Quizás, si esta historia tiene que tener un comienzo, sea este: hace tres meses que Fernando Duclos, periodista, está viajando por Europa, tiene un blog en el que cuenta historias sobre los lugares, las personas y los países que visita, pero al blog lo leen pocas personas, familiares, amigos, conocidos. Está usando los pocos ahorros que tiene, que es, también, el poco dinero que le queda, para viajar por Rumania y nada de lo que pensó -que el blog iba a funcionar, que escribir en Facebook y en Instagram iba a aumentarle los seguidores, que iba a vender algunas notas a algunos medios- está pasando. Hay noches en las que piensa que debería volver a Argentina, buscar un trabajo, hacer lo que cualquier persona haría.
Pero hoy, sin embargo, mientras está en un hostel al Oeste de Rumania, en la frontera con Moldavia, se le ocurre hacer algo que aún no ha hecho. Entra a Twitter y publica un hilo de unos 15 tuits sobre la Guerra de los Balcanes y la desintegración de Yugoslavia a través de un partido de fútbol contra Argentina en el mundial del 90. Termina, deja el celular y se va a pasear. Es 2019. Cuando regresa, su cuenta de Twitter pasó de tener 200 a más de 3.000 seguidores, el hilo tiene miles de interacciones y él entiende que ahí, en ese formato de escritura corta, económica y sintética, está la forma.
Ese es, quizás, el inicio de Periodistán, el proyecto de Fernando, que se ha modificado pero que mantiene, siempre, el mismo objetivo: acercar el mundo, ir a los lugares a donde la gente en general no viaja, conocer a su gente, a su cultura, a su historia, y después contarla, mostrarla.
Fernando es argentino. Desde 2019 es, también, Periodistán. Porque desde que todo empezó a descontrolarse -él dice que todo se le “fue de las manos”-con los hilos de Twitter, se ha dedicado a eso: a viajar y a compartir lo que conoce.
Tiene cerca de 300.000 seguidores en redes sociales, tres libros -Crónicas africanas, Un argentino en la Ruta de la Seda y Un viaje a la India de carne y hueso- y, ahora, una obra de teatro: Periodistán, el mundo sin filtro. Estrenó el 2 de julio en el Teatro Xirgu de Buenos Aires con localidades agotadas. Y tiene una nueva función el 14 a las 19:00.
Hoy, que es un día de junio, Fernando habla desde Buenos Aires. Llegó en noviembre del año pasado del último viaje largo que hizo, que fue a la India, se extendió por Tailandia y por Medio Oriente.
“Cuando todo este fenómeno de Periodistán empezó a hacerse más masivo, surgieron muchas posibilidades. Ahora estoy trabajando en algunas de ellas, como la obra de teatro, que es un texto que no solo cuenta anécdotas, sino que espera que, cuando te vayas, sepas, por ejemplo, por qué en Afganistán pasa lo que pasa, y también empezando a organizar viajes en grupo a distintos lugares, como la India. Pero, más allá de eso, yo sigo siendo el mismo y Periodistán mantiene la esencia que siempre tuvo”, dice.
Cuando Fernando era un niño era fanático de la geografía. Y siempre fantaseó con conocer lugares “raros”: viajar a esos países a los que nadie viaja. En 2013, cuando tenía 27 años, trabaja en Clarín, que estaba ofreciendo a sus empleados retiros voluntarios. Él aceptó, cobró el dinero por el despido y, casi sin pensarlo, sacó un pasaje a Etiopía.
Ya había viajado como mochilero por América Latina, pero, dice, en África fue la primera vez que se sintió en otro mundo: de allí bajó por la costa del Océano Índico hasta Sudáfrica, durmió en casa de locales, pagó hoteles baratos, instaló la carpa donde pudo. En total estuvo en el continente nueve meses.
“En los viajes la rutina se rompe completamente, de repente un día estás viendo elefantes, al día siguiente conoces a una familia que te invita a su casa. La gente en Áfricafue recontra amable, me invitaban a todos lados, descubrí un mundo nuevo. Era la primera vez que yo me sentía realmente extranjero, con otros idiomas y otras costumbres y tratar de entender y conocer historias de países que nadie conocía, ir a lugares históricos que nadie ubicaba, de repente un día estaba en Tanzania y al otro día estaba en Ruanda, y al otro me estaba tomando un micro en Burundi. Cada día hay algo nuevo. No sabés qué va a pasar, te vuela la cabeza. Por un lado era todo hermoso y por otro era muy incómodo, y estaba bien”.
Ese viaje por África fue, por mucho tiempo, lo mejor que había hecho en su vida. Y fue esa experiencia la que hizo que, cuando en 2018 vivía en Río de Janeiro, se quedó sin trabajo y se separó, usara el dinero de la indemnización para sacar un pasaje y emprender un nuevo viaje.
Se fue a Barcelona, donde vive un amigo. No conocía Europa y, llegar desde allí hacia los lugares que tanto le obsesionaban -había leído mucho sobre el Imperio Persa, el Imperio Otomano, la Guerra de los Balcanes, la India- era más sencillo. Estuvo un tiempo allí, viajó tres meses por Europa -Rumania, Moldavia, Macedonia, Albania- y de allí cruzó a Turquía. Entonces, Fernando ya era Periodistán.
Viajó por Asia -Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, Iraq- conoció cómo viven las personas en esos países, qué música escuchan, cómo bailan, qué comen, qué piensan de la vida y de la muerte.
Su último viaje largo fue a la India: un país de 1.400 millones de personas en el que todo -todo- funciona diferente.
“Lo principal que uno se da cuenta cuando va a estos lugares es que lo que nosotros, occidentales, en general pensamos que es universal, te das cuenta de que simplemente es una forma entre tantas, te hablo de cosas muy básicas como la comida, pero también de los vínculos. Nuestras sociedades están estructurada a partir del vínculo marido-mujer, en India por ejemplo, la estructura es madre-hijo, y eso ya te cambia completamente la forma de entender el mundo, y de repente te resulta un poco más lógico que los matrimonios sean arreglados, porque ahí el matrimonio es la unión entre dos familias y no entre dos individuos. Esto no es caer en un relativismo cultural de que todo está bien porque son otras culturas, pero sí entender que en otros lugares las cosas funcionan diferente”.