Recorrer montes y senderos, campos. Buscar una huella en la tierra, una marca en algún árbol, la señal de que por allí pasó algún animal, pasará algún animal. Mirar con atención, esperar a que algo suceda, saber que tal vez no pase nada. Estar preparado y alerta, ser sigiloso, esconderse. Y entonces, cuando algo aparece, cuando algo canta, suena, se hace sentir, disparar, una y otra vez, todo el tiempo que sea posible, para lograr la imagen perfecta: encontrar el ángulo y la distancia, los colores, la posición. Y después, insistir. Volver a repetir exactamente el mismo proceso, tener paciencia, constancia. Saber que hoy o mañana o en algún momento, un pájaro puede volar cerca, desplegar las alas justo delante de la cámara.
En Uruguay son muchas las personas que se dedican a la fotografía de la naturaleza, especialmente de la flora y de la fauna autóctona. Y varias comparten su trabajo en Instagram. Es una forma, dicen, no solo de mostrar lo que hacen, sino de acercar a otros a la naturaleza, de generar conocimiento y, quizás - pero no necesariamente- conciencia.
“Divulgar lo que tenemos a nuestro alrededor y que muchas veces no vemos, acerca más a las personas a ese tipo de actividades al aire libre y también a nuestro país. Yo creo que también es una forma de valorar y cuidar nuestra fauna y flora, tener conocimiento y aprecio”, dice Jimena Martínez, que tiene 28 años, es de Lascano, Rocha y comparte su trabajo en @fotonativauy. Allí publica fotografías de plantas, de árboles y de hongos pero, sobre todo, de aves.
Aunque ahora vive en Montevideo y estudia para ser tecnóloga química, todo empezó hace tiempo, en su ciudad. De niña vivió en el campo y le gustaba mucho recorrer lagunas y montes, caminar al aire libre. Cuando estaba en el liceo y se hizo de una cámara digital, frenaba ante cada paisaje, ante cada detalle que veía y que le llamaba la atención.
Cuando empezó a trabajar en un laboratorio juntó dinero para comprarse una cámara mejor y hoy, aunque dice que saca fotos “de atrevida”, tiene una semiprofesional que le ha dado buenas imágenes y, sobre todo, momentos especiales: salir a recorrer senderos con amigas, caminar en silencio, disfrutar de ese silencio y de todo lo que sucede cuando mira a través de su cámara.
Jimena no busca. Y ahí está la gracia: salir, estar en la naturaleza, dejar que algo sorprenda. “De a poco la mirada se te va afinando y vas reconociendo una especie nueva, identificando aves que antes le pasabas por al lado y ni cuenta te dabas”.
Le han preguntado, a Jimena, si la cámara no le produce lejanía, una distancia de lo que mira. Ella responde esto: “Me di cuenta de que a través del lente aprecio más cada detalle en ramas, en piedras, en paisajes, en cómo se sitúa el sol, la luna. Termino teniendo una conexión especial con la naturaleza. Para mí es difícil explicarlo, pero en cada lugar siempre miro cómo sacaría una foto, y para mí una buena foto no solo se logra con conocimientos, sino que también con ese enfoque necesario de admiración”.
Tener paciencia y ser constante
Para Mily Corleone -“Una pelirroja de 39 años toda tatuada que le gusta salir a ver los animalitos del monte”- el interés por indagar la naturaleza surgió de un viaje como mochilera por América Latina. “Como siempre trataba de evitar las ciudades grandes anduve más por pueblitos pequeños y ahí siempre estaba presente ella: la naturaleza. Cada paisaje, cada ecosistema, cada clima, cada metro sobre el nivel del mar. En todos lados siempre había algo por descubrir”.
Empezó trabajando como fotógrafa para una ONG en Paraguay con una cámara prestada y sin tener muchos conocimientos. Pero a partir de ahí comenzaron a surgirle otros trabajos, y otros y otros y así, en la práctica, fue aprendiendo.
“Cuando me establecí en Paraguay en 2016 lo primero que me llamó la atención fueron las aves. Vivía y trabajaba en un hostal en el centro de Asunción donde siempre bajaban aves al patio. Había una celeste y gris que estaba siempre ahí y ese fue mi primer crush. Después me enteré que se trataba del Celestón (Thraupis sayaca). Y una vez que conocí a uno, quise conocer a todos los otros que venían al patio y ahí empezó un camino sin vuelta”, cuenta.
Ahora tiene una cámara propia y comparte su trabajo en su cuenta de Instagram, @milycorleone. “Tengo una Nikon P1000 y lo que más me gusta de ella es el súpermega zoom que tiene, así puedo sacarle fotos a mis bichitos desde bastante lejos para no molestarlos. Para mí, cuanto menos intervenga, mejor. Yo los quiero ver hacer la suya, como si fuera un reality show de vida silvestre”.
Hay que tener paciencia, dice Mily, para que algún animal aparezca. Hay que caminar por el monte, buscar alguna señal -una huella, una fuente de agua, la marca en algún árbol-, sentarse, esconderse, y esperar a que algo asome.
O eso es lo que hace ella: esconderse y permanecer.
“Hay días que no pasa nada y puede ser un poco frustrante. Sin embargo, hay otros días que parece que la naturaleza me recompensa por la perseverancia y los animalitos del bosque me dan un show. Porque así es la fotografía en el medio del monte. No estás en un zoológico dónde vas a ver animales sí o sí. Estás en su hábitat. Y los animales no van a venir solo porque tú estás ahí”.
Fototramepo: otra forma de mirar
Para Valentina Barreto y Agustino Alonzo (31 y 36 años, pareja), todo empezó en 2019 cuando en el campo de un amigo un animal atacó a unas gallinas. Fue ahí que empezaron a pensar cómo hacer para averiguar qué animal había sido y supieron que existía algo que se llama cámara de fototrampeo.
Se trata de “un dispositivo fotográfico diseñado para capturar imágenes y/o videos de forma automática y discreta de animales salvajes u otros objetos en su entorno natural. Se utiliza comúnmente en estudios de vida silvestre, conservación de especies, investigación científica, naturalistas y aficionados”, cuentan.
Se compraron una y, como no tenían experiencia, los primeros resultados no fueron tan buenos.
“Dos meses después de instalar la cámara apareció el primer Margay, la emoción fue mucha y la frustración de ver una foto de muy mala calidad hizo que decidiéramos comprar mejores cámaras y más cantidad”. Hoy tienen 30 equipos instalados en Canelones, Lavalleja y Maldonado.
Su proceso para registrar animales es diferente. Primero buscan, rastrean, estudian el terreno. Después, si las condiciones están, utilizan un soporte - una especie de trípode- de hierro que entierran al piso para fijar la cámara. Hacen algunas imágenes de prueba. Chequean que todo esté bien, y se van. Para ellos es importante el tiempo: dejar pasar unos días - que puede ser una semana o hasta un mes y medio- para que los animales se acerquen y la cámara pueda tomar las imágenes.
“La cámara trampa está compuesta generalmente por una carcasa resistente a la intemperie que protege el equipo interno de las condiciones ambientales adversas. En su interior cuenta con una cámara digital y una videocámara, un sensor de movimiento y un disparador automático. Cuando el sensor detecta movimiento o calor corporal, activa la cámara para capturar una imagen o grabar un video del sujeto en movimiento”.
Después vuelven al lugar, revisan si las imágenes que buscaban están, y, si van a dejar la cámara allí, limpian el lente, ponen una memoria nueva y todo comienza otra vez. Luego regresan a casa y viene un proceso de mirar y clasificar y todos los archivos. Es un trabajo que lleva tiempo, dinero, paciencia. Y sin embargo, ellos están convencidos de que, divulgando esos archivos en su Instagram @uruguay_fototrampeo, generan conciencia.
“La falta de conocimiento o conexión con la biodiversidad puede dificultar el aprecio y la preocupación por su conservación. Al compartir información sobre los animales y destacar su importancia en el ecosistema, se puede fomentar el respeto y la empatía hacia ellos. Además, al establecer un vínculo con la fauna, las personas tienden a sentir una mayor responsabilidad hacia su protección”.