De una remera ensangrentada al primer escudo nacional: así funciona el taller del Museo Histórico

Ubicado en la casa de Manuel Ximenez, no está abierto al público y allí se reparan todos los objetos dañados del Museo Histórico Nacional.

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Adriana trabajando en la restauración del primer escudo nacional
Foto: Estefanía Leal

Por Soledad Gago

El 31 de marzo de 1933, Baltasar Brum, político del Partido Colorado y expresidente de la República, recibió el aviso de que Gabriel Terra, entonces presidente de facto, autorizaría su salida del país. Pero Brum, que había instado a los suyos a rechazar y resistir ante la dictadura de Terra, no aceptó la propuesta de abandonar Uruguay. Entonces, ese día y como muestra de sus convicciones, salió de su casa en el Centro de Montevideo, dio algunos pasos, se paró en la calle, gritó ¡Viva Batlle! ¡Viva la libertad! Y se pegó un tiro en el corazón.

La camiseta que Brum llevaba debajo de la camisa y debajo del saco quedó empapada en sangre. Hoy está, con las mismas manchas, guardada en el taller y depósito del Museo Histórico Nacional. Mantener esas manchas en la camiseta es, en parte, conservar la historia.

“Hay una cuestión histórica en la restauración, que es que podés intervenir los objetos hasta cierto punto”, dice Ernesto Beretta, licenciado en Antropología, historiador en Historia del Arte, y parte del equipo de restauración del Museo Histórico. Si se interviene de más, se corre el riesgo de cambiar el recorrido histórico del objeto, de que, alguna manera, pierda cierta fidelidad.

En el Museo Histórico está, también, una de las banderas que usó el ejército uruguayo en la Guerra del Paraguay, la ropa que llevaba Amalia Batlle cuando murió de tuberculosis. Además hay un depósito con uniformes militares, prendas y objetos personales de distintas personalidades de toda la historia nacional.

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Trabajo en el taller del Museo Histórico Nacional
Foto: Estefanía Leal

Y también hay cuadros, lanzas, accesorios, colecciones de diarios, mapas, armas, juguetes, alhajeros y joyas, objetos de todos los tipos, de todos los colores, de todos los tamaños: allí se almacenan, se reparan y se cuidan colecciones enteras de una variedad enorme de cosas que forman parte de la historia del Uruguay (y de la historia del mundo).

En una casa colonial

El taller del Museo Histórico Nacional funciona en la casa que perteneció al comerciante andaluz Manuel Ximenez y que todavía se mantiene intacta. Ubicada sobre la rambla 25 de Agosto, en la esquina de Ituzaingó, en Montevideo, se trata de una edificación de estilo español.

Fue construida entre 1816 y 1818, en el transcurso de la invasión portuguesa a la Provincia Oriental. Tiene dos plantas, un patio interno, un mirador. Y, aunque no se sabe demasiado sobre Ximenez y su familia, sí se supo que allí se alojaron distintas personalidades en sus visitas al país, como el Papa Pío IX. Es por eso que, aunque no hayan quedado rastros, se cree que en la planta baja la familia tenía su propia capilla.

Desde 2014, en el segundo piso de la casa, funciona el depósito y taller del Museo Histórico Nacional.

Es un lugar difícil de calificar: en las escaleras de mármol hay, por ejemplo, apoyados distintos bustos, algunos cuadros. Están allí, dice Ernesto Beretta, porque son objetos muy pesados para que los soporte la segunda planta de la casa.

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Interior de la casa de Manuel Ximenez
Foto: Estefanía Leal

En este depósito taller no hay, en primera instancia, un orden lógico de las cosas: allí, en ese lugar de paredes blancas y sólidas en el que casi no hay humedad, los objetos se acumulan por todas partes, como si fuese un montón de historia resistiéndose al olvido.

Para eso están Ernesto y Adriana Clavelli, el equipo de restauración del museo. Son ellos -a veces junto algunos ayudantes, pasantes y voluntarios- los encargados de cuidar y reparar todos los objetos que se dañan o se gastan por el paso del tiempo y que están en una de las ocho casas que forman parte del Museo Histórico. Su trabajo es, literalmente, mantenerlos en buenas condiciones, custodiar esa parte de la historia que tiene unas formas determinadas, concretas.

El trabajo de los restauradores

Sobre una de las mesas del espacio de trabajo hay dos esferas, una terrestre y la otra celeste. Ernesto acaba de terminar de repararlas. Estaban tan dañadas que no se veía ni siquiera qué eran. Después de limpiarlas descubrieron que se trataba de dos esferas fabricadas en el año 1716, de las cuales no hay muchos ejemplares. Los que aún existen están en universidades de Europa. Después lograron encontrar en Internet las partes que les faltaban a cada una y, por un sistema de punteado, lograron recrearlas.

Sobre otra de las mesas, Adriana trabaja en la restauración de uno de los primeros escudos del Uruguay. Se trata de una pintura en óleo que estaba pegada sobre una tela y sobre una madera. Estuvo un tiempo en la sala de senadores del Palacio Legislativo, pasó por el Teatro Solís y después llegó al museo.

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Esferas reparadas por el equipo del Museo Histórico
Foto: Estefanía Leal

Para repararlo hubo que despegarlo de las maderas y de la tela. Extenderlo, investigarlo, probar cuál era el solvente que funcionaba para remover el barniz sin sacar la pintura y, después recién, empezar a trabajar.

Adriana se sienta frente al escudo, coloca un algodón en el extremo de una vara pequeña, pone un papel sobre el que apoya los brazos, moja el algodón en alcohol industrial y empieza a remover el barniz amarillo del extremo izquierdo, donde está el caballo. Hace movimientos suaves, circulares, pequeños. Hay que saber hasta dónde ir para no dañarlo, para no quitarle el color original. Hay que probar, frenar, volver a empezar. Para la restauración se necesitan varias cosas -instrumentos, herramientas, investigación, información- pero sobre todo se necesita paciencia y tiempo.

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