Si hay algo que reina a lo largo de los 60 kilómetros de costa que tiene Punta del Este es la variedad de opciones. Hay playas amplias y tranquilas, ideales para hacer introspección o disfrutar en familia; otras con el oleaje indicado para practicar surf; algunas con propuestas originales como yoga, campeonatos de beach tenis o tejo, sunsets y hasta sesión de masajes.
Para deleite del paladar, pululan los paradores con diversas alternativas gastronómicas y no faltan los clásicos chiringuitos con panchos, choclos y palos de queijo a $ 100; tragos y licuados a $ 200 y cervezas a $ 180.
A no quejarse: hay opciones para todos los gustos y edades.
Pinares

Es el escenario perfecto para quien busca estar tranquilo, descansar y en absoluta desconexión con el bullicio. Si además es de los que le gusta madrugar, la experiencia será redonda. Aterrizar antes de 8:30 en esta playa es garantía de que no oirá nada más que el ruido del viento y las olas que golpean en la orilla.
La paz es extrema entre el ingreso a Punta del Este y la Parada 24 de la Mansa. No invaden los motores de los autos que circulan por la rambla y puede elegir sentarse a metros de otros visitantes, si así lo desea, porque es súper amplia y espaciosa.
Es ideal para relajarse, leer un libro, escuchar música, contemplar la naturaleza o meditar. Consejo sano: ponga el celular en modo avión pero llévelo ya que la espectacular vista amerita alguna foto de recuerdo.
En esta playa familiar los niños tienen espacio de sobra para correr y jugar. Eso sí, no los descuide si van al agua: a simple vista puede parecer un plato, pero es profunda.
El punto de encuentro en Pinares es el parador de la 31, donde podrá hacer un alto cuando el sol aceche y disfrutar de variadas propuestas gastronómicas: minutas, ensaladas, especialidades del chef (pulpo español a la parrilla o bife de ternera en su jugo por $ 1.500 o $ 1.150, respectivamente) sushi, cafetería y tragos.
El emir

Situada en la Península, a dos cuadras de Gorlero y la Plaza de los Artesanos, es la segunda playa sobre la Costa Atlántica y un clásico entre los surfers que la consideran su lugar de referencia en Punta del Este. No importa en qué momento del año circule por aquí, siempre verá tablas océano adentro. La razón es que la temperatura del agua no desciende en invierno y su intenso oleaje es todo lo que está bien para ese deporte.
Es el sitio idóneo para aprender surf. La escuelita El Emir está hace 20 años, ya es un clásico del balneario y se acercan alumnos de todas las edades.
Es la playa soñada de los jóvenes por su ambiente: hay muros graffiteados a su alrededor, ruido y multitud. Las sombrillas están pegadas unas a las otras en esta playa con poca arena y mucha roca donde el sonido a olas no cesa.
Hay otro par de postales que regala el paisaje de El Emir: un santuario dedicado a la Virgen de la Candelaria entre las rocas, protegida por vidrios donde se reciben ofrendas, y los restos del barco Santa María del Luján que naufragó en sus costas en 1965.
Dato no menor: si les da hambre o sed, hay chiringuito.
Los dedos

Es parada obligada para los turistas: elijan o no tirarse en su arena o meterse al mar, deben pasar por aquí a tomarse la foto con este símbolo de Punta del Este y punto de referencia para ubicarse en el balneario. En plena temporada hay largas filas para capturar esta clásica imagen con la mano que emerge de la arena, así que vayan con tiempo.
Ubicada en la Parada 1 de la Playa Brava, la arena es finita y resalta por su blancura. Abarca a un público más familiar por ser más espaciosa y menos ruidosa que El Emir, aunque el surf también es un sello distintivo de esta playa, favorecida por sus olas.
Aquí se organizan diversos encuentros de este deporte y también funciona la escuelita Los Dedos, donde se enseña tanto a niños de 4 años como a adultos de 70. Según comenta Javier Aguirre, uno de los dueños, la gente busca esta playa para tomar clases de surf porque llevan más de dos décadas instalados aquí.
Como plus: se alquilan trajes y tablas por el día a $ 1.300. Y se ofrece la opción de tomar clases puntuales de una hora con equipo incluido a $ 1.200.
En Los Dedos también hay chiringuito disponible.
Montoya
Es la playa más convocante de La Barra y una de las favoritas de los más jóvenes. Apenas desciende a la arena, una se topa con enormes camastros cómodos y soñados para descansar y entrar en el modo relax típico de las vacaciones.
Hay canchas de fútbol y volley en su amplia arena. Como novedad de esta temporada, Reserva Montoya ofrece actividades varias y gratuitas: beach tenis y beach fútbol, campeonatos de tejo, yoga, stretching y funcional.
No hay fechas ni horarios fijos: las propuestas se anuncian con un día de antelación en una pizarra ubicada en el ingreso a Montoya.
Oleaje, música chill out y la chance de disfrutar el atardecer en un ambiente encantador. Vale llevar abrigo si van a quedarse hasta que baje el sol.
El parador Moby Dick con tragos de autor ($380), jugos detox ($ 350), cafetería, ensaladas, pastas, pesca o tablas para compartir también invita a permanecer más tiempo en Montoya.
Bikini

Es, sin temor a equivocarme, la playa más top del balneario. Esto es así desde hace años y es difícil que otra la destrone. Los centenialls y millennials la eligen cada verano. No pierde vigencia. En su arena se ven los looks más osados y es el lugar donde enterarse cuál es la tendencia en materia de moda.
Hay un gran parador con deck y cómodos sillones en madera que invitan a tomar unos tragos al ritmo de la música electrónica, pero es común ver a los jóvenes bajar de sus camionetas con heladerita y copas en mano para brindar durante la puesta del sol con el champagne que traen de sus casas.
El agua verde y cristalina y las chozas que juegan a ser sombrillas dan un aire caribeño a esta playa ubicada en Manantiales.
Los amantes del surf también se dan cita en Bikini donde las olas son aliadas. Se pueden rentar tablas y tablones y el costo va de US$ 15 a US$ 30, dependiendo de la calidad.
Hay algo más que hace única a la playa Bikini y es la presencia de Nury. Ella es fisioterapeuta y esta temporada decidió mudar su consultorio a la arena de Bikini para ofrecer masajes. “La gente se anima y aprovecha en vacaciones para distenderse y darse un gustito”, dice Nury a El País. Y comenta las opciones disponibles: la sesión en camilla de una hora vale US$ 120, y en la silla US$ 30.