ENTREVISTA
El mundo como escenario es el nombre de su actual exposición en Fundación Pablo Atchugarry donde se inicia un viaje entre ositos de peluche, aviones y fútbol
Ignacio Iturria es el pintor uruguayo con mayor proyección internacional. Como él mismo reconoce, se ha pasado la vida encerrado en su estudio, inventándose un mundo que “lo entienda” y donde no exista ni un “yo jorobón” ni una tormenta de estímulos desarmónicos. No obstante, él ve que su pintura se ha vuelta “caótica”. El mundo como escenario es el nombre de su actual exposición en Fundación Pablo Atchugarry (Manantiales, Maldonado) donde se inicia a un viaje entre ositos de peluche, soldaditos de lata, aviones y fútbol. Sobre el mundo iturriano, habló el artista con El País.
—A la hora de coordinar esta entrevista me dijo: “Los artistas no somos personas normales”. ¿Dónde está la ‘anormalidad’ del mundo iturriano?
—La normalidad a la que me refiero es simple; no es patológica, aunque podría serlo. Anormalidad es, por ejemplo, estar encerrado pintando, trabajar toda la noche, el encontrar que la forma de comunicación con el mundo sea a través de lo que uno hace y no directamente con la persona presente. El mundo se mueve con la palabra; pero yo hago mi discurso encerrado en una habitación para conversar con los demás.
—Esa comunicación no es inmediata; se produce cuando alguien observa la obra completa.
—Sí, pero también existe que uno está hablando hacia los demás sin que el otro tenga cara. Y cuando el otro mira el cuadro, el pintor no está; tampoco existe la cara. El intermediario es la pintura. Tiene que ver con mi personalidad. Si no hubiera tenido la pintura hubiera estado sin poder relacionarme bien con las personas. Hay cosas que por mi sensibilidad me cuestan mucho en el día a día.
—¿La pintura ha sido su terapia, su refugio?
—Yo soy como un voyeur del mundo. Estoy como sentado en un banco mirando todo el acontecer. Por eso el nombre de la muestra. Es como si tuviera todo por delante y estoy observando y luego traduciendo lo que voy sintiendo por todos los elementos que existen: los seres humanos, los perros, las máquinas, los aviones; lo empiezo a relacionar a mi manera; cuento historias. Las últimas obras son más complicadas que otras porque son más caóticas. Estoy más ametrallado de imágenes de lo que estuve en el siglo pasado.
—¿A qué se debe ese cambio?
—Lo mío es un tema visual. Al haber aparecido la tele en colores, el teléfono en colores, la computadora, hay una transformación inmensa en la multiplicidad de imágenes y, sobre todo, de la presencia de un color que no existía. Uno puede poner al lado de la tele un cuadro del mayor colorista pintor de la historia y siempre va a parecer gris. Ahí empieza a aparecer una incertidumbre. Además, los colores que se pueden comprar hoy son más flúo. Hoy se ven colores estridentes; eso no pasaba antes; era todo gris y azul. Todo el mundo explotó en colores.
—El siglo pasado no se permitía tanto color, era más solemne.
—El siglo pasado fue el peor siglo de la historia. No hubo otro siglo donde no hubo más muertes y catástrofes. En Uruguay vivimos también un clima muy oscuro. Pero no es solo por la visión. Los ojos siempre ven lo mismo. El problema es lo que está detrás del ojo, lo que implica la mirada. Si yo estoy mirando con ojos tristes, las cosas se convierten en cosas tristes.
—Usted tiene pinturas, materiales, lienzos, ¿pero es el ojo su principal herramienta?
—Sí, porque es como el fútbol. Uno tiene un oficio y algo que ya se trae, un cierto talento. Y después, cuando se tiene eso, se empieza a describir el mundo.
—¿Cómo ha manejado a lo largo de la vida esa manera de ver las cosas?
—Me he pasado la vida encerrado en un estudio. Pinto durante la noche hasta que amanece. Y así han pasado los días, los meses, los años de mi vida. Cuando fui a París un año, solo salí dos veces: una fue al dentista y la otra a ver una obra y a mi exposición. Sí iba a la panadería o a comprar telas. En una panadería hay tanta información que para qué seguir enloqueciéndose. No tengo muchas relaciones personales. Mientras pinto hago un mundo que me entiende. Es como un anfiteatro imaginario que tengo atrás cuando pinto en el que están los antepasados pintores que pueden hacer su juicio. Está mi padre también. No me siento solo.
—Es encierro pero no soledad.
—Cero soledad. La suerte que tengo es que encontré una estrategia para vivir con lo que yo tengo. Cuando entro al estudio, a los 5-10 minutos entro en un estado hipnótico, donde me olvido de mí mismo. Es una meditación activa. Antes de entrar al estudio tiene que estar todo el pasado perdonado.
—En el catálogo hay una foto de una leyenda de su estudio que dice “ensoñación”. ¿Es el estado al que se refiere?
—Es una palabra que para mí es divina. Es increíble estar en ese estado; no sabés si estás despierto o si estás en un sueño. Pero lo mejor es que el yo demandante, el que critica, lo eché para afuera. La parte molesta queda afuera y me hago un picnic ahí adentro. Me voy a dormir y al otro día sé que hay una tela en blanco y que puedo arrancar de vuelta.
—Hay otra leyenda que dice “todos los días tengo algo” para pintar.
—Sí, para mí todos los días vienen los Reyes Magos, a menos que tenga que ir a hacer algún trámite, esas cosas que son molestas. Esto no quita que tenga inquietudes, inseguridades, angustias. Elimino a ese jorobón que es molesto. Cuando no estoy pintando, la cabeza me va a mil y empiezo a ver cosas desarmónicas; estoy acostumbrado a ver cosas armónicas. No puedo compaginarlo.
—¿Qué diferencias ve al pintar en Uruguay?
—La luz es muy importante. Es lo que más capto de los lugares adonde voy. En cada lugar la luz es diferente. Uruguay tiene una luz muy particular y creo que tiene que ver con la incidencia del sol que pega de costado; las cosas son muy definidas. En Miami es todo apastelado; hay una atmósfera en la que no existen los negros, los azules profundos; es todo diferente. El tema es descubrir la luz. Es adónde viajo. Viajo a la luz y a la idiosincrasia. Cada lugar es diferente como si fueran diferentes planetas.
—¿Por eso está tan presente el fútbol?
—Cuando yo era niño y adolescente, el único tema era salir a jugar al fútbol. Si volviera para atrás, volvería solo para jugar al fútbol. Estoy seguro que jugaría mucho mejor porque como apareció la tele, aprendimos mucho de cómo hay que moverse en la cancha. Siempre jugué de 9, adelante, metiendo goles. Lo único que me importaba era meter gol con lo que fuera. Metí goles con cualquier parte del cuerpo. El hecho de meter un gol es contundente. Uno puede hacer un cuadro bueno pero siempre hay algo relativo; pero meter un gol es definitivo.