Él es holandés y ella uruguaya, se enamoraron y tuvieron una relación por cartas durante casi diez años

Jan vino a Uruguay a trabajar en 1987, conoció a Verónica y se enamoraron, aún sabiendo que él volvería a Holanda y se separarían. Esta es la última entrega de la serie 130 pulsaciones.

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Verónica y Jan
Verónica y Jan por Paz Sartori

Es algún día de 1988 y llueve en Montevideo. Nadie en la agencia saldrá a almorzar, pero Verónica y una amiga suya sí. Como hacen cada vez que comen afuera, van al Mercado del Puerto, en la Ciudad Vieja. Eligen una mesa y un mozo les acerca dos copas de vino. Les dice: “El caballero que está allí las quiere invitar”. El caballero es Jan, un ingeniero holandés de 25 años que está en Montevideo junto a su equipo, trabajando en el armado de un dique. Verónica ya lo conoce. La agencia en la que ella trabaja es la que está manejando toda la operación del dique. Se han cruzado en la oficina, se han visto antes.

14/05/1989. Querida Verónica: Perdón por no escribirte por un tiempo. Cambié de trabajo. Como sea, recibí tu carta justo dos días antes de mi cumpleaños (…) Pienso en ti todos los días (…) Te llamaré pronto. Deseo escuchar tu voz. Con amor, Jan.

Al otro día, un compañero de trabajo se acerca a Verónica y le dice que un holandés de los que está trabajando en el dique quiere invitarla a cenar. Ella sabe que es Jan y dice que sí. Salen. A partir de esa noche empiezan a encontrarse todos los días: eligen restaurantes, recorren Montevideo, van a la playa, pasean por la rambla, se quedan en el hotel del centro de la ciudad en el que se hospeda Jan y se enamoran. Así pasan el verano: en un tiempo que es un paréntesis, una ilusión en medio de la realidad.

Las amigas de Verónica le advierten. Que no se enamore, le dicen, que se va a terminar, que no tiene sentido. Verónica lo sabe -cuando Jan y su equipo terminen el trabajo en el dique regresará a Holanda-, pero no le importa. Es un amor sin expectativas, sin presiones, sin celos, sin obligaciones: un amor que no se parece a ninguno.

16/10/90. Querida Verónica: ¿cómo va la vida al otro lado del mundo? Aquí está empezado a hacer frío, se viene el invierno. Hay lluvias y mucho viento. Cuando aquí empiece a estar helado, en tu lugar del mundo será verano de nuevo, qué suerte tienes. (…) Mi letra a mano es horrible, espero que puedas entenderme. ¿Todavía estás viviendo en lo de tu padre? Si llegas a cambiar tu dirección, por favor, házmelo saber, porque no quiero perder contacto contigo. Don’t worry, be happy. Tuyo eternamente, Jan.

Jan regresó a Holanda, pero, al año siguiente, vuelve a Montevideo por otro trabajo. Cuando se reencuentran, es como si el tiempo no hubiese pasado. Jan tiene los mismos ojos verdes, el pelo sobre la frente, el bigote perfecto. Verónica lo esperó durante un año.

Vuelven a hacer lo que hacían: eligen restaurantes, recorren Montevideo, van a la playa, pasean por la rambla, se quedan en el hotel en el que se hospeda Jan. Están enamorados. Así viven cuatro meses: en un tiempo que es un paréntesis, una ilusión en medio de la realidad.

1/9/1992. Mi querida Verónica: No sabes lo feliz que me hizo recibir tu carta. Gracias por enviarme la foto. Tu pelo está un poco más largo, creo, pero hermoso como siempre. Estoy trabajando en una nueva compañía. Sí, cambié de trabajo nuevamente. Esta compañía trabaja por todo el mundo así que, con suerte, voy a volver a tu parte del mundo y nos vamos a encontrar otra vez. Mantenete en contacto, niña, porque nos vamos a volver a ver. Es nuestro destino (…) ¿Todavía guardas el cassette de Bob Marley que te di? Cuando escucho una canción suya, pienso en ti. Por favor escribime y contame todo lo que ha pasado en el último tiempo. Te extraño terriblemente. Todo mi amor, Jan.

Todo se repite, todo sucede igual que la primera vez. Jan cree que Uruguay queda lejos de todo, termina su trabajo y regresa a Holanda. Verónica acaba de abandonar la Facultad de Economía y está empezando a estudiar psicología. Todavía no conoce Europa. Sigue viviendo en lo de su padre.

Tener una relación a distancia, en este momento, no es una opción: viajar por el mundo no es algo tan sencillo y comunicarse tampoco, no hay celulares ni videollamadas ni Internet. Solo quedan las cartas, la espera, la ilusión de que el tiempo no pase y la vida no cambie demasiado, el deseo volver a encontrarse.

Y eso hacen: se escriben cartas, se cuentan sobre su vida, se dicen que se extrañan, se confiesan cosas, las mandan al otro lado del mundo en sobres con fotos y postales, y esperan unas semanas, un mes, dos, seis, un año, hasta que llegue una respuesta.

18/1/95. Mi querida Verónica: He intentado llamarte desde aquí pero no he podido. La conexión en Bangladesh es muy mala, pero intentaré hacerlo de nuevo. Todos estos años he tenido un poco de miedo de llamarte porque cada vez que escucho tu voz creo que aún sigo enamorado de ti, y eso sería poco honesto para mi exnovia. Ahora estoy soltero otra vez y me gustaría escucharte o verte de nuevo, aunque solo fuera una vez más. Quiero saber cómo estás, cómo te ves (…) Por todos estos años tu has sido una persona especial para mí. Tus cartas me han hecho muy feliz. Cuando estoy solo pienso en ti e intento recordar cómo hablabas, cómo te veías, cómo besabas (…) Espero que nos veamos otra vez. Todo lo mejor y todo mi amor, Jan.

Pasan casi diez años desde que se conocieron en Montevideo. Las cartas van y vienen, pero el tiempo también. Jan se pone de novio, viaja para un lado y para el otro, vuelve, se separa, sigue pensando en Verónica. Ella se va de la casa de su padre, se muda una y otra vez, cambia de trabajo, se recibe de psicóloga, y el 21 de febrero de 1996 recibe un fax en el teléfono de su casa que dice: “Please, call me” (por favor, llamame).

Unos meses más tarde recibe una carta. Jan le propone que se vaya a Holanda, que estén juntos. Le dice que de alguna forma se van a arreglar. Le habla del tiempo. Le pone cosas como “nunca te voy a olvidar”, le pide que le escriba otra vez.

Verónica guardará las cartas, las postales, las tarjetas por los cumpleaños, por Navidad y por año nuevo, las fotografías, los faxes. Los meterá en un sobre y los conservará por mucho tiempo. También recordará, casi 30 años después, aquel día en el que leyó la última carta de Jan, esa en la que le decía que se fuera con él, esa a la que ella respondió que había pasado mucho tiempo, que la vida había cambiado mucho, que recién había terminado su carrera y que estaba empezando una relación con alguien más.

No volverá a leer las cartas ni las postales ni las tarjetas de cumpleaños, de Navidad y de año nuevo, pero, algunas veces, se preguntará qué hubiera pasado si hubiese respondido que sí a la última carta de un holandés llamado Jan.

130 pulsaciones

Una casualidad, un beso, una palabra, una certeza, una mirada, un comienzo, algo que, de pronto, tiene el poder de cambiarlo todo. Cuando eso sucede el mundo cambia sus colores, los corazones se aceleran, la vida tiene otro sentido.
Hay quienes dicen que eso, así, es el amor. 130 pulsaciones es un ciclo para contar esas historias en las que el amor tiene la potencia de cambiarlo todo.

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