Son las cuatro de la tarde y hace frío, aunque para quienes viven en Harvard esos 10 grados centígrados son una buena noticia. El movimiento es intenso, comienzan las vacaciones de primavera y lo que más se ve son estudiantes que caminan con valijas. Parada en la puerta de su residencia, a pocos metros de la estatua de John Harvard, Milagros Costabel sonríe: también tiene planes, en pocas horas partirá hacia España.
Al contarlo no solo sonríe sino que se ríe. Y lo hará varias veces durante las dos horas que conversará sobre su vida en Harvard. Cuando dirá que está “un poco proud of myself” (“orgullosa de mí misma”) de haber conseguido una beca para estudiar allí, un lugar tan lejano para ella como una historia de una película, tanto, que ni siquiera soñaba con poder visitarlo. “Me parece muy raro porque no es acá donde yo esperaba estar”, afirma. Quizás porque las probabilidades estaban demasiado en contra: es ciega de nacimiento, autodidacta en el aprendizaje de inglés que estudió con YouTube, hija de una familia trabajadora donde ninguno de sus padres terminó el liceo. “Nadie lo esperaba, ¿quién iba a decir que iba a llegar hasta acá?. Nadie, ni siquiera yo”.
Los días de Milagros transcurren sin detenerse a pensar mucho que está en Harvard. Si lo hace siente que es “demasiado loco”. Y quizás tenga razón. Es en muchos años la primera estudiante ciega total de la prestigiosa universidad —sí hubo personas con muy baja visión— lo que implicó desafíos para ella y para la institución. “No sabían qué hacer en muchas cosas y los primeros meses fueron muy difíciles para mí”, admite. No solo afrontó estar sola en otro país, manejarse en otro idioma sino también que, aún en Harvard, no todo es perfecto. Lo supo desde el primer día de clases cuando no había ningún sistema previsto para que ella pudiera llegar al salón. —¿Y qué hiciste?—Mandé un mensaje a un grupo de chat. “Dije: ´Tengo que ir a clase, no tengo idea qué hacer, no veo nada, ¿alguien me quiere acompañar a mi clase?”’.—¿Alguien lo hizo?—Sí, claro, los chiquilines sí, cero problema, después ya me adapté.
Milagros recuerda esos primeros días como complicados, pero prefiere hablar de cómo se siente ahora. “Contenta”, es la primera palabra que responde, mientras toma un café a pocas cuadras de la Universidad. Cuadras que camina con familiaridad, calles que reconoce por el sonido del tránsito, aunque también relata algunas dificultades prácticas. Como ejemplo, bastan dos: saber si hay lugar dónde sentarse en un bar o servirse la comida en un comedor para 1.300 estudiantes. Su facilidad para encontrar aliados —como el personal del comedor que además de ayudarla a diario le llevó la comida a su residencia tres veces al día cuando tuvo coronavirus— se entremezclan con su tenacidad, inteligencia y ganas de ser lo más independiente posible.
Hace pocos días le informaron de un cambio de salón de un curso. ¿Pidió ayuda? Esta vez no. Contaba con algo de tiempo así que una noche no muy fría buscó en Internet, planeó una ruta y la practicó cinco veces hasta que logró hacerla. Así pudo ir sin dificultades. “Prefiero dejar el pedir ayuda si realmente quiero llegar a un lugar muy rápido o estoy en problemas”. Con esa actitud siente que crece, que gana independencia. Sabe que si quiere llegar a la otra punta de la ciudad debería poder hacerlo sola. Lo logra, y cuando lo cuenta vuelve esa sonrisa y ese orgullo de sí misma, que es orgullo, alegría y seguridad. Y que resulta inspirador.
Vida Universitaria
Milagros intenta pensar que estudia en una universidad como cualquier otra pero la realidad la trae enseguida a que está en la mejor del mundo. Se lo recuerda cuando se cruza con un premio Nobel o con un expresidente o en las interacciones con sus compañeros. “Es muy loco ver que cada persona que está acá tiene una historia especial para contar, tengo gente que ha trabajado con la NASA, uno de mis mejores amigos se graduó con 15 años del liceo en Afganistán”.
—En eso también encajás.—Creo que sí, no sé qué pensaría si escucho yo mi historia, dice. Y se ríe otra vez. Harvard también es vida con otros estudiantes. Milagros comparte un apartamento en la universidad con otras cuatro alumnas y ocupa uno de los dos cuartos individuales. La convivencia no fue del todo sencilla, en especial por una cuestión cultural: sus compañeras son americanas y musulmanas, con costumbres y formas de relacionarse que no resultaron fáciles de compatibilizar. Para el semestre que viene el panorama cambiará, porque pudo elegir con quiénes compartirá la residencia: serán su amigo de Afganistán y tres estudiantes de Turquía.
Si tiene que pasar raya, habla de lo diferentes que somos los uruguayos de los americanos. No tiene que ver con la discapacidad, remarca, sino con no saludarse con un beso, no abrazar, prácticamente no tocarse. “La gente es muy distinta, muy superficial”, resume. Y agrega: “Es todo muy alegría-alegría, pero nunca sabés realmente qué está pasando por esa cabeza, no son directos para nada y son políticamente correctos, nunca te van a decir nada malo, te lo van a decir entre líneas”.
Leer entre líneas y las reglas no escritas son parte del aprendizaje de estos meses. Del estar en una universidad donde hay estudiantes de familias de alto poder adquisitivo que conlleva cuestiones que ya vienen incorporadas y que Milagros tuvo que aprender. Por ejemplo, cómo funcionan los finals club, espacios súper privados y secretos o qué significan algunos códigos de vestimenta que le mencionan. “Más allá de eso creo que tuve suerte, conocí mucha gente súper bien, tengo muchos amigos y siempre como y salgo con alguien”, dice.
Entre la presión y el miedo a perderse algo
“Hay mucha presión también acá, y eso es algo que nadie habla de Harvard y este tipo de ambientes. Una de mis compañeras de apartamento se fue por salud mental”, cuenta Milagros. Habla de la presión académica y de que quienes están allí son personas que siempre quieren ir a más. “Y si de repente ponés en un lugar a toda la gente que siempre quiso ser más y más y más es un problema, porque vos hacés más, ves que el de al lado tuyo está haciendo más y el otro está haciendo el doble. Y eso te llega”, admite. También hay un componente social, dice, y nombra el llamado FOMO (“fear of missing out”, en español “miedo a perderse algo”) y el temor de si hizo suficiente, si tiene suficientes amigos, si está aprovechando todo lo que debería aprovechar.
A la hora de estudiar, Harvard les brinda muchas posibilidades de explorar a los alumnos. Como ejemplo, Milagros cuenta que si bien ella se postuló como estudiante de Ciencias Políticas no está tomando ningún curso de esa área en este semestre. Sí estudia Ciencias y Género, Sociología y el Holocausto. En el próximo, que es el tercero, sí deberá definir el énfasis que le dará a su carrera.
Con los profesores tuvo una excelente experiencia, con docentes que la sorprendieron porque estaban “encima de todo”. En el liceo, recuerda, ella se ocupaba de los materiales accesibles y aquí eso dejó de ser un problema. Incluso, dudó si tomar el curso de Sociología porque el programa incluía desarrollar una línea de tiempo visual. “Me dije ‘no estaríamos pudiendo’, pero me anoté igual. Organizamos una reunión con la oficina de accesibilidad y el profesor y lo manejamos súper bien. Hoy es mi asignatura favorita”, cuenta.
Otro aspecto fundamental de su vida universitaria son los clubes, una elección difícil ya que hay más de 500. Milagros eligió el de Ciencia Ficción porque quería conocer gente y el tema le interesaba. “Son reuniones semanales, comemos galletitas, hablamos de historias”. También forma parte del club que edita el diario de la universidad. “Hay 10 mil cosas para hacer. Siempre tenés la posibilidad de probar cosas nuevas y estar haciendo cosas que salen de lo normal. Yo para el verano, por ejemplo, postulé para un programa que si quedo voy a poder enseñar un seminario para estudiantes de liceo en China”, dice.
Lo que no hay en Harvard es un día igual al siguiente. Siempre surge algo nuevo y “random”. Milagros suele levantarse sobre las 9 de la mañana y aprovecha para mantener su cuarto en condiciones o hacer deberes de último momento. Porque dice, y se ríe, pese a la imagen “muy pura” que suele dar, le gusta dejar las tareas para hacerlas bajo presión, que es cuando mejor siente que funciona. Con un pie en el presente, Milagros ya piensa en el futuro. —Mi sueño de vida es trabajar en un organización multilateral como Naciones Unidas, pero es imposible. —¿Por que es imposible? Si ya estás acá. —Sí, no soy consciente en mi día a día, pero estoy.Y si de algo sabe Milagros es de conseguir imposibles.