ESTILO DE VIDA
Dos maestros de artes marciales chinas que día a día buscan perfeccionar su técnica y también mejorar como personas.
Jorge Quiñones tenía 4 años cuando se sintió atraído por las artes marciales chinas por primera vez. Hoy, más de 40 años después, estas se han convertido en su estilo de vida: “La idea de las artes marciales es preservar la vida y eso no es solamente evitar que nos lastimen, sino también cuidar la alimentación, el descanso, las emociones, la respiración y la conexión con la Tierra”. Quiñones es presidente de la Asociación Uruguaya de Artes Marciales Chinas y tiene tres academias en Montevideo.
De niños a maestros.
Entre finales de la década de 1970 y principios de la década de 1980, el cine de artes marciales comenzó a crecer y Jorge Quiñones creció con él: “En la televisión pasaban constantemente ese tipo de películas y en el cine todos los meses había películas taquilleras de artes marciales”.
Para él, sin embargo, desde un inicio se trato de algo más que una moda. “Tuve la suerte de aprender con personas que lograron transmitirme la esencia, que es la disciplina y la constancia. No hay un nivel máximo para alcanzar porque siempre vamos a poder perfeccionar lo que tenemos”, sostuvo Quiñones.
Otro que ingresó al mundo de las artes marciales chinas de chico es Pablo García. Primero aprendió algo de karate, luego más seriamente tomó clases de Tai Chi Chuan. Y a partir de ahí nunca paró. “El primer día no entendía nada, que es lo que le pasa a todo el mundo cuando llega”, relató. En este sentido, también considera que la constancia es fundamental: “Iba a clases y luego practicaba en su casa lo que había aprendido”.
“Dentro de las artes marciales chinas hay más de 300 estilos”, señaló Jorge Quiñones. En primer lugar, él se dedica a enseñar Wing Chun, que es “un sistema de combate activo y rápido que desarrolla el cerebro y la coordinación”. En segundo lugar, Tai Chi Chuan, “un arte marcial interno que incluye movimientos enfocados en la salud”. Por último, Chi Kung para la salud, “una serie de ejercicios que están vinculados a las artes marciales, pero que no conforman un sistema de defensa personal sino que se enfocan exclusivamente en el mantenimiento de la salud”. Sus academias se llaman Wing Chun Uruguay, Traditional Tai Chi Chuan Academy y Asociación Uruguaya de Chi Kung.
Por su parte, Pablo García enseña Tai Chi Chuan y Chi Kung. La primera es “un arte marcial en sí”, mientras que la segunda se conoce como un “arte de la energía”. Según García, el Chi Kung es útil para mejorar la memoria, apoyar la curación de una enfermedad o mejorar el rendimiento en un deporte, entre otras aplicaciones. De hecho, mencionó que “en muchas partes del mundo lo utilizan grandes atletas profesionales”. Su academia se llama Pablo García y las clases son gratuitas. La información está disponible en www.pablotaichi.com.
Desafíos y logros.
Para Jorge Quiñones, es importante distinguir las artes marciales de los deportes de contacto. Estos últimos “sirven para pelear”, mientras que las artes marciales “tienen una filosofía que se puede extrapolar a cómo despertamos, cómo trabajamos o cómo nos vinculamos con los otros”.
En efecto, el concepto de perfeccionamiento constante no solo se aplica a la técnica de combate, sino también a “cómo somos como personas”. Por esta razón, se hace hincapié en la autoobservación, es decir, analizar “qué pensamos y cómo reaccionamos” para poder ser mejores.
Pablo García también lo entiende de esa forma. “Lo que promueve es conocerte a ti mismo, porque cuando te comprendés podés comprender a los demás”. En este sentido, subrayó que “no vas a ser Superman ni nada por el estilo”, pero dicha comprensión “facilita tu vida” y te permite ayudar a los demás.
Él, que antes era muy tímido y tenía problemas alérgicos y ataques en donde le faltaba el aire, pudo cambiar a partir del entrenamiento de estas artes. “Te da seguridad para controlar tu cuerpo, tus emociones y tus pensamientos”, aseguró.
Las artes marciales invitan a la atención plena: “Cuando una persona viene a hacer Tai Chi Chuan, no va a poder estar pensando en otra cosa, porque se necesita estar muy concentrado en distintas partes del cuerpo y en la respiración”, explicó García. Esto permite restablecer el equilibrio interno: “Si siento algún desequilibrio generalmente me pongo a hacer Tai Chi”.
Escalar montañas y volcanes son ejemplos de actividades que Jorge Quiñones no se hubiera animado a hacer de no ser por la seguridad que le dio practicar artes marciales. Tuvo que afrontar muchos miedos, pero aprendió a no limitarse por ellos. La clave, para él, es siempre intentar que se amplíe la zona de confort.
Con esa misma convicción, Quiñones decidió dejar su trabajo fijo en un laboratorio para comenzar a vivir de esto, a pesar de que sus padres no estuvieran de acuerdo. “Según la filosofía china me tenía que ir bien, porque cuando uno trabaja de lo que ama no importa nada más”. Así fue: tenía un dinero ahorrado que pensaba invertir en publicidad, pero no tuvo que usar ni un peso porque a las pocas semanas su academia estaba llena.
La clave de la disciplina: siempre practicar.
Algunos años atrás, Pablo García trabajaba muchas horas en una imprenta así que el tiempo que le quedaba para entrenar era entre las cuatro y las siete de la mañana. “El día que no practicaba estaba mucho más cansado que cuando practicaba, porque son artes que fomentan que tengas un buen nivel de energía”, contó.
“Al poco tiempo de empezar llegué a entrenar ocho horas diarias, cuatro de mañana y cuatro de tarde”, recordó García. Según explicó, se necesita mucho tiempo para alinear el cuerpo a la práctica: “No es solo mover los brazos y las piernas, sino que vas a tener que mover partes pequeñas de tu cuerpo”. Tan solo la apertura de la parte baja de la espalda, una zona que está entre los riñones, “lleva bastante entrenamiento”.
Actualmente sigue practicando a diario, tanto con sus alumnos como por su cuenta.
García comenzó a dar clases alrededor del año 2000: “Mi profesor me empezó a entrenar para dar clases y comencé a hacer las suplencias”, relató. Para él, las artes marciales en Uruguay vienen “cada vez con más fuerza”, sobre todo entre la gente mayor.
Entre maestros y alumnos hay un "vínculo familiar".
En 2018, Jorge Quiñones ya tenía el máximo grado existente a nivel mundial, pero decidió viajar a Reino Unido y seguir perfeccionándose con Derek Frearson, que es “el primero de Occidente” en estudiar la línea que él sigue. Entrenaban más de ocho horas por día y compartían anécdotas de sus experiencias en China. “Logramos una relación familiar, como de padre e hijo”, relató Quiñones.
Según él, las artes marciales chinas funcionan como un sistema de relaciones familiares, donde “el maestro te enseña como un hijo y tú lo debes cuidar como a un padre”. A su vez, subrayó que “esa relación no se puede forzar, se tiene que dar”.
Él había ido a Reino Unido con su esposa, Carolina Alegre, que también se dedica a las artes marciales chinas. Cuando regresaron a Uruguay, Quiñones recibió un mensaje de su maestro con una foto de él entrenando donde ellos estaban siempre y un texto que decía: ‘Sin ustedes no es lo mismo’.
Para Quiñones, uno puede obtener constantemente “cosas gratas y no tan gratas” del vínculo que se genera tanto con el maestro como con el alumno. “Con un mal maestro uno puede aprender lo que no debe hacer y con un buen maestro uno puede espejarlo y aprender lo que sí debe hacer”, expresó. En este sentido, aseguró que cada clase que ha tomado o que ha dado le ha dejado una enseñanza.
Hace algunos años Quiñones fue nombrado miembro del Consejo de la Federación China de Wing Chun. “Somos muy pocos los maestros consejeros en el mundo y sé que también se lo debo al apoyo de mi maestro, porque sin su confianza no me hubieran tomado en cuenta para ese cargo”.
Según señaló, una de las enseñanzas de las artes marciales es que “debemos vivir de lo que amamos para ser verdaderamente exitosos”. Y agregó: “Yo podría haber tenido miedo a no tener éxito ni recursos, y hubiera seguido trabajando para vivir el sueño de otro”.