Por Emiliano Pettovello de La Nación/GDA
Varios países experimentaron la llamada "fiebre del oro" en el siglo XIX, en la que una oleada de gente se dirigía a puntos estratégicos para trabajar en minas peligrosas y con seguridad precaria para intentar volverse millonarios con un poco de suerte.
Desde los Estados Unidos hasta la Argentina pasaron por ese fenómeno, pero en Australia se vivió con mayor preponderancia cuando John Deason y Richard Oates hallaron la pepita de oro más grande del mundo. Desde ese entonces, su realidad cambió por completo.
Este hecho tuvo lugar en los yacimientos de oro de Victoria, en el país insular y colonia británica, en febrero de 1869. Por aquella época las condiciones de los obreros eran precarias, pero la intención de ganarse la oportunidad de descubrir piedras preciosas y cambiar su realidad vulnerable era mayor.
Y así sucedió cuando los mineros desenterraron esta piedra a pocos metros de la superficie, la cual pesó 72 kilos y midió 61 centímetros de largo. Por ese hallazgo se les entregó 10.000 libras esterlinas y pasaron de ser humildes trabajadores a millonarios en un santiamén. A la misma la bautizaron como Welcome Stranger y en la actualidad se encuentra una réplica exhibida en el Museo Dunolly.
“La gente me pregunta si soy rica”
En 2019, los descendientes de Deason y Oates organizaron una conmemoración tras cumplirse 150 años del descubrimiento. El mismo se hizo en Cornualles y, ante la BBC, sus tataranietos contaron en primera persona la historia de los mineros.
Suzie Deason fue una de las personas que trabajó en la fiesta temática, en la que los vecinos se vistieron con ropa del 1800 y todos imitaron el asombro e interés por la sorpresa de Welcome Stranger que se vivió en aquel entonces.
“Cuando la gente escucha mi nombre, siempre me preguntan dónde está el oro o si soy rica. Lamentablemente, no lo soy y ni siquiera tenemos joyas hechas con la piedra”, contó al medio citado anteriormente.
Entre 1850 y 1860, la ciudad de Moliagul se volvió el epicentro de la fiebre del oro en Australia. Gracias a ello, el auge inmobiliario y de pequeños locales creció desmedidamente, pero cuando la aparición de piedras preciosas cesó, los edificios quedaron en abandono, sin hoteles y sin grandes tiendas.
Donde se descubrió la llamativa piedra se erigió un monumento, el cual pasó a ser la atracción del lugar junto con la historia de los dos suertudos mineros. “La gente viaja aquí para probar suerte y pasa días y días intentando encontrarla. Todavía quedan algunas pepitas de oro de tamaño razonable, pero nada como Welcome Stranger”, dijo Suzie.
A uno de los diarios que relataron el suceso, John explicó: “Intenté sacar la pepita con el pico, pero el mango se rompió. Entonces agarré una palanca y saqué la pepita a la superficie”.
Una vez fuera de la tierra, la llevaron a Dunolly, un pueblo a 20 kilómetros de distancia, para corroborar su peso. “Estamos contentos de que el monstruo haya caído en manos de hombres tan constantes y trabajadores”, reza una de las oraciones del Dunolly & Bet Bet Shire Express del 12 de febrero de 1869. Si se tuviera que vender en la actualidad dicha pepa, costaría dos millones de dólares.
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