HISTORIA
También conocido como Monumento a Perpetuidad, fue el primer cementerio público de la ciudad de Paysandú. Hoy funciona como museo y está repleto de historias.
No hay otro monumento tan enorme como el de Stirling pero sí igual de impresionantes. Está, por ejemplo, en el medio del predio, el de Luis Galán y Rocha. Una versión de esa historia cuenta que la madre de Galán y Rocha murió cuando él era un niño y su tía se lo llevó a Buenos Aires. Cuando regresó a Paysandú, nadie supo decirle dónde estaba enterrado el cuerpo de su madre por lo que él, dicen, pidió que lo sepultaran allí, en el centro del lugar, para poder, de alguna manera, estar cerca de ella. Hay, también, un monumento en representación a las lloronas, las mujeres que se contrataban para que lloraran en los sepelios ya que, las de la familia no podían compartir espacio con otros hombres y los hombres no podían llorar en público. Hay algunos hechos de bronce y otros de mármol, hay algunos con flores, con algas marinas, con serpientes, con símbolos masones, con una urna sostenida por las patas de un león. Todo, allí, quiere decir algo: que la vida eterna, que la familia es poderosa, que fue un buen padre, que fue una pianista virtuosa, que descansa en paz, que está en la gloria, que está custodiado por los ángeles.
Al final hay, añeja y pequeña, una capilla. Alrededor hay nichos. Y sobre todo hay, en todo el espacio, árboles de distintas especies que fueron traídos desde Europa para hacer, de todo eso, un lugar manso, amable. Porque si se lo camina un día en el que sol haga que todo se vea con una luz clara, un día en el que chicharras canten aunque no haga demasiado calor, un día en el que no haya nadie y solo se escuchen los árboles y los pájaros, aún hoy, el Cementerio Viejo de Paysandú se siente así: como un lugar manso, amable.