CICLO: ALGORITMOS
Aunque enfrentarnos a uno pueda ser abrumador debido a su complejidad técnica, un algoritmo no es otra cosa que una secuencia o serie de instrucciones.
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Algoritmo
. Hace 10 años esa palabra estaba reservada para los matemáticos, los ingenieros, los científicos. Ahora la usamos en las reuniones sociales, en las conversaciones de ascensor, en las clases escolares, hasta en los asados. Es que esa palabra se convirtió en parte central de la explicación de cómo funcionan muchas de las revoluciones tecnológicas que hemos vivido en los últimos años.Pero, ¿qué es un algoritmo? Aunque enfrentarnos a uno pueda ser abrumador debido a su complejidad técnica, un algoritmo no es otra cosa que una secuencia o serie de instrucciones.
¿Instrucciones para algo específico?
En realidad no. Instrucciones para lo que sea que queremos desarrollar.
Para explicarlo de un modo sencillo –acá es donde le pido disculpas a mis amigos ingenieros– un algoritmo es algo así como una receta de cocina.
Podríamos decir que el input son los ingredientes, el algoritmo las instrucciones y el output la comida terminada.
Tanto en una receta de cocina como en un algoritmo uno puede no tener ni idea de lo que está haciendo pero si cumple al pie de la letra lo que está planteado logrará un resultado exitoso.
Esa es una de las grandes ventajas de los algoritmos: comunicar tareas complejas sin explicar el porqué.
¿Por qué ahora se pusieron de moda? Simple, porque ahora tenemos un compañero en muchos de nuestros vínculos, tareas y relaciones que antes no teníamos: la computadora.
Y la programación no es otra cosa que el arte de convertir las cosas que queremos que ocurran en una serie de instrucciones para que una computadora las pueda ejecutar.
Ahora en el año 2020, millones de nosotros –no todos, aunque muchas veces creamos que sí– llevamos una computadora en el bolsillo y usamos los algoritmos para tomar cientos de decisiones cada día.
Muchas veces usando reglas que no sabemos cuáles son e información parcial que no sabemos que les damos y que no sabemos cómo usan. Cuando entramos a Amazon un algoritmo nos dice que libros deberíamos leer, basándose en una serie de reglas que combinan lo que leímos hasta ahora (siempre que lo hayamos comprado en Amazon) y lo que otros que han leído lo mismo que nosotros leyeron después.
Cuando abrimos la aplicación de tránsito Waze un algoritmo nos dice cuál es la mejor ruta para llegar al lugar al que queremos ir e incluso puede saber antes que nosotros cuál es ese lugar basándose en nuestro comportamiento anterior y en la hora y el día de la semana.
Por ejemplo, todos los lunes a las seis de la tarde al abrir la aplicación preguntarte si vas para tu casa.
Estamos usando un algoritmo cuando abrimos Google y buscamos una palabra. En realidad, Google está usando un algoritmo –que lleva años perfeccionando y mejorando– para tratar de darnos la respuesta que se adapte mejor a lo que ellos llaman nuestra “intención de búsqueda” en el menor tiempo posible y con el menor margen de error.
En esos milisegundos que pasan entre que escribimos “peluquería” y apretamos buscar y pasamos el dedo sobre el teléfono para revisar los resultados, miles de instrucciones se ejecutan para producir el mejor resultado.
Qué buscamos antes que pueda dar una pista, desde qué dispositivo estamos buscando, en qué país, barrio, calle estamos parados y un enorme etcétera.
Los algoritmos hacen más fácil nuestra vida y por eso los hemos adoptado. Pero también intermedian muchas de nuestras decisiones y nos muestran una realidad armada con reglas de las que no estamos al tanto.
Saber cómo funcionan es probablemente, un primer paso para saber dónde estamos parados.