ANIVERSARIO DE CADI
El Centro de Apoyo al Desarrollo Integral (CADI) celebró sus 30 años de trabajo en la zona con una charla del cardiólogo.
Qué sucede con una historia que ya fue dicha infinitas veces y de todas las maneras posibles, cuando es contada, una vez más, 50 años después? ¿Qué sucede cuando alguien, a pesar del tiempo y de las distancias, escucha esta historia por primera vez en su vida?
Quizás, lo que pase sea que la historia se resignifique. Que adquiera, aunque sea imperceptible, un sentido nuevo. Que algo de todo eso quede resonando. Que deje un eco.
Eso fue lo que sucedió ayer en el colegio Los Rosales mientras un salón repleto de invitados y de alumnas del primer año de liceo escuchaba, atento, cómo Roberto Canessa, cardiólogo, contaba paso a paso la historia de sus días en la Cordillera de los Andes después de que el avión en el que viajaba, en 1972, se estrellara en las montañas.
La charla se dio en el marco de la celebración de los 30 años de trabajo del Centro de Apoyo al Desarrollo Integral (CADI) en Casavalle. Se trata de una institución sin fines de lucro cuyo objetivo es “promover y apoyar a las familias en situación de riesgo social de las zonas de Casavalle y Manga a través de la inserción educativa, laboral y comunitaria de las mujeres”.
Eligieron celebrar su aniversario junto a Canessa porque “es un gran ejemplo para todos, una persona que inspira, que dejó varios mensajes de vida”, dicen desde el centro. “Uno de los que más nos gustó fue: ‘No importa de dónde venimos, sino hacia donde vamos’”.
“Cuando fui a salir del avión que estaba en medio de la montaña me di cuenta de que no tenía ni la cola ni las alas. Cuando pisé la nieve sentí la desolación más grande de mi vida”, contó Canessaen su relato.
Habló sobre el instinto de supervivencia y sobre la importancia de trabajar en equipo, sobre la idea de la muerte, sobre la fe y la cercanía con Dios, sobre haber comido el cuerpo de sus compañeros para sobrevivir, sobre sus amigos y sobre la fuerza que tuvieron, a pesar de que varios murieron allí, en la nieve. Habló, también, sobre la montaña. Dijo que era un lugar en el que no hay rastros de vida, un lugar inhabitable, y, a pesar de eso, había noches en las que la luna iluminaba todo y las estrellas se veían cercanas y él pensaba que eso era la belleza. Habló sobre la fuerza y sobre la caminata por la nieve de diez días que hizo junto a Fernando Parrado hasta encontrar a Sergio Catalán, el arriero chileno que les salvó la vida. Dijo, sobre Catalán, que había que imitar su solidaridad.
Pero, sobre todo habló de eso: de caminar. De seguir caminando aún cuando los pies se entierren en la nieve, aun cuando cueste. Seguir caminando porque, en algún lugar, las montañas se terminan.
Trayectoria
En 1992, exactamente a veinte años del accidente del avión de la Fuerza Aérea uruguaya que llevaba a 45 pasajeros hacia Chile —jugadores, amigos y familiares del equipo de rugby Old Christians— , empezó a funcionar CADI en el barrio Casavalle. Se trata de un centro que atiende a niños y mujeres de la zona para contribuir al desarrollo comunitario y a mejorar la calidad de vida.
En 30 años de trabajo fundaron un colegio —el primero bilingüe del barrio— y un liceo tecnológico, “el único de mujeres” en todo el país, un CAIF y un Club de Niñas, que atiende a 164 chicas de entre 5 y 12 años y les da la posibilidad de hacer actividades extracurriculares (ver nota aparte). En total atienden a 700 familias.
La montaña
Antes de empezar la charla, Roberto Canessa proyectó un documental. Allí se veía, a través del testimonio de sus compañeros, imágenes y videos, se contaba la historia completa de los 72 días que los 16 sobrevivientes del accidente de los Andes pasaron en la montaña.
Allí contaron cómo, por ejemplo, al comienzo todo fue desesperación y muerte. Cómo pensaron que los irían a recatar pronto. Cómo escucharon por la radio que se había suspendido la búsqueda. Cómo construyeron, desde cero, una sociedad nueva, con sus propias reglas, con sus propias lógicas. Cómo repartieron la poca comida que tenían. Cómo fabricaron agua derritiendo nieve en un trozo de metal. Cómo decidieron comer carne humana. Cómo se dividieron las tareas. Cómo decidieron salir a caminar por la montaña. Cómo le pidieron a Dios que los ayudara y cómo se aferraron a la fe porque no había otra cosa a la que aferrarse.
DespuésCanessa contó su versión. Y después, cuando terminó, algunas de las 26 alumnas que lo escucharon, le hicieron preguntas. “¿Cómo describirías en tres palabras los días en la montaña?”; “¿Qué fue lo primero que pensaste cuando se cayó el avión?”; “¿Qué fue lo primero que hiciste cuando llegaste a Montevideo?”; “¿Qué nos podrías decir a nosotras sobre el trabajo en equipo?”.
Canessa escuchó y respondió a todas las preguntas.
¿Qué sucede con una historia que ya fue dicha infinitas veces y de todas las maneras posibles, cuando es contada, una vez más, 50 años después?
Quizás, lo que pase, sea que la historia se resignifique. Que adquiera, aunque sea imperceptible, un sentido nuevo. Que quede resonando. Que deje un eco.
Eso fue lo que sucedió ayer, cuando Canessa dijo que no importa de dónde venimos sino hacia dónde vamos y 26 niñas lo escucharon atentas, sentadas bien cerca de él. Eso fue lo que sucedió porque, quizás, para alguna de ellas, esa fue la primera vez que lo escucharon contar la historia. Y porque, quizás, algo de toda esa historia les haya quedado resonando, les haya dejado un eco: les sirva, alguna vez, para poder seguir caminando por la Cordillera.