Octavio Aburto no escondía su emoción. Horas después de esta entrevista con El País iba a embarcarse para conocer la Isla de Lobos. “Tengo muchas expectativas”, insistió varias veces. Tenía dos objetivos: conocer de cerca la colonia de 300.000 lobos marinos –la más grande de Sudamérica– y hacer snorkel en sus aguas para observar, además, “las camas de mejillones”. Ya tenía lista su cámara (sus fotos pueden ser vistas en su cuenta de Instagram @octavioaburto).
No es un visitante más. Aburto es profesor e investigador del Instituto de Oceanografía Scripps de Estados Unidos, explorador de Pristine Seas National Geographic Society e impulsor de la adopción de áreas marinas protegidas para cumplir con el objetivo de cubrir el 30% de las zonas marinas y costeras para 2030. Viajó por primera vez a Uruguay para hablar sobre cómo conseguir ese esfuerzo, uno por el que, asegura, Uruguay (actualmente solo está protegida el 0,7% de su superficie marina) y América Latina deben acelerar el paso.
La comunidad internacional estableció el objetivo de alcanzar un 30% de áreas marinas protegidas para 2030. No obstante, todavía se está lejos. ¿Por qué es tan difícil?
Porque no es solamente entender que los ecosistemas saludables nos proveen más beneficios ambientales sino también que nos proveen más dinero. Lo hemos probado de muchas maneras: ecosistemas sanos y resilientes generan mucho dinero. Pero no ha sido suficiente porque, al final de cuentas, tenemos que participar de las políticas públicas. Los científicos, los que toman las decisiones y varios sectores de la sociedad tenemos que discutir y convencernos de que tenemos que ir por el camino que nos va a dar mejores resultados en un futuro.
¿No se dan de manera correcta esas discusiones?
Creo que han sido muy sectorizadas. El gobierno firma acuerdos pero los empresarios ni se enteran; los científicos ponen el conocimiento y se olvida... Todos pensamos que hacemos algo pero realmente no lo hemos hecho. Como científicos, no solamente debemos producir ciencia sino que hay que ir casi que casa por casa para convencer a la gente que tenemos que proteger el planeta.
¿Falta proactividad en la comunidad científica?
Es algo que se ha llamado “diplomacia científica” que es básicamente que el científico no se puede quedar en su laboratorio o en su salón de clase sino que tiene que ir a platicar con todos. Por eso colaboro con Pristine Seas porque tiene esa parte de diplomacia científica; no nos quedamos en la generación de datos. Hay proactivismo.
Ser científico y activista al mismo tiempo, ¿no es motivo de crítica?
Dicen que al ser activista se te quita la objetividad como científico pero los científicos también somos subjetivos con las decisiones que tomamos; por eso discutimos con otros científicos sobre lo que creemos que debe ser mejor. Esas discusiones tienen que ser más públicas porque a veces se quedan en la academia y nadie entiende lo que están discutiendo sus científicos. Si lo discutimos en público, creo que la gente va a entender por qué una pesca industrial no está dejando ni beneficio económico ni beneficio social y mucho menos beneficios ambientales y la verdad es que creando áreas protegidas es que estos tres aspectos se mantienen porque ni siquiera la pesca se daña; al contrario, se maximiza cuando estas áreas están funcionando a su máxima capacidad.
En la carrera por cumplir el objetivo del 30% de áreas marinas protegidas para 2030 nos encontramos con realidades dispares entre los países de América Latina. ¿Qué analiza de esta situación?
A nivel local tenemos variedad de experiencias. Por ejemplo, México tiene 22% de sus mares en teoría dentro de un área marina protegida, pero realmente la mayoría de las áreas marinas protegidas no están funcionando como deberían estar funcionando porque no hay vigilancia y no se involucra a la gente. Hay otros países de Latinoamérica que tienen menos áreas pero que están funcionando muy bien como Costa Rica o en Panamá. En Latinoamérica vamos lento por eso tenemos que acelerar el paso.
¿Qué factores inciden para que no estén funcionando con una protección total?
En lugares alejados de la costa, donde nadie vive o donde muy poquitos viven, tienes muy poco conflicto social a la hora de implementar una protección total, pero en la zona costera, donde muchos pescan y hacen otras actividades y donde incluso se lleva a cabo la extracción petrolera, es mucho más difícil empujar una total protección de esas aguas. Por eso nos tenemos que apurar en estas zonas costeras para convencer a más gente.
México tiene dos casos de éxito que vino a presentar a Uruguay. ¿Cuáles son?
Uno es el Parque Nacional Archipiélago de Revillagigedo que está alejado de la costa (es un grupo de islas en el océano Pacífico). Es donde acabamos de demostrar que a la hora de implementar estas grandes áreas no se han dañado las pesquerías, en este caso, la del atún, que era un supuesto que iba a pasar. El otro es Cabo Pulmo (Península de Baja California Sur), que es una pequeña comunidad que lleva 25 años protegiendo su arrecife y ha tenido un cambio tremendo. Los tiburones han regresado, todo el ecosistema es un espectáculo y ellos están ganando por arriba de la media del ingreso en México. Es un modelo que puede ser replicado en muchos lugares. Al principio de la implementación de las áreas hay muchos retos. La pregunta es cómo traer inversiones para que en los primeros años de protección las comunidades no claudiquen y apoyen la protección total. En Cabo Pulmo los primeros siete años fueron muy difíciles pero a partir del octavo el ecosistema regresó y la gente volvió a ver un mar productivo y ya no quieren volver a lo que tenían antes.
¿Hay etapas intermedias de protección que sean válidas?
Lo que hay son narrativas o mitos de que es muy difícil la protección total y que hay que ir paso a pasito. Por ejemplo, la industria atunera dijo que la captura iba a colapsar en un 30% y que iba a subir el precio de la lata de atún y que esa molestia ciudadana iba detonar en manifestaciones que iban a llegar a la capital de México y derrocar al gobierno. Todo era una serie de eventos de supuestos. ¿Qué hace un gobernante cuando oye todo eso? Piensa que como lo van a derrocar es mejor no hacer nada. En ese momento el presidente del momento (Enrique Peña Nieto) decidió implementar la que hoy es el área marina protegida más grande de Norteamérica. Cinco años después, ¿qué hemos encontrado? Que los atuneros están respetando el área y que siguen pescando igual que antes, que la lata de atún no sufrió ningún aumento y, si lo hizo, no fue por el área, y la flota pesquera no sufrió ningún desplazamiento. Te diría que cuesta lo mismo implementar un área pequeña que un área totalmente protegida.
¿Cómo se integra el turismo a la ecuación?
Al turismo se le ha considerado un agente externo y tiene mucho que ver. Los esnorquelistas y los buzos nos deberían de ayudar en la restauración de los ecosistemas. Nosotros vivimos en la tierra y por eso pues decimos que somos ciudadanos, pero ¿quiénes son los ciudadanos del mar? Son ellos y podrían ayudarnos a que esa agenda del 30-30 para la restauración de los ecosistemas sea posible a través de sus actividades turísticas. La gente dice por qué esto me tiene que importar. Pues sí que te tiene que importar porque el 70% del oxígeno que respiramos viene del mar; el mar nos da alimento, el mar nos protege y genera ecosistemas que indirectamente nos ayudan a vivir. Tenemos que generar la narrativa de que los buzos no son solo turistas sino ciudadanos del mar. Un estudio que hicimos demostró que antes de la pandemia el buceo dejaba US$ 725 millones al año y la pesca, tanto industrial como artesanal, dejaba US$ 700 millones en México. Eso no sucede en otros países como Uruguay pero es algo a lo que hay que prestarle atención. Es uno de los sectores en los que más hay que invertir. A nivel mundial es un sector que está dejando la mitad de todos los beneficios económicos del turismo marítimo.
Pero me imagino que, de todas formas, debe estar regulado.
Sí, pero el impacto del turismo nunca va a ser como el impacto de un barco que arrastra o el de una plataforma petrolera que destruye todo. Sí hay que controlarlo, pero es mejor involucrarlo. Estos ecosistemas pueden resistir disturbios como el ecoturismo y es mejor ser perturbado que estar muerto.