De una mansión en Francia a una granja en Irlanda: las uruguayas que dejaron todo para viajar por el mundo

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Fio y Ania en Irlanda.

HISTORIAS

Fio y Ania tienen 31 años y dejaron todo en Uruguay para irse a recorrer el mundo. Esta es su historia.

Como cuidar perros en una mansión al Sur de Francia, como vivir en una cabaña de madera en una granja en Irlanda, como alimentar caballos y cerdos y pintar postes y arreglar alambrados, como trabajar en un hotel, como conocer lugares impensados, como convivir con 110 personas, como irse a la otra punta del planeta. Así han sido los once meses que Ania y Fio llevan viajando por el mundo desde que se fueron de Uruguay, en noviembre de 2021: como cumplir un sueño.

Todo empezó, sin embargo, mucho antes, incluso, de que Fio y Ania, 31 años, uruguayas, pareja, se conocieran.

Todo empezó, más o menos, así: Fio tenía 18 años cuando se fue a trabajar a un hostel a Punta del Este y conoció un mundo nuevo de personas de todas partes y, sobre todo, depersonas que vivían viajando. Entonces hubo algo en ella que se activó, que cambió. Estudió hotelería y empezó a trabajar en el rubro pero, a los 23, se dio cuenta de que, aunque le gustaba, tampoco la apasionaba tanto y decidió hacer la carrera de biología marina. La terminó, consiguió un empleo público en el rubro, viajó a la Antártida durante 40 días para realizar una investigación, pero la idea de recorrer el mundo siempre estaba ahí, latente. Entonces conoció a Ania, que es educadora social y acababa de hacer un viaje por Asia en el que había conocido a un grupo de amigos argentinos que trabajaban tres meses en Australia, ahorraban y viajaban tres meses y así. Eso fue, para Ania, un descubrimiento.

Se conocieron en el coliving en el que vivía Fio. Dos amigas de Ania se habían mudado para ahí y ella empezó a ir de visita cada vez más seguido. Fue allí, en esa casa compartida, que se hicieron amigas íntimas y que, después, se enamoraron.

Fio ya sabía que se iba a ir. Y Ania sabía, también, que después de aquel viaje a fines de 2019 y comienzos de 2020, algo había cambiado en ella. Hablaron y, en menos de un año, ya tenían el viaje más o menos organizado. Se querían ir a Nueva Zelanda o a Australia porque allí abundaba el trabajo, pero los dos países tenían las fronteras aún cerradas por la pandemia. Para no postergar más el viaje, se compraron un pasaje a España y le contaron a sus familiares que se iban. Era noviembre de 2021. El padre de Fio les preguntó si volvían para Navidad y ella le dijo no, nos vamos. Y se fueron.

Fio y Ania en el aeropuerto de Singapur.
Fio y Ania en el aeropuerto de Singapur.

De Uruguay a Australia

Llegaron a Madrid. Estuvieron tres días procesando que se habían ido. Se quedaban en la casa de un familiar de Fio y, mientras tanto, aplicaban, a través de distintas plataformas, a trabajos en diferentes países.

Fue así cómo, una noche, apareció un llamado para cuidar a dos perros en una región rural al Sur de Francia durante dos meses. Aplicaron. Al otro día el dueño de la casa las contactó, tuvieron una videollamada, les dijo que las esperaba, compraron un pasaje y se fueron.

“Cuando llegamos no podíamos creer, parecía una película. Era un château del año 1.600 que los dueños mantenían impecable, con un jardín de tres hectáreas. Ellos se iban y todo eso nos quedaba para nosotras. Al final terminamos quedándonos seis meses, porque ellos viajaban mucho. Hoy ellos y los perros son como nuestra familia”, cuentan.

Fio y Ania cuidando perros en una mansión de Francia
Fio y Ania cuidando perros en una mansión de Francia.

En ese tiempo aprovecharon para recorrer el país pero, aunque los dueños de la casa querían que se quedaran, ellas sabían que no planeaban permanecer tanto tiempo en un mismo lugar. Así que volvieron a repetir la fórmula y se postularon en distintas plataformas. En menos de 24 horas tenían tres ofertas laborales: para cuidar a 40 perros siberianos en Dinamarca, para cuidar a un perro en un pueblo de Francia cerca de donde estaban o en un intercambio con una familia irlandesa, para cuidar a sus hijos y ayudarlos en la construcción de un hospedaje que estaban haciendo en el fondo de su casa. Al final, aunque no estaba en sus planes viajar a Irlanda, eligieron esa última opción.

Llegaron y se quedaron con la familia cinco días: el trabajo no era el que les habían ofrecido y, la única regla que tenían, antes de salir a Uruguay, era que si una no estaba bien en un lugar, se irían.

instagram

Para seguir su viaje

Fio y Ania comparten todas sus experiencias a través de la cuenta de Instagram Dos uruguayas por el mundo. Allí, además, comparten información útil para otros viajeros o personas que quieran, como ellas, recorrer el mundo. 

Decidieron, entonces, irse a Dublín. “Nos encontramos con que había una crisis habitacional impresionante. Alquilamos un hostel que nos salió 200 euros la noche, algo impensado. Después, gracias a una seguidora de Instagram conseguimos una habitación en un apartamento que compartía un grupo de uruguayos y que nos recibieron como si nos conocieran de toda la vida. Pero, una semana después, la habitación se ocupó y otra vez quedamos en la misma situación”.

Después se fueron a hacer voluntariado en un establecimiento que rescataba caballos y animales de granja. “Ahí pasamos a vivir en una cabaña de madera, trabajábamos cuatro horas por día haciendo lo que hubiera que hacer, desde alimentar a los caballos, pintar postes, arreglar alambrados, lo que fuera, no te aburrías nunca. Fue una experiencia increíble, el grupo de los otros voluntarios era divino. Nos quedamos ahí un mes y nos fuimos a la otra punta del país, a Galway, a trabajar juntas en un hotel como auxiliares de servicio.

Fio y Ania trabajando en una granja en Irlanda
Fio y Ania trabajando en una granja en Irlanda

Fio y Ania hablan, ahora, desde una habitación que alquilan en Gold Coast, Australia. Llegaron allí tras aplicar a una visa deWorking Holiday y a una de estudio. No tienen planes hacia adelante porque, hasta ahora, todo lo que han hecho ha surgido en el camino.

Mientras allá son cerca de las once de la noche, en Uruguay son las diez de la mañana. Eso  —esa diferencia, esa distancia, la consciencia de saber que ahora sí están demasiado lejos de casa— hizo que les costara, al principio, establecerse allí. Sin embargo, dicen, ese es uno de los aprendizajes: saber que, aunque sus padres cumplan años o una amiga se case y ellas se sientan lejos, igual están. De otra forma, pero siguen cerca. 

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