Irma Avegno, la uruguaya prestamista y apostadora que terminó perseguida por Interpol

Nacida en una familia de clase alta, se dedicó a las apuestas de caballos y terminó huyendo de la policía a Buenos Aires.

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Irma Avegno
Ilustración: Carolina Angulo para el libro Uruguayas rebeldes

Por Soledad Gago

Era la primera semana de junio de 1913 yBuenos Aires amanecía entre el viento y la niebla. Irma Avegno, a bordo del buque a vapor Roma, tenía 32 años, llevaba un sombrero con una pluma que se humedece en el frío y un bolso en el que guardaba un revólver. Se asomó a la borda, cerró apenas los ojos y no pensó en nada. Dejó que el aire húmedo del puerto le atravesara la cara, quería sentirlo en la piel, en los músculos, en los huesos. Sentir, en ese chorro frío, que estaba viva. Completamente viva.

Irma llegó a Buenos Aires huyendo de la Policía. La buscaban en Uruguay, su país, por estafas a bancos a los que les debía dinero que había pedido para dar préstamos. Una crisis de la bolsa de valores de esos años había hecho caer las inversiones y, de las decenas de inversionistas de entonces, se apuntó contra ella. A Irma la buscaba Interpol. Nunca antes una mujer uruguaya había sido buscada por ese organismo.

Esta, sin embargo, no es la historia de una mujer que huye. Es, en todo caso, la de una mujer que, en medio del siglo XX, vivió como quiso.

“Irma Avegno fue una mujer irrepetible en todo el sentido de la expresión. En el 900 ser mujer, inteligente y presumir de ello, lejos de ser una virtud podía ser un verdadero inconveniente. Si además tenías una sexualidad no convencional y la vivías con plenitud, podías aumentar tus problemas. Y si a todo ello le sumamos que conocía al dedillo secretos y deslices de quienes integraban el establishment, sin dudas eras una mujer extremadamente inconveniente”, dice la escritora Mercedes Vigil, que hizo una investigación sobre ella y la publicó en el libro Una mujer inconveniente.

¿Qué lugar hay en la historia para las mujeres que caminan por los bordes?

No se sabe mucho sobre la vida de Irma Avegno. Nadie ha hablado demasiado sobre ella. Además del libro de Vigil, el dramaturgo Dino Armas escribió una obra de teatro basada en su vida, Se ruega no enviar coronas. Por lo demás, lo que se sabe es lo que salía en la prensa de la época. La mayoría de los medios la trataba como una mujer sin valores, ambiciosa, motivada solo por la codicia. Y sin embargo.

Nació en una familia de clase alta. Su padre era el diputado por el Partido Colorado Emilio Avegno y, en el momento en el que Irma partió hacia Buenos Aires, su padrino, José Romeu, era ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de José Batlle y Ordóñez durante su segundo mandato presidencial.

Dicen que desde niña tuvo una inteligencia excepcional. Que mostró mucha facilidad para los números. Que tenía una capacidad superior a la de sus hermanos varones. Y que no dudó, sostiene Vigil, “en capitalizar al extremo esa posición hasta el grado de ser reconocida como una de las más hábiles inversionistas de plaza”.

Creció en el interior del país, donde su familia se dedicaba a la cría de caballos. De allí vino su pasión por los animales. De allí, también, que tuviera su propio criadero, Los Pocitos, y que se la pudiera ver a menudo apostando en el Hipódromo de Maroñas.

El mismo día que Irma estaba llegando a Buenos Aires, su caballo preferido, Ivapú, estaba corriendo en Maroñas como uno de los favoritos. Poco tiempo antes, Irma había estado en el hipódromo viéndolo competir. Se paseaba, Irma, por las gradas de Maroñas con vestidos y sombreros y un cigarrillo entre los labios. No le importaba que las mujeres no acostumbraran a fumar en público. No le importaba ser la única en las carreras de caballos. No le importaba apostar todo lo que tenía: no se trataba de ganar o de perder. Se trataba, como siempre, como todo, de vivir al límite.

“En los hechos Irma hacía todo lo contrario de lo ‘convencional’”, dice Vigil. “Fumaba en público, manejaba su auto a altas velocidades cuando las señoritas de su tiempo debían recurrir a un chofer que las condujese, paseaba de la mano de su pareja Eulalia Rubio sin ocultarse y construyó su castillo en la Rambla de Montevideo en donde vivieron juntas sin tapujos”.

¿Qué lugar hay en la historia para las mujeres que caminan por los bordes?

La revista policial Al rojo vivo, editada en la época, publicó unos años después de su partida a Buenos Aires una nota sobre su vida. Allí detallaba que, al partir, Irma le debía 237.000 pesos a José Romeu, su padrino y tenía créditos por más de 200.000 pesos en distintos bancos de la región. Además, debía 500.000 pesos a particulares y sus propiedades estaban hipotecadas.

Romeu era, en su momento, una de las personas que más le facilitaba dinero para financiar los préstamos. Irma siempre se lo devolvía en fecha. Hasta junio de 1913, cuando tenía que reintegrarle 300.000 pesos y, en su lugar, le dio un cheque firmado por su amiga íntima y pareja Eulalia Rubio. Después, Romeu comprobó que la firma era falsa.

Antes de irse, Irma le escribió una carta. Decía así: “Don José, perdóneme porque soy muy desgraciada, sé que lo dejo a Ud. y a los suyos en la pobreza, pero he de pagar con mi sangre (yo que amaba tanto la vida) el delito que he cometido. Vuelvo a pedirle que me perdone”.

Era el mediodía en Buenos Aires cuando Irma logró localizar, en pleno centro, a uno de sus primos, Jaime Avegno. Quería que la ayudara a sacar un pasaje para Europa, pero él la convenció de que no era lo más conveniente y le dio un lugar en su casa para ocultarse.

Dicen que la Policía ya había seguidos sus pasos. Dicen que un día después Irma salió caminando hacia una capilla. Dicen que pidió ayuda y que se la negaron. Dicen que se arrodilló, que rezó. Dicen que salió y que caminó apurada, sin rumbo. Dicen que un día de junio su cuerpo apareció sin vida en Lomas de Zamora, localidad de la provincia de Buenos Aires.

Algunos dijeron que se suicidó. Otros desconfiaron. Sostuvieron que alguien la mandó a matar para que no hablara, para que no diera los nombres de los políticos con los que había hecho negocios, a los que había hecho ricos.

Lo que se sabe es que, cuando unos días después su cuerpo llegó a Montevideo a bordo del mismo barco en el que se había ido, había una multitud esperándola. Que caminaron junto al féretro hasta el Cementerio Central. Que había carteles que le agradecían: por la ayuda que alguna vez, cuando tuvo dinero, les había dado, por la valentía y por el coraje. Sobre todo, por el coraje. ¿Qué lugar hay en la historia para las mujeres que caminan por los bordes?

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