Dicen que cuando entraba al escenario había algo, en el aire, que cambiaba, como si su sola presencia cargara con la contundencia y con el peso de una historia. Dicen que cuando cantabael mundo se quedaba en silencio. Dicen que nadie lo hacía como ella. Que tenía en la voz la fuerza de un animal salvaje, la sutileza de quien siempre se guarda algo. Dicen que nunca estudió canto ni música, que todo era natural. Que tenía una complexión extraña en las costillas, más hacia afuera de lo habitual, y que eso hacía que su tórax fuera una gran caja de resonancia. Dicen que fue la primera en muchas cosas -la primera mujer negra en cantar tango y la única, la primera mujer uruguaya en llevar el tango a París, la primera que anduvo entre el tango y el candombe como si los dos le pertenecieran en igual medida- y que, sin embargo, siempre avanzó lento, con timidez, como si estuviera pidiendo permiso. Dicen que tenía el corazón noble y generoso. Dicen, sobre todo, que un poco le cambiaba la vida a todas las personas que escuchaban cantar a Lágrima Ríos.
En la calle Baltasar Brum de la ciudad de Durazno, sobre la esquina con 25 de agosto, hay una casa de techos de tejas bajos, con paredes descoloridas. Está sobre una vereda angosta, rodeada de árboles. El 26 de setiembre de 2024 fue un día de primavera en esa ciudad del interior. El sol no alcanzaba para entibiarlo todo, pero el frío apenas se sentía o, en todo caso, no molestaba. Ahí, frente a esa casa de la calle Baltasar Brum, se reunieron un montón de personas para rendirle homenaje a Lágrima Ríos en el día en el que se cumplieron 100 años de su nacimiento.
Allí, en la pared que da al frente, el intendente de Durazno, Carmelo Vidalín, junto a la directora Nacional de Cultura, Mariana Wainstein, Patricia Papasso, al frente del Instituto Nacional de Música, personas cercanas a Lágrima Ríos, y vecinos de la ciudad, colocaron una placa que dice: “Aquí nació y vivió parte de su niñez Lida Melva Benavídez Tabárez, ‘Lágrima Ríos’. Homenaje del pueblo de Durazno en el centenario de su nacimiento. 1924- 26 de setiembre -2024”.
Aunque tal vez se escape de la memoria de algunos, aunque quizás no sea conocida por todos y su música no suene en las radios ni en las plataformas, Lágrima Ríos es una de las piezas fundamentales de la escena musical, no solo uruguaya, sino también del Río de la Plata.
“Creo que ocupa un lugar muy importante en la cultura y la música uruguaya, no siempre reconocido. No solo por ser una gran cantante y la única voz femenina afrodescendiente que registra la historia del tango. Me parece que en su voz y en su manera de interpretar el repertorio que fue eligiendo a lo largo de varias décadas, resume como nadie la relación entre candombe, milonga y tango, marcando las fuertes raíces africanas que hay en los tres”, dice Andrés Torrón, músico, productor y periodista.
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El domingo 18 de junio de 2006 el suplemento Radar de Página 12, en Argentina, llevó en su portada una nota larguísima realizada por la periodista María Moreno. Lágrima tenía 81 años, venía de cantar ante 20.000 personas en Buenos Aires, y recibió a la periodista en su casa de la calle Durazno, de Montevideo.
En esa entrevista la artista, que moriría en diciembre de ese año, a los 82, fue hacia atrás, miró cada momento de su vida. Con la voz raspada -hay una entrevista en video de comienzos de 2006 disponible en Youtube- y como si el tiempo no existiera, dijo: “La vida te da cosas lindas y de las otras y todas te marcan para siempre”. Ella tuvo varias de las lindas y varias las otras.
Nació en Durazno, hija de una madre soltera que la tuvo a los 15 años. Al poco tiempo se mudaron a Montevideo, donde vivieron en el conventillo Mediomundo. Empezó a escuchar música en las casas de la capital en las que su madre limpiaba y en las que ella se pasaba horas esperándola. Así aprendió letras de tango que ni siquiera llegaba a entender y que cantaba íntegras: “Ventanita florida / De mi vieja tapera / En tu reja prendida está / Mi tímida ilusión”.
Cuando terminó la escuela, la pareja de su madre, de quien llevaba el apellido, no permitió que siguiera estudiando y se quedó en su casa cuidando a sus hermanas y limpiando. Mientras hacía eso, Lágrima cantaba. Así logró que la contrataran, por 2,50 pesos la hora, para cantar en la inauguración de una plaza en Montevideo.
Poco tiempo después empezó a cantar candombe con una cuerda de su barrio, y, allí, la vio Alberto Mastra, que fue hasta su casa a buscarla para armar un trío junto a Alejandro De Luca. Fue Mastra quien le propuso ponerse un nombre artístico. No hay casi registros de esos primeros años de Lágrima en la música.
En 1956 se presentó al concurso nacional de tango. Lo hizo sin pensar, sin ni siquiera imaginar que pudiera llegar a ganarlo. “Busqué, entre mi pobreza, algo lindo para ponerme esa noche. Fui, canté el tango y qué satisfacción, qué cosa más linda. Me sentí esa noche que yo era importante”, contó en la entrevista con Radar. Como ganó, empezó a ser la cantante principal de la orquesta de Orosmán Fernández, que, al poco tiempo, tuvo que dejar porque no le permitían cantar en algunos sitios por ser negra.
Lágrima cantó en Montevideo, en Buenos Aires, en París, en Madrid, en Londres. Llevó con ella el tango, el candombe, la milonga y su historia, que era, también, la de toda su gente. Fue la presidenta de Mundo Afro, la organización que busca visibilizar el racismo y la discriminación racial en Uruguay. Siempre tuvo presente el valor que tenía poder vivir de la música, aún siendo mujer, aún siendo negra. Y fue una agradecida por eso. Compartió escenario con Celia Cruz, Aníbal Troilo o Roberto Goyeneche. Grabó dos discos, La perla negra del tango y Cantando sueños. Tuvo un solo hijo, Eduardo, con el primer hombre del que se enamoró, y siete nietos. Eduardo se exilió en Suecia en 1973. Todos sus nietos viven allí, salvo una, a quien no conoció.
Carolina tiene 33 años, vive en Piriápolis, pero nació en Montevideo y creció en Barrio Sur. Ella conocía a Lágrima del barrio, era “la vecina famosa”, la que salía en la televisión. No supo quién era su padre hasta 2005 y, cuando entabló un vínculo con él y su familia, Lágrima murió. Es la única nieta de la artista que vive en Uruguay, a la que llaman para homenajes y entrevistas. Carolina conserva una caja que le dio Paco Gude, representante y última pareja de Lágrima, con fotos, con cartas, con recortes de prensa.
De a poco ha construido su historia, se ha acercado a sus orígenes. Hoy se refiere a Lágrima como “la abuela”. Y dice que está orgullosa de custodiar su legado. Que con cada persona que conoce, la figura de su abuela se hace más inmensa y, al mismo tiempo más cercana. “La estoy descubriendo, sé que tenía una presencia muy fuerte, un corazón muy noble. Me siento muy honrada”.