Por Mariel Varela
Federica Fontana está convencida de que heredó la pasión por las alfombraspersas de su madre, que iba a remates en búsqueda de esas preciadas piezas y otras antigüedades. Esas visitas a mercados que empezaron como un entretenimiento por estar lejos de su país (vivió cinco años en Dubai) se convirtieron en un abrir y cerrar de ojos en un próspero negocio.
De tés organizados por una tía que la ayudó a llegar a su público objetivo cuando era una desconocida pasó a desembarcar con la marca Marhaba en José Ignacio (primero con carpas en la plaza del pueblo y siete años atrás con un llamativo local en la calle Eugenio Sainz Martínez) y venderle a empresarios de renombre y celebridades comoGael García Bernal y Nequi Galotti.
Volantazo
El 2004 encontró a esta amante del diseño y el arte en Dubai. Se mudó con sus hijas chicas a Emiratos Árabes para acompañar a su marido Esteban (él es arquitecto y había ganado un concurso). Así empezó a recorrer mercados y aquello fue la panacea. Aprendió que los pakistaníes y afganos le roban los dibujos a los iraníes porque estos son mucho mejores artesanos, que comprar una alfombra de otro origen en Irán sale un disparate porque buscan preservar la identidad y que las persas auténticas están solo ahí.
Empezó a traer alfombras persas originales en un bolsito en los viajes anuales que hacía a Uruguay para visitar a la familia y se sorprendía de lo rápido que se vendía todo. Era tal el furor que a Esteban se le ocurrió transformar el pasatiempo en un negocio con gran olfato. Al principio mandaban cajas por avión y una tía jubilada organizaba tés entre amigas y las vendía de un tirón. El boca a boca funcionaba perfecto.
La crisis de 2009 en Estados Unidos obligó a esta familia a dar un volantazo. Esteban había cambiado de trabajo hacía poco y le avisaron que no lo iban a tomar. “’O te damos plata y nos esperás tres meses o te volvés a Montevideo’, le advirtieron. Y él dijo: ‘Nos volvemos, es el momento’. Agarramos esa plata y decidimos hacer una buena inversión allá. Estuvo súper bien en decirme ‘andate a Irán y mirá qué pasa’”, cuenta Federica a El País.
La primera vez en Irán fue compleja. Compraron 50 alfombras y hoy traen 500 por año. Llevaban todo el dinero en efectivo porque allí no hay depósitos ni bancos. Se encontraron en la oficina de un desconocido y se arriesgaron. ‘¿Qué pasa si le damos toda la plata a un extraño y no nos manda nada?’, le dijo Esteban a su esposa. Ella contestó: ‘No vamos a haber hecho todo este viaje por nada, es por algo, así que vos confía’. Y todo salió bien.
La discreción de García Bernal y un cliente que salvó el año
Federica asegura que el público de Marhaba se caracteriza por ser excéntrico. En la primera quincena de enero hay mucha gente buscando chaquetas de terciopelo exclusivas (US$ 450) o bolsos de la India para lucir en fiestas y eventos.
En abril o marzo aparecen los decoradores de los dueños de las chacras de Garzón que buscan alfombras, puffs o travel bags para actualizar la ambientación de sus hogares.
En 2014, año en que se mudaron de la plaza de José Ignacio a un local en Manantiales (donde permanecieron dos años), un mega empresario italiano hizo una única compra por miles de dólares que les salvó el año.
Ha tenido clientas famosas que piden alfombras persas gastadas o con agujeros, ya que estas piezas se caracterizan por pasar de generación en generación, y tener una de un ancestro otorga clase y estatus.
El último mes del año, dice, es común que circule mucho extranjero por el local, y un 17 de diciembre la sorprendió la visita del actor mexicano Gael García Bernal, que con bajo perfil y muy buena onda, compró algunos artículos de decoración.
“Se llevó dos puffs y un travel bag. Le contamos toda la historia del travel bag con los beduinos y Gael me preguntaba: ‘Decime de vuelta, porque así después cuando lo tenga en mi casa lo puedo contar’. Divino, muy perfil bajo”, relata Federica a El País
Flow
Los inicios de Marhaba se remontan a una carpa beduina llena de alfombras instalada en un terreno al lado de la plaza de José Ignacio que le alquilaron a una amiga de Federica. “Fue tal el suceso que venían importantes empresarios argentinos y negociaban precio”, cuenta entre risas Federica, sin revelar nombres.
Desde aquel 2009, viaja todos los años a Irán para elegir alfombras. Son piezas únicas y seleccionadas de forma minuciosa. Recorre los mercados y conoce cada tienda de memoria. “Me siento en un galpón enorme donde no hay luz del día, ellos me empiezan a mostrar y digo ‘esta sí, esta no, esta puede ser’. Después reveo”, relata.
Cada viaje es una travesía. Los acompaña siempre un traductor que los espera en el aeropuerto y va con ellos a todas partes. “El traductor me dice: ‘Indudablemente este es tu flow, tu vocación’. Yo no siento que trabajo cuando voy”, dice.
Y se nota. Conoce la historia de cada pedazo de tela que está en el local: sabe de qué año son, de qué material y de qué región. Habla sin parar y con propiedad, salta de un tema al otro, dice que todo tiene una historia pero que no se puede meter en todo. Es que para Federica cada alfombra es una joya: “Es como si fueran piezas del alma”, define.
De la plaza de José Ignacio a cruzar la frontera
La alfombra persa, dice Federica, está hecha para que sobreviva al paso de los años y permanezca en la familia, ya que se traspasa de generación en generación. Así, muchos clientes llegan al local de José Ignacio en búsqueda de lo vintage. Otro tantos quieren la moda. La última tendencia son las gastadas: una alfombra prémium vale US$ 5.500. Hay otras más accesibles a US$ 200. En los inicios de Marhaba, Federica y Esteban vendían en una carpa beduina en la plaza del pueblo. Hoy tienen un local en Carrasco (Montevideo) y otro en Pilar (Buenos Aires) donde el boom son los bolsos estampados y almohadones de yute traídos de la India.