HISTORIA
Solo abre tres días al año y El País consiguió una excepción para conocerlo; ¿quiénes merecen el honor de estar allí?
Un corazón en un frasco con formol y dos hombres enamorados de la misma mujer compartiendo eternamente el espacio son algunas de los relatos escondidos en el Panteón Nacional, un Monumento Histórico Nacional, que salvo tres días al año, permanece con las puertas cerradas. El País consiguió una excepción y, acompañado del arquitecto Eduardo Montemuiño, miembro de la Red uruguaya de protección de Cementerios y Sitios Patrimoniales y de la Red Iberoamericana de Gestión y Valoración de Cementerios Patrimoniales, bajó a conocer un recinto tanto solemne como austero que representa “una simplificación de qué es el país” y quiénes deben ser venerados como héroes o referentes; una discusión que, según Montemuiño, debería renovarse cada tanto. “¿Es esta la gente que debe estar acá o cuántos más deberían estar?”, lanzó.
Los nombres.
Se conocen muy pocos datos sobre la construcción del Panteón Nacional. En realidad, no hay ley ni decreto que lo haya ordenado de forma explícita. No se sabe, por ejemplo, si el piso o los mármoles son originales o agregados posteriores. Sí se sabe que era el depósito de la capilla que está en el piso superior y que es una obra que evoca el neoclasismo italiano inaugurada el Día de Todos los Santos de 1863. También se sabe que se autorizó la inhumación de José Ellauri en esta cripta y se continuó con esta práctica con distintas personalidades que se consideraban merecedoras de admiración. Los romanos decían que “la costumbre hace la ley”.
Montemuiño lo explicó así: “El Panteón Nacionales la concreción de lo que es la identidad nacional. La sociedad se consolidaba políticamente en un Estado y ese Estado necesitaba referentes. Los primeros van a ser los generales y los militares que lucharon por la independencia”.
Tal es el caso de Andrés Latorre, Félix Eduardo Aguiar, León de Palleja, Pablo Pérez, entre otros. “Los lugares que ocuparon estas personas al lado de Artigas o de Rivera o de Oribe son parte de la historia del país contada en capítulos que se ven aquí. Las urnas no son solamente objetos. Son lecturas de la historia”, comentó Montemuiño. Basta con leer las placas: de Palleja “murió gloriosamente en la Batalla de Tuyutí”; o Don Eugenio Garzón, quien “fue gestor de fronteras americanas que significan derechos y libertades”.
Garzón merece un apartado. Todos los sepulcros tienen el pabellón nacional, pero el suyo tiene, además, hay algo único: una urna de vidrio con un recipiente que deja ver su corazón. La leyenda es que la familia lo quiso preservar para que en un futuro se estudiara su causa de muerte; la historia oficial sí habla de un error médico, pero la exhibición del órgano es simbólica. “Refuerza la identidad de alguien honorable a la patria. Habla de las virtudes de este ser humano para recibir este honor. La concepción de la muerte en ese momento de alguien tan honorable era otra. ¿Qué mejor que ofrecer el corazón a tu país?”, enseñó el arquitecto a El País.
Con el tiempo, el Panteón Nacional recibió a otros referentes: médicos como Américo Ricaldoni y Francisco Soca; presidentes como Lorenzo Latorre, Juan Idiarte Borda o Julio Herrera y Obes; y artistas como Juan Manuel Blanes, Julio Herrera y Reissig, José Zorrilla de San Martín, José Enrique Rodó o Florencio Sánchez.
“De los militares se pasa a la cultura y a la economía. Es una construcción y es temporal. Para construir una sociedad se necesitan héroes”, apuntó.
Una compañía incómoda para la eternidad.
Además del amor hacia Carlota Ferreira, Emeterio Regunaga y Juan Manuel Blanes tienen una cosa en común: sus restos descansan muy cerca en el Panteón Nacional. El primero (el esposo de Carlota) no solo fue soldado en la defensa de Montevideo sino varias veces ministro en distintos gobiernos; Blanes (amante de Carlota) fue el pintor de la Patria, creador, entre otros, de la obra Juramento de los Treinta
y Tres. Afortunadamente, el que no está es Nicanor Blanes, hijo de Juan Manuel y también amante y posterior esposo de Carlota. “Lo de los amantes es parte de las anécdotas que tiene todo panteón”, dijo el arquitecto Eduardo Montemuiño.
Los que faltan.
No todos están incluidos en el Panteón Nacional. Algunas tumbas de otros Treinta y Tres Orientales están a unos pasos de la cripta; también lo está José Pedro Varela. José Artigas, por su puesto, tiene su propio mausoleo en Plaza Independencia pero, hasta que fue construido, su urna estuvo un tiempo en la capilla. Joaquín Suárez o Fructuoso de Rivera tampoco están aquí; sus restos descansan en la Catedral de Montevideo. Otros, como Timoteo Aparicio, están en el interior. “En el Panteón Nacional resumimos una parte pequeña de la sociedad y hasta montevideana. Pero hay otros héroes recordados en otros cementerios. Además, también estas son cosas que decidían las familias”, agregó el arquitecto.
Algunas personalidades tenían un lugar designado pero por su propia petición o la de familiares fueron enterrados en otros lugares. Mario Benedetti, por ejemplo, quiso compartir un nicho en el Cementerio Central con su esposa; Juana de Ibarbourou descansa en el Cementerio del Buceo.
Montemuiño concluyó: “Perfectamente podrían venir futbolistas que están en los cementerios Buceo y Británico. Todo depende del relato que elija la sociedad si está dispuesta a discutirlo”.
Poetisa, político de izquierda y cacique.
Las últimas tres incorporaciones al Panteón Nacional son las de la poetisa Delmira Agustini (la única mujer), el político y fundador y director del semanario Marcha?Carlos Quijano y Vaimaca Pirú. Las tres correspondieron a reivindicaciones de distinto tipo: políticas, de género y étnicas. Salvo el traslado de los restos de Quijano que se dieron bastante cerca de su deceso, los otros se produjeron muchas décadas después.
En el caso del cacique charrúa, sus restos fueron traídos de Francia donde fueron exhibidos en distintos museos desde 1833. Fueron repatriados en 2002 y recibieron un sepelio e inhumación con honores de Estado. Un año después fueron profanados; recién fueron restituidos al Panteón Nacional en 2008.
“Podrían ingresar nuevas personas. El hecho de que haya entrado Vaimaca, Delmira o Quijano te da la lectura de que es una posibilidad. No es un tema de espacio, es un tema de posición, de qué relato tenemos aquí y cómo se cuenta”, comentó el arquitecto Eduardo Montemuiño en diálogo con El País.
Y añadió: Es parte de la presión social que se genera sobre un tema. ¿Quién es digno de estar acá? ¿O porqué no hay más mujeres?”