TENDENCIAS
Irene Santa Cruz es una de las creadoras del Taller Charrúa 2630, donde enseña a trabajar en cerámica junto a su socia Laura Ramos Visca y donde están varias de sus premiadas obras.
Unas jarras de cerámicaque quedaron mal. Irene Santa Cruz (48 años) las sacó frescas del molde y se torcieron. Pero las dejó así porque le gustaron y se las alquiló a una tienda de José Ignacio; si se vendían, bien, sino volvían al taller.
“Me las devolvió y decidí presentarlas al Premio Nacional de Artesanía”, recuerda quien en 2015 fue la ganadora de ese reconocimiento y se convenció de que, en estos casos, lo mejor “es hacer una pieza sin apuro, tranquila. La hacés, la guardás y después la presentás”.
Porque en definitiva muchas de las cosas que le han ocurrido en su vida fueron de a poco, como sin proponérselo. Como ese Taller Charrúa 2630 que tanto ama y que nació porque cinco compañeros de la facultad de Bellas Artes necesitaban un espacio donde trabajar.
“Alquilamos el lugar y, conforme se fueron sucediendo los años, de los cinco quedamos dos: Laura Ramos Visca y yo”, dice. Los otros tres, de todas formas, siguieron vinculados al arte. Alberto Benitez con la restauración, María Varela con su taller en Piriápolis y Daniela Vaamonde dedicada al diseño en Nantes (Francia).
El taller nacido en 2004 se llama así por su dirección en Montevideo. Allí Irene y Laura no solo realizan sus creaciones en cerámica, sino que también dictan cursos para jóvenes y adultos. Las clases para los niños las dejan en manos de Virginia Umpiérrez.
“Tenemos alumnos que han salido de acá y han formado sus propios talleres, como Valentín Carrasco del Taller Tatú o Pilar Moreno de Taller Arapoty. Seguimos en contacto. Eso es lo lindo, estamos todos conectados y te consultan por presupuestos o te piden barro para un trabajo especial. Hay toda una red, gente que está haciendo muy buenos trabajos”, destaca la artesana.
Acota que ya hace un tiempo que la cerámica viene teniendo un alza en el mercado. “Ahora es muy común ver piezas muy buenas y en muchos lugares. Hay muchos talleres y, tan es así, que una tienda que vende insumos se reformó tanto que ahora parece de Barcelona”, bromea Irene.
Pero eso también tiene sus contras, como que la gente va a comprar cosas ya prontas para vender y no pasa por el taller. Y eso pesa porque, así como escuchó una vez decir a la cocinera Irene Delponte “yo no cocino con amor, cocino con trabajo y estudio”, ella sostiene lo mismo de sus cerámicas. “Le pongo de mí obviamente, pero son el fiel reflejo de todos estos años de trabajo”, afirma.
Larga trayectoria.
Si bien Irene se considera ceramista, lo suyo es el dibujo. “La cerámica es un pretexto, un formato para seguir dibujando”, dice.
Se caracteriza por ilustrar los objetos de cerámica o llenarlos de frases que apelan a la idiosincrasia local o al cancionero uruguayo.
Está desde la voz de un feriante que grita “¡hay que comer!”, hasta letras de canciones de Fernando Cabrera o El Sabalero. Incluso se puede colar el “fiesta, qué fantástica esta fiesta” de Raffaella Carrá, que escribió justo el día de su muerte. “Estaba probando en un bowl la técnica de la crayola cerámica. Te juro que fue de casualidad y ya lo vendí”, acota.
Siempre le gustó dibujar. Siendo niña su madre la inscribió en el taller de expresión plástica Las Gaviotas gracias a una nota que vio en el diario El País. Allí aprendió varias técnicas que con el tiempo la decidieron a entrar a Bellas Artes.
Pero claro, no eran épocas en que eso se viera como “algo de lo que vivir”, así que se inscribió en la carrera de Ayudante de Arquitecto y la terminó. “Me dio muchas herramientas, sobre todo el dibujo, el uso del rapidograph en la época en que se hacían planos a mano alzada, la línea, la témpera, el ecoline, los pinceles…”, recuerda.
También estudió Formación Docente en Expresión Plástica en el Taller Malvín, aunque sus comienzos en la docencia fueron dando clases de inglés en Secundaria para poder seguir con su taller sin preocuparse si daba rédito económico.
“Ahora es un trabajo súper rentable”, apunta. Incluso en épocas difíciles como la reciente pandemia que, para su sorpresa, las benefició. “Como que la gente dijo ‘si me voy a morir de algo será haciendo lo que siempre quise’ y el taller se nos llenó de gente”, comenta.
Como dibujante ilustró cuentos que escribía un amigo en la revista Freeway y también colaboró con el semanario Brecha. Además hizo el taller del dibujante Fermín Hontou, con el que llevó adelante un proyecto para ilustrar cuencos.
Se define como una gran coleccionista de libros infantiles. “Pierdo tardes en editorial Gussi comprando mucho material del que me nutro y luego, con la excusa de los niños, los dejo en su biblioteca”, confiesa esta madre de mellizos de 4 años.
A la hora de hablar de su arte lo define como “un trabajo muy femenino. Sé que uno no se va a sentir identificado en una pieza de cerámica… pero sí”, lanza entre risas.
Quizás por eso la Intendencia de Montevideo la eligió para que realizara las estatuillas de dos de sus reconocimientos: los premios a las Ciudadanas Ilustres, que realiza en forma personalizada para cada una desde 2017, y los Premios Fortalecidas, que se entregan a las mujeres que impulsan proyectos y actividades que promueven el empoderamiento femenino.
“Mi trabajo es un homenaje a las mujeres que logran sus objetivos. Me encanta ir a esas ceremonias con mi familia, en especial con mi hija Lena, para que observe a esas mujeres que lucharon y luchan, y engloban a otras más, empoderándolas y fortaleciéndolas”, señala.
Y siguiendo con mujeres que se apoyan, Irene se encuentra actualmente trabajando en un proyecto con la orfebre argentina Laura Ro, a la que contactó porque le gustó su obra.
“Primero surgió como un intercambio de decir ‘quiero tener una joya tuya porque es como una vasija mía’”, dice.
Gracias a eso hoy están gestando Bitácora de Encuentros, una línea que pretenden sacar a fin de año “enjoyando las vasijas de Irene y portando las joyas de Laura” para hacer cuencos que contienen historias.
Mucho camino recorrido por esta artesana que asegura “estar donde quiero estar. Tengo mi taller, desarrollo el producto que quiero y tuve la suerte que gusta y me va bien. Es muy gratificante, tengo un reconocimiento”. Así se siente y no es casual.
Piezas por todo el país y en el exterior también
Sus piezas están en Galería Acatrás del Mercado, Mercado de los Artesanos, tienda Anastacio de José Ignacio (también vendió en Los caracoles), Colonia, el Museo del Azulejo y un tiempo estuvo en Manos del Uruguay.
En el exterior se la encuentra en la tienda Pays de poche (París) y ha vendido obras a EE.UU., Alemania e Inglaterra.
Durante varios años hizo con su socia feria Ideas+ y ha sido parte en forma individual y colectiva de varias exposiciones.
Premio Morosoli para Irene y Laura
En 2015, el Taller Charrúa 2630 recibió el Premio Morosoli de Bronce a las Artes Plásticas. Ese mismo año, Irene recibió el Premio Nacional de Artesanía.