CULTURA
Es una de las pocas en toda la zona de Ciudad de la Costa y se mantiene gracias al trabajo de un equipo de voluntarios.
La historia dice así: que eran los años noventa y no había una biblioteca en todo Ciudad de la Costa y que tampoco había ninguna en zonas cercanas. Y que un día Edelweiss Zahn, bibliotecóloga, quiso construir una, aunque pareciera lejano y difícil. Que supo, desde el comienzo, que sería una biblioteca popular: un lugar al que la gente pudiera ir y leer sin tener que pagar nada, un sitio en el que los libros circularan, fuesen accesibles.
Esta podría ser la historia de un sueño pero es, hoy, 12 de junio de 2022, la historia de un sueño cumplido: el de Edelweiss, pero también el de la comunidad de vecinos de Shangrilá, donde funciona, frente a la Escuela Simón Bolívar, Tu Biblioteca Popular Shangrilá Edelweiss Zahn, la única del lugar y una de las pocas en todo Ciudad de la Costa.
Hoy tiene 24.000 libros y 4.000 socios. Pero para llegar a eso -a ser un centro de referencia para la zona- pasaron muchos años y también muchas luchas.
La primera tuvo que ver con empezar algo de cero. Edelweiss pidió libros - los que no quisieran más, los que estuviesen repetidos, los que quisieran donar- a todos los vecinos. Juntó unos 200, consiguió un local prestado, se rodeó de un grupo de mujeres que estaban dispuestas a ayudarla y creó una pequeña biblioteca.
Pero en 2006 la Comisión Pro Fomento de Shangrilá le ofreció, a la biblioteca de Edelweiss, un lugar propio en un espacio de uno de los salones con los que contaban entonces. Así, con medio salón y unas estanterías que también consiguieron por donaciones de vecinos -todas de diferentes tamaños, colores y materiales- montaron las bases. Colocaron los libros en tres filas para que entraran todos, compraron una mesa ratona y empezaron a trabajar con los niños y niñas de la escuela que está enfrente.
Un lugar
La biblioteca de Shangrilá es, hoy, un edificio de dos pisos con paredes blancas y puerta gris rodeado de árboles y pasto. Adentro las baldosas, también blancas, están tan relucientes que brillan. Las estanterías, todas idénticas, tienen unos carteles rojos que dicen las clasificaciones: autores uruguayos, narrativa, novedades. Todos los libros están ordenados de forma alfabética por autor. Todo, allí, está en ordenado y limpio. Sobre un rincón hay títulos para niños y adolescentes, mesas y sillas de colores, almohadones. El sol entra por una de las ventanas y hace que ese espacio sea el más cálido de toda la biblioteca.
“Uno de los objetivos de este lugar siempre fue trabajar con los niños para estimularles la lectura”, dice Anahy, que es escribana, de Shangrilá, y parte del grupo que trabaja allí. Por eso, además de los cuatro días en los que están abiertos al públicos, también la abren todas las semanas para recibir a los niños de la escuela.
La mayor parte del grupo que está al frente de la biblioteca son - siempre fueron- mujeres. Aunque casi todas son del lugar, también hay gente de otras partes de Ciudad de la Costa.
“Siempre ha sido un trabajo voluntario. Yo fui maestra de la escuela y cuando me jubilé me acerqué a la biblioteca y nunca más me fui. Aprendí todo lo que hay que saber para trabajar acá. Porque no es sencillo, pero es lindo”, cuenta Raquel, que también forma parte del grupo.
Las quince personas que trabajan hoy allí lo hacen de forma voluntaria. Siempre fue así. Es, antes que nada, un trabajo de servicio para la comunidad. Y también un acto de fe: el de creer que los libros pueden transformarlo todo.
Este edificio - el de los pisos relucientes y el orden acendrado- fue un momento importante en la historia de la biblioteca.
Era 2009 y el medio salón con el que contaban empezaba a quedar chico. A su vez, a la comisión de Shangrilá, cuentan Anahy y Raquel, había entrado “gente muy joven, muy activa y muy preocupada por la cultura y por hacer cosas”.
Fue entonces cuando decidieron dar un paso y presentar un proyecto para construir un edificio nuevo con más comodidades y más acorde que el de entonces.
Tras varios intentos, lograron que, mediante un convenio, el Ministerio de Transporte y Obras Públicas les diera la mitad del dinero que necesitaban para construirlo y, desde la biblioteca, hicieron de todo para conseguir lo que faltaba: festivales, rifas, beneficios, colectas de todo tipo.
En 2013 lo lograron e inauguraron el nuevo edificio, uno de los únicos de todo el país - el otro es la Biblioteca Nacional- que fue pensado, concebido y construido para funcionar como biblioteca. Lo celebraron a lo grande, con toda la gente de la comunidad visitando la nueve sede que, tiempo después, fue reformada para ampliarse.
A pesar de los cambios y del crecimiento, hoy el sigue teniendo la misma esencia. Edelweiss continúa siendo la bibliotecóloga y la guía de todo lo que sucede allí. Los vecinos aún donan libros y los han regalado de a miles. Todos los estantes están perfectamente ordenados porque, como les repite Edelweiss “libro mal guardado es libro perdido”. Ahora, además, tienen todo digitalizado para poder llevar un control de los préstamos.
“De nuestros 4.000 usuarios, hay más de 2.000 que son activos y son de distintas edades. El objetivo siempre ha sido estimular la lectura, pero este lugar es parte de la comunidad de distintas formas. Por ejemplo, hoy hace frío, pero si venís un sábado o un domingo en verano, vas a ver que está lleno de niños jugando en el patio, de familias tomando mate”, dice Anahy.
En el segundo piso hay una sala de lectura. Tiene mesas, sillones, más estanterías, un cuadro, libros.
Es pleno julio y el frío se siente en cualquier parte, pero allí es distinto: hay silencio y una ventana por la que entra el sol y lo ilumina todo: las mesas, los sillones, las estanterías, el cuadro, los libros.