí, es que antes de haber sido declarada Patrimonio Histórico tuvo varias reformas y que su arquitectura es ecléctica.
Se sabe, también, que Francisco Soca la compró en 1889 para mudarse con su esposa y que en 1906 -aunque en la placa de la entrada dice 1907- nació Susana, su única hija. Se sabe que por vínculos de la familia con Francia, la vida transcurrió entre Uruguay y París y que incluso Susana fue bautizada en la Catedral de Notre Dame. Que estudió con profesores en esa misma casa y que allí, también, escribió varios de sus poemas. Que tenía un escritorio en una pieza del segundo piso donde hay, aún hoy, una estufa a leña, pero que a los invitados -artistas, intelectuales, aristócratas- los recibía en el sótano, un espacio amplio y fresco donde organizaba sus tertulias. En ese lugar casi retirado del resto de la casa Susana editaba la revista La Licorne, un proyecto literario que empezó mientras vivía en Francia, en 1947, y continuó en Montevideo.
Ese fue, quizás, el proyecto más suyo y, también, el más generoso: se trataba de una publicación financiada por ella misma en la que escribían autores tanto de Uruguay —Felisberto Hernández, por ejemplo, publicó algunos de sus primeros textos allí— y de Francia. También Susana publicó varios de sus poemas que, después de su muerte, se publicaron en dos libros: Noche cerrada y En un país de la memoria.
Esta fue la casa de su familia hasta su muerte —primero la de su padre, luego la suya, en un accidente aéreo en Río de Janeiro y, finalmente, la de su madre—. Después se utilizó para distintas cosas. La última fue la Secretaría de Comunicación de ANEP. Después la casa había quedado cerrada y tapiada.
Cuando las personas que integran Ánima entraron por primera vez, a comienzos de 2022, se encontraron con un lugar en ruinas: cables, vidrios rotos, techos rotos, paredes rotas, basura, humedad.
No había agua ni luz. Sin embargo, ellos, que habían funcionado por varios años en otra casa en la calle Magallanes y que habían golpeado puertas y más puertas durante la pandemia para conseguir un nuevo espacio, estaban dispuestos a trabajar por recuperar esa casa y, con ella, también, su historia.
Limpiaron. Sacaron tres contenedores enteros de basura y deshechos. Pintaron paredes. Arreglaron la electricidad y la sanitaria. Y, el Día del Patrimonio, abrieron las puertas al público por primera vez.
“Ofrecemos infraestructura tanto física como digital para gestores de distintas actividades. Desde acá generamos, por ejemplo, el proyecto BooksOnWall, en el que desarrollamos un recorrido en el barrio Palermo que se llama Un silencio bárbaro, que consiste en un cuento que se cuenta a través de los murales del barrio y con realidad aumentada”, cuenta Sofía Casanova, coordinadora general en Ánima.
Todavía siguen trabajando en reparar la casa. Y, también, en recuperar la historia que tuvo lugar en ese espacio en el que Susana Soca, amante del arte, puso pinturas de Picasso y de Cézanne y de Modigliani. Esos cuadros cuya contemplación ayudan a creer que la vida no es tan mala, al fin y al cabo.