Despacio, en la altura y de forma artesanal: así se está restaurando, desde 2020, la fachada del Palacio Salvo

El lunes 20 de enero empezó la quinta etapa de restauración de la fachada del edificio más emblemático de Montevideo. El mayor desafío del proceso ha sido lograr un revoque que sea idéntico al original.

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Palacio Salvo de Montevideo
Foto: Estefanía Leal

Si se pudiera volver en el tiempo, si se pudiera regresar a los primeros años del siglo XX y ver el centro de la ciudad de Montevideo, las casas y los edificios bajos, los hombres vestidos de trajes y galeras, las mujeres luciendo vestidos largos, los autos, que eran pocos, rugiendo alrededor de la Plaza Independencia, las construcciones rodeadas de columnas, las tiendas y las salas de cine, si se pudiera ir a ese momento, o, más exactamente a algún día de fines de octubre de 1928, seguramente lo primero que se miraría, lo que más llamaría la atención, sería su figura, la silueta inmensa y elegante del Palacio Salvo elevándose por encima de todas las cosas, imponiéndose en el paisaje de la ciudad.

Desde que se inauguró el 12 de octubre de 1928 el Palacio Salvo fue, durante más de una década, el edificio más alto de Sudamérica. Fue diseñado por el arquitecto italiano Mario Palanti como encargo de los hermanos José, Ángel y Lorenzo Salvo. Habían llegado a Uruguay desde Italia a mediados de 1860, habían hecho una fortuna con su negocio textil y querían devolverle algo a la ciudad. En un viaje a Buenos Aires habían conocido el Palacio Barolo y se habían deslumbrado y quisieron hacer un edificio similar en Montevideo. En un comienzo fue concebido como un hotel de lujo, con una gran cúpula que funcionara como faro. A mediados de los años 60, sin embargo, fue transformado en un edificio de viviendas y oficinas porque un hotel de 95 metros de altura capaz de alojar a más de 1000 personas resultaba demasiado ambicioso.

Este año el Salvo cumplirá 97 años. La ciudad cambió, evolucionó, se llenó de torres, de edificios modernos, iguales y, sin embargo, hay algo que no cambia: el palacio se sigue imponiendo en el paisaje de Montevideo, su majestuosidad aún es un impacto.

Hay que mirarlo de cerca para ver cómo el tiempo hizo estragos, cómo la lluvia y el viento y el sol de tantos años cambiaron el color de sus paredes, lo ensuciaron, lo oscurecieron. Pero también hay que acercarse para poder ver cómo, en los últimos años, sus colores originales, de a poco, han regresado.

Desde 2020 hay un equipo de 40 personas trabajando en la restauración de su fachada. Se trata de la empresa Modilor Lacoste, con el arquitecto Francisco Colett a la cabeza.

Esta semana empezó la quinta etapa de restauración de la fachada, que durará unos seis meses e incluye las galerías sobre 18 de julio y sobre Andes. Aún queda una sexta etapa, que incluye los planos inclinados del edificio y la torre.

“La etapa que viene ahora va a ser encantadora para la gente, porque van a descubrir que el revoque de estas galerías por donde cientos de personas caminan todos los días, es el mismo revoque que tiene afuera, lo que pasa es que está muy negro, esto ha soportado muchos años de lluvias, vientos, calores”, cuenta el arquitecto.

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Arquitecto Francisco Colett y capaz Gabriel Irigoy.
Foto: Estefanía Leal

Antes de empezar a trabajar necesitan instalar una especie de “laboratorio” en las alturas donde disponen los materiales y las herramientas para empezar con la restauración. Francisco prefiere hacer las cosas despacio, tomarse el tiempo para que salgan bien. Así lo han hecho en cada etapa y así seguirán hasta el final.

“Cuando nos adjudicaron esta restauración nosotros nos apretamos el cinturón al máximo porque sabíamos que este edificio no es un edificio más, es el símbolo de Montevideo. No hay un turista que no se saque una foto frente al Palacio Salvo. Nosotros somos una empresa dedicada a la reparación, no somos una empresa de construcción que restaura, sino que hemos formado al personal desde sus inicios y hemos enfocado a la empresa como un lugar de formación, porque es la única forma de que el oficio se mantenga en el tiempo. El desafío primario era cómo íbamos a hacer para conseguir los revoques y que fueran como los originales”, dice Francisco.

Para lograrlo trabajaron con una arquitecta que se ha especializado en revoques de imitación y que les dio la base técnica de cuáles eran los ingredientes que necesitaban para conseguirlo. Recorrieron el país buscando arenas y lo hicieron. “Logramos por primera vez un revoque que no es artificial, que no tiene ningún agregado, es el revoque tal y como lo hicieron cuando levantaron el Salvo”.

El segundo desafío, explica el arquitecto, era hacer una obra que implicaba desprender molduras a 38 metros de altura sin provocar ninguna caída. “Supone una responsabilidad muy grande, una formación por parte del operario que es impresionante, porque es una operación quirúrgica. Hay que dedicarle mucho, hacerlo con mucho cariño, respeto y dedicación, no solo con respecto al edificio, sino también al oficio. Siempre hablamos de los arquitectos y en el caso del Salvo, siempre se habla de Palanti, pero hubo una empresa alemana que construyó esto, hubo unos oficiales que hicieron los revoques, hubo alguien que pulió el granito, que lo colocó. Es importante reconocer el valor del trabajo artesanal bien hecho. Nosotros sentimos admiración de lo que es capaz de lograr nuestra mano de obra formada y motivada”.

Para el arquitecto, el trabajo de restauración artesanal es como un puente: entre el que hicieron los artesanos en los primeros años del siglo XX y el que están haciendo ahora, entre el pasado, el presente y también el futuro, porque pretenden que con estas reparaciones el Salvo viva 100 años más.

Aunque no se vean desde el exterior, las mejoras en el edificio llevan casi diez años. Las reformas empezaron como iniciativa de la comisión directiva por el interior: se sustituyeron las cañerías de plomo originales por unas nuevas y más modernas, se repararon los ascensores y el montacargas procurando mantener las formas originales y se arreglaron estructuras internas de los pasillos.

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Fachada del Palacio Salvo.
Foto: Estefanía Leal

“Ya hace varias directivas que venimos trabajando desde adentro hacia afuera, sin olvidarnos de que somos Monumento Histórico Nacional y de que quedan cosas pendientes”, dice Maximiliano Patron, encargado de la administración del edificio.

En el Palacio Salvo viven, hoy, unas 1.400 personasen 408 apartamentos, desde estudiantes del interior hasta artistas, desde propietarios que están allí hace muchísimos años hasta los que llegan por un tiempo solo porque quieren saber qué se siente, cómo es vivir en ese lugar inmenso y repleto de historias desde donde se tiene una de las mejores vistas de Montevideo. Es como una ciudad, dice Maximiliano, dentro de la ciudad.

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