Cotorras: una plaga muy exitosa y un plan para combatirlas

Gracias a su adaptabilidad, prosperan y ocasionan grandes pérdidas; experta prueba técnica de control de fertilidad

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Cotorra argentina. Foto: morguefile.com

Por María de los Ángeles Orfila

Si lee esta nota entre el mediodía y las 17 horas y tiene cerca un nido de cotorras es probable que no lo dejen concentrarse: es el momento del día cuando más “cotorrean”. Para usted son graznidos y chillidos, para ellas es la forma para comunicarse con su numerosa familia. Esta molestia no es el verdadero problema de esta plaga –declarada así en 1947– sino los perjuicios que le ocasionan al sector agrícola: se estima que las cotorras son responsables de una parte de la pérdida de unos US$ 11 millones anuales. “El problema de la cotorra se ha vuelvo muy acuciante”, señaló Ethel Rodríguez, doctora en manejo de vertebrados plagas de la Universidad de Colorado y directora de Consultorías Biológicas. Ella está lista para comenzar un estudio de contraconcepción que reduzca la población y minimice los daños en cultivos y árboles frutales.

No será fácil. La cotorra (Myiopsitta monachus) encierra en sus 29 centímetros varias características que, hasta ahora, la han vuelto casi invencible, tanto que la experta no duda en afirmar que es una de las plagas más exitosas. “El secreto de su éxito es la adaptabilidad”, apuntó.

La clave del éxito.

El nido es una vecindad. Allí no habita solamente una pareja con sus pichones durante la cría sino que es su vivienda para todo el año y la comparten con varias generaciones. ¿Qué tan grande puede ser? Rodríguez llegó a contar hasta 60 cámaras de cría.

Hay otros hechos llamativos. Uno de ellos es la “cría comunitaria”. Es decir, los pichones son alimentados por su madre y su padre pero también por cualquier otra ave adulta del mismo nido en caso de que estos no puedan hacerlo. Esas cotorras pueden ser familiares directos (se podría decir que son hermanos o primos) u otros individuos sumados al nido. “Ayudan y alimentan a los más pequeños. Es un comportamiento genético”, afirmó la experta. Esto incide en que la tasa de sobrevivencia de la especie sea alta.

Y, a diferencia de otras plagas, las cotorras solo se reproducen una vez al año. “Ponen entre ocho y 12 huevos; son pocos, pero buenos”, ilustró la doctora. Eso sucede cada noviembre. El cuidado que hacen los familiares logra que no se pierdan huevos durante el proceso de incubación (muchas aves pierden la mitad o más).

Por su parte, la construcción del nido es una cosa seria, tanto que Rodríguez, licenciada en ciencias biológicas por la Facultad de Ciencias, contó que su arreglo insume gran parte del día de una cotorra. Es una gran estructura de ramas entrelazadas con varias bocas de entrada y salas de incubación. Las cotorras, como “plaga exitosa”, se adaptan a los materiales de construcción que les ofrece el medio: si no hay palitos lo hacen con “ramas de rosales, con alambres, con sorbitos de refresco, con papel que ponen adentro, con vegetales” y todo lo que encuentren cerca. Además, pueden construir el nido fuera de los árboles –“se independizaron de los huecos” de los troncos a diferencia de la mayoría de las aves del mundo–; por eso pueden verse en postes, alambrados o cables. Otra adaptación que pone a las cotorras en otro nivel es que se adaptaron a montar sus nidos en el tope de los eucaliptus, árboles que pueden alcanzar los 15 metros. Esto las pone a salvo de los predadores terrestres. Y también se han adaptado para ampliar su menú: no tienen problema en comer soja, girasol, frutas y hasta raciones de animales domésticos.

“Lo más parecido a una familia italiana”

Las cotorras no vuelan grandes distancias sino que buscan comida cerca del nido. Su rutina es la siguiente: salen en la mañana para alimentarse y regresan al mediodía para darle de comer a los pichones; si no hay crías, vuelven a sociabilizar: “Son una familia extendida. Se arreglan las plumas, arreglan el nido y se comunican. Tienen un gran reportorio de vocalizaciones”, señaló Ethel Rodríguez. Vuelven a salir a la tarde y regresan antes del atardecer. “Son lo más parecido a una familia de italianos: los hijos están cerca de los padres y se comunican a los gritos”, dijo Rodríguez con propiedad porque su familia materna es italiana.

Medidas de combate.

Las cotorras, entonces, no son un enemigo fácil. Desde 1947 se han implementado varias estrategias de control de población que no han conseguido su objetivo y, lo que es peor, han sumado más daños al ambiente por utilizar productos altamente tóxicos.

Rodríguez y colegas han estado trabajando en un cambio de estrategia: “Tratamos de impulsar medidas de manejo que tiendan a proteger el cultivo y no a combatir la plaga. Primero porque la mortalidad no hace que disminuyan los daños; y segundo porque la aplicación de un veneno tóxico durante mucho tiempo genera un impacto en el ambiente que no es deseable”. En este sentido, se han desarrollado repelentes químicos, físicos, visuales y acústicos para mantener a las cotorras lejos de un determinado lugar.

El próximo paso es probar un contraconceptivo que ya ha demostrado tener éxito en palomas de plaza en el exterior y que en Uruguay dio “muy buen resultado” en palomas torcazas. Así funciona: “Se le da un producto al animal para que los huevos sean infértiles; los pichones no nacen”.

Para llevar adelante la investigación –que será en colaboración con técnicos españoles– se necesita financiación para ejecutar los estudios de campo y de laboratorio. “Hicimos un proyecto piloto y logramos una disminución de la reproducción pero nos quedamos sin fondos y fue en plena pandemia”, comentó Rodríguez.

Décadas de manejo sin buenos resultados

El combate contra las cotorras no siempre se hizo de la mejor manera posible con el medio ambiente. Cuando se declaró plaga agrícola en 1947, el gobierno pagaba por cada par de patas que presentaran los particulares. Luego comenzaron a utilizarse cartuchos incendiarios para quemar el nido. Esto dio lugar a la fumigación con “un producto muy venenoso”, a juicio de Ethel Rodríguez, que provocaba muchos más daños que los buscados, dado que era altamente persistente en el ambiente. “Después de eso, un productor argentino inventó el ‘método de la grasa’ por el cual los productores utilizaban pértigas o cañas con un cepillo en la punta con una mezcla de grasa con un tóxico también categoría 1 con un importante impacto ambiental en otra faunas y en el agua. Se aplicaba en la boca de entrada e inmediatamente las cotorras iban a tratar de limpiar eso, ahí se contaminaban y caían muertas. Ese método se utilizó durante muchos años hasta hace poco”, explicó la doctora en manejo de vertebrados plagas.

A partir de la década de 1990, Rodríguez y colegas cambiaron la estrategia: las medidas de control apuntan a proteger los cultivos sin eliminar a las aves, puesto que provocar la mortalidad durante décadas no consiguió disminuir la población. El próximo paso es probar con técnicas de contraconcepción.

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