El 30 de julio de 2024 Simone Biles entró a la pista, miró hacia abajo, levantó los brazos como diciendo acá estoy, respiró profundo y, sin cambiar la expresión del rostro -los ojos fijos en el frente, la mirada severa de quien sabe lo que está buscando y no está dispuesto a perderlo- corrió a toda velocidad, saltó sobre el trampolín y sobre el caballete, giró con las piernas extendidas varias veces por el aire, aterrizó en la colchoneta con los pies juntos, rígida como una tabla, la sonrisa en el rostro que parecía, al mismo tiempo, alegría y alivio. Después hizo su rutina en la barra de equilibrio, en las barras paralelas y en el suelo. Fue la última en competir en la final por equipos de gimnasia artística femenina en los Juegos Olímpicos de París. Cuando terminó, se reunió con sus compañeras y escuchó a la gente de la tribuna gritar su nombre. Unos segundos más tarde lo anunciaron: Estados Unidos había ganado la medalla de oro.
Simone Biles, 1,42 metros, 27 años, acababa de ganar el quinto oro olímpico de su carrera. Al otro día, los diarios de todo el mundo titularon así: el regreso de Simone Biles.
Una semana antes, el domingo 21 de julio, a 1.276 kilómetros del lugar en el que Biles se convertiría en la mejor gimnasta de la historia, la cantante colombianaKarol G dio su segundo concierto en el estadio Santiago Bernabeu, de Madrid. En medio del show, dijo: “Este tour ha sido una oportunidad para mí de cumplir sueños que tenía de niña, de cantar con artistas que escuché toda mi vida (…) Tengo a una personita ahí abajo que tiene dos años sin subirse a un escenario, cuando la buscamos le dije que su música acompañaba mis atardeceres, el atardecer de todos mis amigos. Ella es de aquí, de España, está muy nerviosa, pero ustedes le van a regalar una de las mejores noches de su vida”. Empezó a sonar la introducción de la canción Rosas, de La oreja de Van Gogh, y apareció, desde el fondo del escenario, caminando en un vestido blanco, Amaia Montero, exvocalista de la banda española furor al comienzo de los años 2000.
Cantó la primera parte de su canción sin dejar de mirar a la colombiana, con la mano temblorosa mientras sostenía el micrófono. Después de unos minutos giró, miró al público, cantó para ellos y volvió a su compañera. El video de su presentación se hizo viral esa misma noche. Varias personas hablaron de cómo la colombiana sostuvo a la cantante española. Al otro día, los medios titularon: el regreso de Amaia Montero.
Para regresar hay que haberse ido. ¿De dónde se fueron Simone Biles y Amaia Montero? Tal vez, de todo y de nada al mismo tiempo.
Frenar para encontrar la calma
Las historias son conocidas. En los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016 la atleta ganó cuatro oros y un bronce. En los de Tokio 2020 (celebrados en 2021 por la pandemia de Covid-19) era la estrella. Todos esperaban que Simone Biles se llevara las mismas o más medallas que en Río. Así llegó a la final por equipos de ese año: con el mundo esperando que fuese la mejor. Hizo lo mismo de siempre: se paró en la pista, corrió a toda velocidad y, cuando tuvo que saltar, hizo un salto diferente al que debía hacer, mucho más sencillo y fallido. Después se retiró de la competencia. Dijo que había sufrido un bloqueo, que su mente había dejado de comunicarse con su cuerpo y que sabía que si seguía podía lastimarse. Dijo, también, que no podía más, que su cerebro le había pedido que frenara, que no siguiera.
Ese mismo año, Amaia Montero, que había dejado La oreja de Van Gogh en 2007 para dedicarse a su proyecto como solista, estaba trabajando en lo que sería su quinto disco, componiendo sus canciones y sus melodías, pero ese trabajo nunca salió. Poco después, la cantante se internó en una clínica por un cuadro de estrés, ansiedad y depresión. Estuvo dos años sin subirse a un escenario.
Para regresar primero hay que irse. Y eso hicieron Simone Biles y Amaia Montero: frenar, dejar de hacer lo que siempre hicieron, irse de la competencia y del escenario. Después, casi en simultáneo, volvieron. Y, tal vez sin buscarlo, le dijeron a todos: está bien no sentirse bien, está bien hablar sobre la angustia y la depresión, está bien no poder más.
“Creo que esa actitud da el mensaje de que ser valiente es aceptar ser vulnerable. Ser valiente es decir, ‘bueno, yo llegué hasta acá, pero no puedo seguir’, mañana veré cómo sigo, hoy no puedo’”, dice al respecto el psicólogo Alejandro de Barbieri. “En mi libro Educar sin culpa puse una frase que dice ‘Aprender a ser sin hacer’. Porque hoy tenemos el ser asociado al hacer y parece que si no hacemos entonces no somos”.
Por su parte, el psicoanalista Jorge Bafico dice que, en una época en la que la “dictadura de la felicidad aparece en todo su esplendor” y la tristeza, el sufrimiento, la angustia, la ansiedad o la depresión no “tienen buena prensa”, animarse a hablar de esos temas se vuelve indispensable.
“Es muy importante poder enlazar la angustia del conflicto psíquico con un otro, no importa si con un amigo, si con un familiar, un psicoanalista o con quien sea, porque siempre ayuda a poder ordenar, a darle cierto estatuto a nuestro sufrimiento, un tema que durante mucho tiempo fue difícil de hablar, pero que hoy da la sensación de que se puede expresar un poco mejor (...) Si el dolor es indecible, es mucho más complejo, si el dolor se puede intentar recortar en palabras, ayuda a que el sujeto pueda aliviarlo”.
Poco antes de su regreso en los Juegos Olímpicos 2024 (ya había participado del Mundial de Gimnasia Artística en 2023), Netflix estrenóel documental Simone Biles vuelve a volar, en el que se cuenta con detalles su retiro de Tokio, su derrumbe y su regreso. Durante un año la atleta se dedicó a trabajar en ella, fue al gimnasio solo para mantenerse en forma, hasta que, en algún momento, se propuso volver a empezar, aprender lo que ya había aprendido, regresar paso a paso, de a poco, y porque ella quería hacerlo.
Amaia Montero también habló de un proceso, de la necesidad del tiempo. “Es importante estar en silencio, pasar incluso por un tiempo de aburrimiento, para poder llegar a estar mejor”, explica De Barbieri.
Tal vez, eso sea algo de lo que tienen para decir el regreso de Simone Biles y Amaia Montero (y el de tantos otros y tantas otras): se puede tocar fondo, pero también se puede volver.
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