MONUMENTO HISTÓRICO NACIONAL
La Gran Logia de la Masonería abrió su palacio para El País; el único día que está abierto al público es durante el Día del Patrimonio
Arrectores pilorum. En latín para que combine con la mística. Mario Pera se dirigió al primer asiento del lado derecho mirando desde el altar hacia la puerta. Más tarde supo que era de oriente a occidente. Ese día de 1996 era un aprendiz y desconocía todo lo que estaba a su alrededor. Letras, signos, dibujos, colores, alegorías para la fe, la esperanza, la caridad, la prudencia, la fraternidad, el trabajo. Los Arrectores pilorum son los músculos diminutos que todos tenemos en la base de cada vello y revelaban en Pera una emoción fuerte. La misma que dice sentir cada vez que entra a este Monumento Histórico Nacional (MHN), uno de los más intrigantes de la ciudad de Montevideo.
“Lo restauramos gracias a la pandemia”, dijo quien hoy es Gran Maestro de la Gran Logia de la Masonería del Uruguay. Los trabajos en el Gran Templo del Palacio Masónico se prolongaron por más de un año y se logró el objetivo: devolverle el esplendor y la forma que tenía casi en la época de su inauguración. Abierto desde 1915 (tras la compra de la residencia a la familia de Eduardo Mac Eachen), los trabajos se basaron en fotografías de 1925, las más antiguas que se consiguieron en los archivos. El público podrá visitarlo el fin de semana del Día del Patrimonio (próximos 1º y 2 de octubre), primera vez que abre sábado y domingo. Es la única oportunidad en el año y que El País pudo adelantar.
El universo.
El Gran Templo es una planta rectangular orientada simbólicamente a los cuatro puntos cardinales y, si bien no es de grandes dimensiones, tiene razón Álvaro Zunino, integrante de la Comisión de Patrimonio Histórico Masónico, cuando dice que impacta. “Se te caen arriba todos los símbolos”, resumió. “La primera vez que entré sentí asombro. Todo es desconocimiento; luego vas a buscar lo que consideres o anheles entender”, apuntó quien ha estado estudiando desde 1995.
No hay dos templos iguales en el mundo. Si bien el diseño incorpora elementos característicos, Pera y Zunino coincidieron en que este Gran Templo tiene “la identidad de Uruguay” y así lo constata la declaración de Monumento Histórico Nacional recibida en 2020. También la asistencia en cada Día del Patrimonio desde que se han vencido las resistencias internas y se han abierto las puertas. “Una vez paramos de contar en las 7 mil personas”, contó Zunino.
Una de las intervenciones más grandes fue la reconstrucción de los respaldos de las sillas. Las estrellas que lucen ahora en resina habían sido talladas en madera para la inauguración de la primera sede (el edificio que hoy es el Museo Militar 18 de mayo de 1811); muchas molduras y los muebles luego fueron trasladados al edificio actual. “La madera estaba toda apolillada y había muchas estrellas quebradas”, dijo Pera. Muchas se rompieron por descuidos: en cada asiento hay una espada y al guardarlas eran frecuentes las roturas.
Hay dos tipos de espadas: las que tienen una bola pintada de blanco en el mango y las que tienen una bola pintada de azul. Las últimas están dedicadas a los Grandes Maestros y están en las sillas dispuestas en el altar; las otras fueron entregadas a los hermanos que cumplieron 50 años en la institución y ya fallecieron. Son la representación de los ideales caballerescos que animan al Rito Escocés Antiguo y Aceptado que es el practicado por la Masonería del Uruguay.
El techo es una increíble representación de un cielo que parte de la noche (en la entrada al Gran Templo) hacia el día (la luz del conocimiento) sobre el altar. “Es nuestro camino”, explicó Pera. También fue restaurado durante la pandemia; incluso, si se presta atención, se advierte cierto efecto óptico por el que las nubes se mueven a medida que se camina. “Tenemos constelaciones dibujadas. Allá está Orión, la Osa Menor, la Osa Mayor, Casiopea, Tauro… La estrella más brillantes de Tauro (Aldebarán) está sobre el altar”, relató.
Las representaciones del Sol y la Luna sobre el altar fueron nuevamente colocadas en el lugar que tenían hace casi 100 años gracias a las fotos antiguas. Hay otros símbolos astronómicos como el cinturón zodiacal.
Objetos en el Salón de los Pasos Perdidos.
Varios retratos capturan la atención en el Salón de los Pasos Perdidos, la antesala del Gran Templo. Uno de ellos es de Gabriel Pérez, fundador de la Masonería Uruguaya. Ante él están exhibidas las primeras actas de la Logia Madre Asilo de la Virtud Número 1 que comenzó a funcionar en 1830. Otra pintura de gran tamaño es el retrato del médico Fermín Ferreira y Artigas que recientemente ha sido restaurado. Fue integrante de la Logia Perseverancia de Montevideo. Otro objeto destacado es la Escultura del Masón esculpiéndose a sí mismo. Así lo explicó el Gran Maestro Mario Pena: “Somos una piedra en bruto y nos vamos haciendo nosotros mismos; nunca va a ser un ser humano completo. Siempre está en construcción hasta el último día de su vida”. En las Logias femeninas se encuentra el mismo símbolo pero con una mujer.
Otros bustos y pinturas corresponden a Giuseppe Garibaldi, Leandro Gómez, Ángel Luisi Pisano, Carlos de Castro, Julio Bastos, Manuel Oribe y Juan Antonio Lavalleja. También se ve la espada flamígera del Gran Maestro (por su forma de lengua de fuego), el mallet del Gran Maestro, escuadra y compás de la Gran Logia, un piano vertical y un armonio de 1860 que acompañó las ceremonias hasta mediados del siglo XX.
El significado del cielo es el mismo de la estatua del masón que se esculpe a sí mismo que se ve antes de entrar y de la piedra en bruto y de la piedra pulida que están cerca de la puerta de entrada. A su lado están los pilares identificados con las letras B y J que recuerdan los que franqueaban el acceso al mítico templo de Salomón. Se denominan Boaz y Jakin y están rematados con una esfera terrestre y una esfera celeste, respectivamente. Si hay que resumir el Gran Templo se puede decir que es un universo en miniatura, uno orientado hacia la luz.
Hay dos símbolos que se destacan sobre los demás porque son los que tienen más propaganda (como en el billete de un dólar). Uno de ellos es el que representa al Gran Arquitecto del Universo, que consta de un compás, una escuadra y una G de gnosis que, según explicó Pera, no tiene por qué señalar a un ser, sino que puede ser un “principio superior”. El otro es el “ojo que todo lo ve” y que está bien visible sobre el altar.
Una hora en el Gran Templo no es suficiente para comprender todo (ni que hablar de la visita un Día del Patrimonio que es mucho más rápida). Ya lo había advertido Zunino antes de entrar: “El lenguaje de los masones es un lenguaje de símbolos. Es un bombardeo a los sentidos”. Pero es una buena introducción para ir a investigar qué significa el águila bicéfala o cuál es el nombre de cada grado o porqué fueron elegidas la libertad, la igualdad y la fraternidad como las grandes ideas de la Masonería (están talladas en imprenta sobre la puerta al Gran Templo) y qué se hace para respetarlas.
La Rotonda.
La designación de MHN también recae sobre “La Rotonda” que es un curioso espacio circular a la entrada del edificio. No es parte del original sino que fue una modificación que hizo el arquitecto y también hermano Julio Vilamajó en el década de 1940.
Aunque no lo parezca, en su lugar había un patio cuadrado con columnas torneadas –dos fueron recuperadas y puestas en valor y se pueden ver dentro de un baño–.
Lo más destacable, además de la forma, es el domo con 33 ventanas, una por cada grado del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Los símbolos, que están ordenados, fueron puestos hace un par de años, luego de cambiar todas las aberturas por aluminio, dado que el hierro original ya estaba corroído y había filtraciones.
Una particularidad de este lugar es su acústica. Es el único lugar donde los masones pueden perder su discreción característica: el eco es tan grande que es imposible hablar en secreto.