CALOR
Estudio de ingeniero agrónomo forestal encuentra diferencia de hasta 14 grados entre la sombra y el sol en Montevideo
¿Cuál es la primera sensación que se experimenta al pasar de un parque a una calle flanqueada por edificios altos en verano? Ese sofoco es un efecto recibe el nombre de “isla urbana de calor” y es sencillo de explicar: en un centro urbano la temperatura es mayor que en los alrededores.
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Las edificaciones y áreas asfaltadas provocan que los centros urbanos registren temperaturas del aire y de las superficies más elevadas con respecto a las temperaturas de zonas suburbanas o rurales circundantes al no favorecer la circulación de brisa y al retener más el calor.
La falta de cobertura vegetal hace que haya menos evapotranspiración, lo que, de forma natural, refresca el ambiente al transportar el calor desde el suelo hacia arriba.
Y no hay que olvidar que las viviendas y los comercios están repletos de aparatos que consumen energía y liberan calor (incluso los sistemas de refrigeración) y las calles están llenas de vehículos que hacen exactamente lo mismo.
Este es un fenómeno que se está volviendo más intenso debido al cambio climático, así como el aumento de las temperaturas y los riesgos de olas de calor (como la de este semana), y constituye un problema de salud pública. La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que un aumento en la temperatura contribuye directamente a muertes por problemas cardiovasculares y respiratorios, particularmente en las personas mayores.
Y, por si fuera poco, el calor extremo provoca falta de movimiento del aire lo que facilita la persistencia de contaminantes y de sustancias que inducen reacciones alérgicas.
Algunos estudios han determinado que Nueva York y Londres son cuatro y siete grados más calientes en verano, respectivamente, en comparación con los suburbios. ¿Y se sabe qué sucede con Montevideo? Sí. Emilio Terrani, máster en ciencias agrarias, estudió el efecto del sombreado de alineaciones de árboles sobre la reducción de la temperatura microambiental en tres calles céntricas durante todo un verano y encontró una diferencia máxima de 14 grados. Es decir, a la sombra había hasta 14 grados menos. Esta medida corresponde a la temperatura radiante que es lo que incide en nuestro confort térmico más que la temperatura del aire. En definitiva, es la que hace que sintamos que nos morimos de calor o de frío.
A la sombra.
La temperatura del aire es aquella que vemos en la televisión o en la pantalla del celular. Pero la temperatura microambiental es otra cosa: a la primera se le suma la humedad relativa, la velocidad del viento, la radiación solar y la temperatura de superficies que se traduce en la temperatura radiante (la que emiten los cuerpos en el entorno). Esta es la que determina que un ambiente se perciba como más cálido o más fresco (y en una isla urbana de calor hace que el verano sea más o menos llevadero) y en la que tiene incidencia, además, la ropa que llevamos puesta o nuestra tasa metabólica.
“Si tomamos solo la temperatura del aire no hay casi diferencia (alrededor de un grado). Esta no se modifica en ambientes pequeños; sí en una gran masa forestal como el Prado o el Parque Roosevelt, pero no es lo que más te afecta del punto de vista del confort térmico. La temperatura radiante es la que incide sobre eso”, explicó Terrani.
Los experimentos del ingeniero agrónomo forestal se realizaron en tramos arbolados y sin arbolado de las calles Mercedes, José Enrique Rodó y Durazno, tres puntos afectados por el efecto de la isla urbana de calor. “Se eligió esta zona porque tendíamos a pensar que el fenómeno negativo del medio urbano en cuanto al aumento de la temperatura sería peor”, dijo Terrani, un hecho que corroboró con la instalación de sensores de temperatura microambiental que arrojaron una variación de entre ocho y 12 grados (más del 60% de los días estudiados) con un pico de 14 grados. Esta es una cifra superior a las mencionadas para Nueva York y Londres y también para Manchester, donde se registró variaciones de entre cinco y siete grados.
La densidad de población de estas calles es de 128 habitantes por hectárea; y la proporción es de un árbol en alineación cada nueve personas. Este no era otro que el plátano (¡ay!, el plátano). Ese árbol que molesta cada primavera –“la pelusa es una pequeña interferencia”, a juicio de Terrani– representa el 48% de los árboles del centro de Montevideo pero que, en realidad, es una de las especies que provee mayores beneficios microclimáticos sobre las calles en relación a la temperatura del aire, humedad relativa, radiación solar, temperatura radiante y velocidad del viento.
Además, se realizó una encuesta sobre confort térmico. “Ninguna persona que estaba en sitios a la sombra manifestó estar en disconfort y sí tuvimos esa respuesta al sol. Una alineación de árboles puede quitarte completamente esa sensación negativa”, apuntó el experto.
Lástima la pelusa.
El plátano (Platanus x acerifolia) es la especie que constituye el 48% de la población de árboles presentes en el centro de Montevideo y es, además, una de las que provee mayores beneficios microclimáticos sobre las calles en relación a la temperatura del aire, humedad relativa, radiación solar, temperatura radiante y velocidad del viento. Esta especie alcanza alturas de entre 15 y 25 metros y es de follaje caduco.
¿Cuál es la estrategia?
Con todo, ese organismo que ha existido mucho antes que las civilizaciones humanas es, más que nunca, una herramienta potencialmente poderosa para mantener habitables las ciudades en un contexto de cambio climático.
“Es una herramienta de mitigación porque reduce la cantidad de gases de efecto invernadero pero, al mismo tiempo, es una herramienta de adaptación porque nos proporcionan sombra y más superficies permeables”, señaló. Lo primero combate directamente las olas de calor; lo segundo, los eventos extremos de lluvias fuertes (los árboles necesitan tierra y la tierra permite la infiltración del agua de lluvia).
Pero no es cuestión de plantar a tontas y a locas. “Es importante que se respeten ciertos principios en cuanto a la elección de especies y al manejo del arbolado”, recordó el ingeniero agrónomo forestal.
Uno de ellos es que los árboles sean de follaje caduco: en verano proporcionan sombra (interceptan hasta el 90% de la radiación solar) y en invierno permiten el ingreso de la radiación. Otro punto es que sea una especie funcional y no meramente estética (“la parte paisajística no es lo más importante en el contexto mundial”, opinó). Y, finalmente, se necesita que el árbol sea del mayor porte posible que permita un sitio determinado puesto que un árbol grande le dará más beneficios a la ciudad.