De vender ravioles puerta a puerta en Durazno a dar conferencias por el mundo y trabajar para Microsoft

Álvaro Videla aprendió programación de forma autodidacta, trabajó para Apple y para VMWare.

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Álvaro Videla en una conferencia sobre Microsoft.
Foto: gentileza Álvaro Videla.

El ocho de febrero, Álvaro Videla escribió en inglés, en la red social X, algo así: “Hace 20 años estaba vendiendo comida en la calle. No tenía idea de programación. Hoy hice una presentación sobre ‘Microsoft Fabric’ en el MicrosoftAI Tour, en Bengalore (...). Para ser honesto, no lo puedo creer”.

En ese párrafo, que estaba acompañado por algunas fotografías suyas en la presentación sobre Microsoft en India, hay una historia sin completar. ¿Qué hubo antes? ¿Qué hay en el medio? ¿Qué sucedió para que un uruguayo de 42 años que nació en Durazno y trabajó vendiendo comida en las calles de su ciudad, de pronto, 20 años después, esté trabajando en Microsoft, una de las corporaciones de tecnología e informática más grandes e importantes del mundo?

Tal vez sea imposible de abarcar en una nota. Pero lo que sucedió fue, más o menos, así.

Todo empezó en la biblioteca de su abuelo, que vivía a una cuadra de su casa en Durazno y que Álvaro visitaba casi todos los días: su padre había muerto cuando él era niño y su madre salía a trabajar para mantenerlo a él y a sus hermanos.

Era una biblioteca enorme, con libros de física, electricidad y literatura. Álvaro sacaba los que le interesaban, los desparramaba arriba de una cama y se arrodillaba en el piso a leer. Así pasó tardes enteras en las que leyó desde la Biblia hasta Arimética, de Pedro Martín.

Su abuelo era mecánico de aviones y tenía, además, un galpón repleto de herramientas con las que Álvaro y sus hermanos se pasaban jugando, imaginando cosas. Y también tenía una huerta: todas las mañanas la cuidaba, la acomodaba, plantaba. Y Álvaro siempre estaba ahí, mirándolo, aprendiendo sin decir nada.

“Mi abuelo era un hombre de acción pero de pocas palabras. Creo que de grande esa ética que él me enseñó de amar el saber, y de simplemente hacer las cosas, me ayudó mucho para avanzar en lo profesional”, cuenta.

De niño Álvaro quería dos cosas: ser aventurero y ser matemático, aunque no supiera del todo qué significaba ni una ni la otra. Lo que sí sabía era que lo que él quería se parecía a lo que había aprendido en aquel libro de la biblioteca de su abuelo. Y que la aventura tenía que ver con llegar, algún día, a los lugares que había leído en El faro del fin del mundo o en La isla del Tesoro. Él quería esa vida.

Siendo adolescente, su amigo Javier, mayor que él y estudiante en la Facultad de Ingeniería, le mostró algunas cosas que podía hacer con su computadora, como “hackear” los programas o crear aplicaciones. Álvaro quedaba fascinado, pero no tenía una computadora propia para poder hacerlo por su cuenta.

Fue por eso que convenció a su abuelo de que le comprara una. “Como él tenía recursos limitados y éramos varios nietos, decidió que a cada uno nos iba a dar una mano a su manera. En mi caso, me preguntó si la computadora era realmente lo que yo pensaba que me iba a ayudar en la vida. Le dije que sí. Con los ojos llorosos me dio US$ 400 para que me comprase una de segunda mano. No sé si algún día logré comprender el significado total de ese gesto de mi abuelo, pero siempre le estaré agradecido por haber confiado en mí”.

Álvaro se casó a los 21 años con una compañera del jardín de infantes con quien se reencontró a los 18. Recién casados, se las arreglaban para vivir vendiendo comida en las calles de Durazno. Primero empanadas, donas y torta fritas. Después, ravioles caseros. Durante la semana golpeaban puertas y ofrecían pastas para el domingo. Se pasaban el fin de semana entero cocinando y los repartían en bicicleta. Llegaron a hacer 2.000 ravioles para un solo día. Pero no era un gran negocio. Terminaban agotados y el ingreso era poco.

Después se fue a estudiar profesorado de Lengua y Literatura a Florida, pero abandonó la carrera para hacer algo más y “ganar algún peso”. Entonces se puso como objetivo estudiar programación. Se contactó con una tía de su esposa que vivía en Estados Unidos y le pidió que le comprara algunos libros y se los enviara por correo. Así ha sido casi siempre su carrera como programador: aprendiendo de forma autodidacta desde los libros.

Lo primero que hizo fue desarrollar un sitio web sobre Durazno, que permitía localizar comercios. Ese fue el inicio de todo lo que vino después. Entró a trabajar como programador en una empresa en Montevideo, y, al tiempo, luego de haber decidido junto a su esposa que querían recorrer el mundo, aplicó para una empresa en China, quedó y se mudaron.

“En China aprendí muchísimo, sobre todo al comenzar a trabajar en inglés y con colegas de Estados Unidos y de Europa (…) Comencé a escribir para revistas de programación, me empezaron a invitar a dar conferencias, y de a poco me fui dando a conocer, al punto de que otras empresas se interesaron en contratarme. Comencé a escribir un libro de programación, y ello me llevó a que una empresa Suiza me invitarse a trabajar para ellos”, cuenta.

Pasó por VMWare, por Apple, fue consultor técnico para la serie Silicon Valley de HBO, dio claes en la Universidad Politécnica de Salzburgo y llegó a trabajar en Microsoft, donde se desarrolla como Developer Advocate, “un cargo técnico que está entre medio de los equipos que desarrollan productos en Microsoft, y los programadores que los usan”.

Álvaro sigue viviendo en Suiza con su esposa. Ha viajado por el mundo. Le siguen apasionando los libros. Tiene una biblioteca propia. Ha dado clases y conferencias. Ha regresado a su ciudad para hablar sobre programación. Si mira hacia atrás, nunca pensó que iba a tener una vida como la que tiene. Y tal vez la historia todavía no haya terminado.

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