A mano y en equipo: así trabajan 12 mujeres haciendo el vestuario para los elencos del Auditorio del Sodre

Trabajan en él 12 mujeres, responsables de fabricar, a mano, cada una de las piezas de vestuario de los elencos estables del teatro.

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Ella, Cassandra Trenary, primera bailarina del American Ballet, que hoy está junto alBallet Nacional del Sodre(BNS) como invitada, baila con la frescura del primer amor. Sus movimientos son, al mismo tiempo, delicados y concisos, como si estuviesen hechos de plumas y de acero. Él, Jeffrey Cirio, primer bailarín del Boston Ballet, también invitado del BNS para dos funciones de Don Quijote, baila con el aplomo de la experiencia: no tiene fallas ni grietas. Junto a ellos, Rosina Gil, Luiz Santiago, Jorge Ferreira, y los demás bailarines y bailarinas del BNS hacen una función de esas que no se olvidan.

Después de que se baje el telón, después de que la sala quede vacía y desde el escenario se oigan gritos de celebración y festejo, después de que los bailarines se cambien, se vistan con sus ropas, salgan por la puerta que da a la calle Florida, saluden a las personas que los esperan, después de que el Auditorio del Sodre quede tranquilo y en silencio, un grupo de mujeres irá camarín por camarín, recogerá cada prenda del vestuario de Don Quijote, la lavará y se asegurará de que todo quede listo para la próxima función.

En total son 12. Son todas mujeres, dice Mayra Serra, directora técnica del Auditorio Nacional Adela Reta, de casualidad. Ellas son las encargadas del taller de vestuario y caracterización del teatro, que funciona en el quinto piso del edificio que está en la esquina de Andes y Mercedes: un universo lleno de telas y de hilos y de colores en el que fabrican, a mano, cada vestuario de cada producción del BNS.

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Irma Motta en el taller de vestuario.
Foto: Florencia Cruz

La compañía estrenó Don Quijote el 27 de abril. Tres días después, Adela López, subjefa del taller, dice que hoy es un día tranquilo, que después de que pasan la primera función el ritmo baja, el estrés afloja. Son las tres de la tarde del martes 30 de abril y por los pasillos del quinto piso no hay ruidos ni personas.

El taller de vestuario y caracterización es una sala inmensa de dos plantas y paredes blancas, en la que cuelgan, por todas partes, pequeñas bailarinas de cartón con tutús de colores. Hay una mesa amplia con papeles, planillas, anotaciones con nombres, nueve mesas más pequeñas con nueve máquinas de coser, algunos maniquíes, un mueble con hilos y un cartel que dice: “Mantener en orden”.

Adela trabaja en este lugar desde 2008. Empezó como jornalera y, dos años después, se unió al equipo de forma permanente. Ella es maquilladora y entró para eso, pero, dice, en el teatro empezó a aprender otros oficios, a formarse en otras áreas. “El taller consiste en la confección de las prendas de todas las presentaciones de los cuerpos estables y en la parte de caracterización se hace la sombrerería y los accesorios”, cuenta. Aunque trabajan con todos los elencos estables, con el que más lo hacen es con el ballet, que tiene cinco presentaciones anuales.

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Taller de vestuario y caracterización del Auditorio Nacional.
Foto: Florencia Cruz.

El taller funciona entre las nueve de la mañana y las cinco de la tarde, pero, cuando hay funciones la logística cambia. “Ahí tenemos un horario rotativo y siempre depende del volumen de trabajo”, cuenta Adela. “También tenemos un equipo eventual que viene a reforzar al equipo de taller, porque a veces nos pasa que tenemos que fragmentar al equipo fijo y la mitad baja función y la mitad sigue en la producción que está por venir”.

Antes de que los bailarines y las bailarinas lleguen, el equipo que baja al piso dos, donde está el escenario, se encarga de que todo esté listo: arman los varales con todas las prendas, previamente planchadas y acondicionadas, chequean qué artista lo usará ese día, acomodan los accesorios y distribuyen todo en cada camarín. Después, están ahí, a disposición para ayudar, por cualquier cosa que pueda llegar a pasar.

Esa, estar en la función, cerca del escenario, es una de las tareas que a Irma Motta más le gusta. Ella, que antes de trabajar en el taller hacía vestuario para academias de danza, sin saben nada de danza, dice que, con el tiempo, empezó a aprender.

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Bailarina en Don Quijote del BNS.
Foto: Santiago Barreiro / BNS

Entró en 2015, con “formación básica en corte y confección”, para la producción de Romeo y Julieta. Todavía recuerda la primera vez que vio en el escenario una prenda en la que ella había trabajado. Fue un impacto: aquellos chalecos de Romeo, los trajes de la gente del pueblo, los vestidos de las amigas de Julieta para los que tuvieron que unir varias telas hasta lograr el diseño exacto que quería el diseñador.

Con el tiempo ha aprendido: sobre ballet, sobre las obras, sobre por qué un personaje usa un vestuario y otro el otro, sobre cómo se arma un tutú para que tenga el peso y la caída exacta. “El vestuario es parte de la obra, dice mucho sobre cada personaje, cuenta la historia”, dice Irma.

En el segundo piso del taller hay un mueble que acumula telas, otro con sombreros y pelucas, más maniquíes. Sobre una mesa, dos mujeres trabajan en pruebas del vestuario para la versión de El lago de los cisnes que el coreógrafo Juliano Nunes está creando para el BNS. Sobre otra, Pilar Puig, parte del equipo de caracterización, acomoda unos sombreros verdes que son parte de El Mago de Oz, la próxima producción del ballet.

Son cerca de las cinco de la tarde, algunas siguen cosiendo, otras revisan las planillas y el vestuario que usarán los bailarines en la función de este día. En unos minutos irán al segundo piso. Dejarán todo en su lugar, impecable. Cuando todo terminé, ellas seguirán allí, harán todo otra vez. Cuando se vayan del teatro verán pasar un ómnibus que tiene estampada una foto para promocionar Don Quijote. Verán su trabajo así, ampliado, gigante, circulando por la calle. Se sentirán orgullosas.

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