RINCÓN DE PANDO
Particia y Marcos tienen cuatro hijos y hace dos años se mudaron al campo, sin imaginar que su hogar se convertiría en un espacio repleto de naturaleza y animales, que hoy recibe a otras familias.
Desconectar para conectar. Esa es la premisa de una familia que descubrió en su día a día la mejor forma de vivir y que no se quedó solamente con ese privilegio, sino que decidió abrir la puerta de su hogar para compartirlo con otros.
Patricia y Marcos se conocieron hace 15 años y ellos mismos dicen que nunca imaginaron el rumbo que iba a tomar su vida juntos. “Un familión divino como el que tenemos”, cuenta Patricia a El País, un hogar repleto de naturaleza y la visita de decenas de familias que multiplican las buenas energías del lugar.
Junto a sus hijos, Zoe de 11, María Paz de 5, Francisco de 3 y Josefina de 2 años, Patricia y Marcos vivían en Ciudad de la Costa y hace dos años, cuando estaba comenzando la pandemia, se mudaron a Rincón de Pando.
“Marcos fue criado en el campo, sus padres son inmigrantes japoneses y se dedicaron siempre a la floricultura. El no tenía, entonces, experiencia en animales pero sí en todo lo que es el ámbito rural. Y yo soy bien citadina”, señaló Patricia, que es psicóloga y desde hace años trabaja con niños y familias.
Las historias que siempre le contó Marcos de su infancia, sobre una crianza en contacto con la naturaleza y toda la libertad que eso supuso, hicieron que esta pareja buscara salir del ajetreo y lo cambiara por la tranquilidad del campo: “Se nos dio la oportunidad y nos mudamos. Hoy en día nuestra vida diaria es lo que ves en las fotos. Paz total y absoluta. Porque contactar con la naturaleza te da esa sensación de felicidad. No hay nada que uno tenga que hacer, esa sensación te la trasmite el solo hecho de estar y los chiquilines enseguida se entusiasmaron con la idea”, contó Patricia.
Llegó un momento en que sintieron que todo eso tenía que ser compartido: “No nos lo podemos quedar para nosotros solos”, dijeron, y entonces pensaron en comenzar a recibir a otras familias.
Así nació Espacio El Timbó. “No imaginábamos lo que iba a venir después y eso es lo más lindo, cuando las cosas se van dando espontáneamente. El año pasado yo como psicóloga recibía a grupos de escolares. Era muy lindo, pero los padres venían y los dejaban y nos parecía que estábamos dejando afuera la parte fundamental, que es el trabajo con las familias. Muchas veces uno desde la clínica ve que hay mucha necesidad de que las familias puedan estar desde otro lugar, pero no hay muchas propuestas o no saben qué hacer o dónde ir”, explicó.
Entonces decidieron ampliar la invitación y abrir sus puertas, compartir esa “excusa para conectar, para disfrutar”.
Fue de esta manera que a partir de marzo de este 2022 comenzaron a realizar más publicaciones en redes sociales y el “boca a boca” de los que visitaban el lugar y contaba su experiencia allí hizo que cada fin de semana llegara más gente. “Hemos tenido una gran repercusión de las familias, todos los que vienen resuenan con la energía de los simple, porque nosotros no tenemos nada estrafalario para ofrecer. Es simplemente conectar con la naturaleza, parar, enfatizamos mucho en el concepto del encuentro con el otro”, dijo Patricia.
Además, explicó que la base de las visitas es un enfoque en el encuentro. La idea es que chicos y grandes puedan interactuar entre ellos, con los animales y con el ambiente. La invitación es a “desconectarnos de las pantallas y del mundo tan acelerado. Que podamos parar y ver eso que el otro tiene para aportar, dar y recibir”.
Comenzaron con pocos animales y hoy en día tienen de todo: “Apenas llegamos adoptamos a Carmela, que es una oveja que hace poquito tuvo mellizos. Después llegó Carmelo. También empezamos adoptando unos pocos conejos que se fueron reproduciendo. Hoy tenemos cabritas, terneros, algunas vacas que son de los vecinos pero que vienen de pastoreo, tenemos a la chancha Joaquina y al chancho Junior. Tenemos gallinas, pollitos, un pavo real. Ellos están totalmente adaptados porque se sienten confiados y cuando un animal confía se entrega por completo”, detalla. Es que todos estos animales ya forman parte de la familia y a diario tienen contacto con ellos. “Los niños les dan de comer, los agarran, tenemos un trato con ellos que ya saben que quienes vengan no les van a hacer daño”, agregó Patricia.
En el espacio también fueron poniendo juegos para los niños más chiquitos y también para los más grandes. Tienen desde hamacas hasta un jenga gigante, pasando por mesas de ping pong, futbolito, canchas, pelotas, cuerdas, zancos. “Es divino poder compartirlo. Hacemos fogones y ahora nuestra propuesta es de merienda. Marcos hace pan casero en el horno de barro y la idea es que los que vengan se sientan como en su casa”, también explicó.
La idea es que los visitantes se sientan libres. Por eso es que no hay actividades planteadas en concreto. “La gente está acostumbrada a estar siempre haciendo, a que los chiquilines tienen las agendas completas. Y acá se propone algo totalmente distinto, que es dejar de hacer para hacer. Es importante esto de no pautar actividades u horarios, sino de conectar, con unos y otros, tiene que ver con esto del ser, las miradas, la escucha”, dijo Patricia.
Como psicóloga, destacó los múltiples beneficios que encuentra en este tipo de experiencia, tanto en chicos y grandes, pero sobre todo en los niños: se activan todos los sentidos, pero también aparecen otras cosas como el hecho de “que ellos aprendan a no avasallar, a saber que tienen que parar porque el otro se asusta o puede reaccionar entonces también es respetar el tiempo y el espacio otro de animal o el otro niño que tiene al lado. Es un espacio para pasar un tiempo en que nos desconectamos para conectar”, concluyó.
Una forma de volver a la niñez.
Patricia, quien junto con Marcos abrió las puertas de su casa para recibir visitas de otras familias, dijo a El País que en estos encuentros “afloran muchas historias, porque todos tienen algo para contar. Es como si tuvieran una regresión a la infancia. Y ese volver a la infancia es volver al centro de tu ser. Es mágico y se da simplemente brindando este espacio para conectar con la naturaleza”.
Ella es psicóloga y dijo que estos son temas que ha estudiado, “pero una cosa es leerlo en un libro y otra es verlo tan claramente. Los niños van aprendiendo con todos los sentidos. Por ejemplo, al tocar un animal comparan si uno tiene la piel más suave, más áspera, los olores, todo se activa”, señaló.
Desde marzo reciben visitas todos los sábados y también el primer domingo del mes.
Hay que coordinar previamente. Actualmente el costo por persona es de $500 los adultos, $300 los niños y menores de 2 años no abonan. Incluye merienda casera.
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