Abrió los ojos y mantuvo la calma. Mientras todo alrededor era un caos de camillas y ambulancias, mientras la trasladaban al hospital, ella respiró y se mantuvo así, serena. Era abril de 2019 y el ómnibus en el que viajaba como coordinadora de unviajea Florianópolis tuvo un accidente en la ruta. Algunas personas murieron. Ella se fracturó el húmero y la clavícula. Y aun así, en medio del desastre, Romina Graña, uruguaya, 27 años, mantuvo la calma.

En ese momento supo que el miedo no la iba a frenar. Trabajaba como coordinadora de viajes a Brasil y había decidido, hacía poco tiempo, que quería vivir viajando.

Hoy, que pasaron cinco años de aquel accidente, Romina dice que fue, al mismo tiempo, lo peor y lo mejor que le pasó en la vida. Porque a pesar de todo el horror, ella entendió algunas cosas.

“Hice un clic después de accidente. Casi me muero, básicamente, y fue un quiebre sentir la muerte tan cerca. Después de eso mi vida cambió. Dije: no voy a dejar de hacer cosas por miedo, no estoy para perder el tiempo, para dar vueltas, para no hacer lo que quiero”.

La recuperación duró un mes y medio, más dos meses de fisioterapia. Mientras el tiempo pasaba, Romina pensaba en dos cosas: que tenía planeado un viaje con sus padres a Europa en junio y que sus alumnos del colegio estaban esperando a que regresara. Se había recibido de maestra poco antes del accidente. No importaba lo que había pasado: iba a volver a dar clases, iba a ir a Europa, iba a volver a viajar.

No pudo hacerlo en junio, pero cuando le dieron el alta le dijo a su hermana que necesitaba irse. Eran vacaciones de julio. Sacaron un pasaje a Chile y se fueron. Dos meses después, en setiembre, llamó a la agencia en la que coordinaba viajes a Florianópolis y les pidió para volver a trabajar. Tuvo miedo, pasó momentos difíciles, pero después de ese regreso a Brasil nunca más frenó.

Foto: gentileza Romina Graña

“Me costó mucho superar el accidente, hice mucha terapia, terapias alternativas, hasta ahora lo hago. Pero el miedo nunca me paró y eso me hace estar muy feliz conmigo”.

Después de eso siguió un viaje con su hermana por Colombia, Costa Rica y Ecuador, donde, dice, vivió una de las mejores experiencias de su vida conociendo y durmiendo una noche en la selva Amazónica, compartiendo tiempo con una comunidad indígena local. En esos días sintió, por primera vez, no solo que queríavivir viajando, sino, también, que quería hacerlo así: conociendo a gente de todo el mundo que hacía lo mismo que ella, conviviendo con locales, acumulando experiencias.

Pero entonces vino la pandemia y, otra vez, todo volvió a caerse. En el verano del 2022, con el mundo aun intentando entender lo que había pasado, lo que todavía seguía pasando, en un impulso sacó un pasaje de ida y vuelta a París. Después, Romina lloró.

Se fue. Pasó la Navidad en Francia y el Fin de año en Bélgica con un grupo de uruguayos que conoció en un bar. Alguien le dijo que fuera a Polonia, se tomó un tren y fue. Lo que siguió fue abrir la aplicación de vuelos, buscar los pasajes más baratos, y hacer un viaje que nunca imaginó. Visitó, además, Finlandia, Hungría, Austria, República Checa, Eslovaquia, Alemania y Países Bajos.

“En ese viaje terminé de descubrir lo que definitivamente quería: viajar sola, hacerlo a tu ritmo, tener tu tiempo, hacer lo que realmente querés hacer. Te sentís un poco como la Mujer Maravilla cuando viajás sola, estás a no sé cuántos kilómetros de tu casa y podes resolver lo que sea. Si podes con eso podes con todo. Y esa es una sensación hermosa”.

Lo que siguió después fue un proceso hacia lo inminente. Empezó a trabajar en una agencia como coordinadora de viajes para quinceañeros. Viajó a Argentina, conoció Suiza, Grecia, Turquía y España. Fue a Panamá y a Cuba y, cuando volvió, empezó a pensar en algo que ya hacía tiempo le daba vueltas en la cabeza. La vida no podía ser solo trabajar ocho horas, descansar y volver a trabajar, para poder irse de vacaciones veinte días y volver a trabajar. Había que hacer algo más. Había que encontrar otra manera.

Empezó a hacer videos y contenido para sus redes sociales y, de pronto, todo sucedió muy rápido: un día tenía 3.000 seguidores, al otro 5.000, al otro 10.000 y de repente la seguían más de 20.000 personas para conocer sobre sus viajes. Ahí empezó a pensar en la posibilidad de renunciar a su trabajo como maestra. Lo consultó con sus amigas, con sus padres, y todos le decían lo mismo: que lo hiciera.

En abril de 2023 habló con la directora del colegio y le explicó lo que pasaba, le dijo que le habían salido algunas oportunidades. Le mintió. Todavía no había nada concreto, pero ella tenía la certeza de que pasaría. No podía ser de otra manera. Habló con sus alumnos, les dijo que se iba a viajar, que ese era su sueño. Y cuando los padres de los niños le agradecieron -“No hay mejor enseñanza que alguien que decide luchar por sus sueños”, le dijeron- entendió que todo iba a estar bien.

Los primeros días se sintió perdida, pero, de pronto, le empezaron a surgir trabajos con distintas marcas y empresas, en seis meses acumuló 60 mil seguidores en Instagram, la invitaron a conocer las Islas Malvinas y a hacer un crucero, empezó a coordinar viajes por India, Bali y Marruecos (este año irá a Japón) y entonces sí, sintió que todo empezaba a ser de la misma forma en la que ella lo había imaginado.

En totalha visitado 32 países del mundo. Y quiere más. Sentir para siempre esa sensación que solo se siente cuando se llega a un lugar desconocido. Compartir su experiencia. En algún momento pensó que todo lo que le había pasado era suerte. Después supo que no. “Yo lo construí. Yo lo busqué. Yo me postulé a 800 agencias de viaje. Yo estoy consiguiendo lo que quiero. Tuve que dejar de pensar que era suerte. Era yo”.