SON DE LA CIUDAD

La historia de Mirko, el guardián de Gabriel Pereira y Berro hace 25 años sobre el que todos tienen algo para decir

Nació en Mercedes, pero se vino a Montevideo a los 19 años. Trabaja como cuidacohes en esa cuadra del barrio Pocitos, pero, para quienes viven allí, su presencia es fundamental.

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Mirko, cuidacoches de Gabriel Pereira y Berro
Mirko, cuidacoches de Gabriel Pereira y Berro.
Foto: Ignacio Sanchez

En algún momento, Mirko cortará en seco la conversación y dirá que es mejor que hablen otros. Entonces golpeará la puerta de algunos comercios y edificios de la cuadray les dirá que ella —yo— tiene una pregunta para hacerles. ¿Qué significa Mirko para la cuadra?

Dirán: “Mirko es el que te salva siempre, en todo lo que necesites, todo el mundo acá lo quiere, siempre está para ayudar, para cuidar”. Dirán: “Él es que vigila, el que ayuda a los vecinos, para lo que necesitemos siempre está, confianza total. Es así con nosotros y con todos los vecinos, si no lo encontramos lo llamamos, él está atento a todo, ya conoce quién es de acá, quién vive en el barrio, sí, siempre está al servicio de todos”. Dirán: “Yo tengo un lavadero a la vuelta hace 10 años y lo conozco desde siempre. Él es estupendo, confiamos mucho en él, lleva y trae la ropa de la gente del lavadero, es el guardián de la cuadra. La gente ya lo conoce, sabe que mientras él esté está todo tranquilo”.

Es una tarde nublada de primavera. Los pronósticos anunciaron lluvia, pero aún no llueve. Hay, eso sí, un viento tibio que calienta las veredas y mueve las ramas y las hojas de los árboles y hace que las pelusas de los plátanos caigan de a cantidades absurdamente molestas.

En Gabriel Pereira entre Berro y 26 de marzo se mezclan los edificios con comercios de todo tipo: hay tiendas, peluquerías, panaderías, gimnasios. Entre ellos hay un secondhand, Segunda oportunidad, casi en la mitad de la cuadra. Es un local bajo y angosto, largo, en el que se acumulan muebles, ropa, artefactos, cuadros, lámparas, discos. En la vereda hay más: bicicletas, sillas, bancos de madera.

Después de haber recorrido la cuadra repitiendo una y otra vez la misma pregunta, después de haber encontrado, una y otra vez, la misma respuesta, Mirko se sienta en el respaldo de uno de esos bancos. Es delgado, tiene el rostro cubierto por una barba oscura y poco crecida, los ojos negros, un poco caídos hacia abajo, la mirada serena, el pelo le sobrepasa el cuello. Usa un pantalón de jean, una remera de manga corta tipo chomba, una gorro de visera gris, el chaleco amarillo que se pone para trabajar.

Mirko, cuidacoches de Gabriel Pereira y Berro
Mirko, cuidacoches de Gabriel Pereira y Berro
Foto: Ignacio Sanchez

Cuenta su historia: llegó a ahí, a Gabriel Pereira entre Berro y 26 de marzo hace 25 años. Antes trabajaba como cuidacoches en otra zona de Montevideo, pero un compañero del que hoy no sabe nada lo llevó a esa cuadra para trabajar cuidando vehículos y él nunca más se fue. Vive lejos, en una casa en Camino Maldonado que un vecino de Gabriel Pereira le presta desde hace diez para que se la cuide. Tiene 12 perros, ocho gatos - “Son mi compañía, los tengo desde hace años, desde que vivo en aquella casa”-. Antes tenía gallinas y todos los viernes vendía huevos caseros. Todos los días viaja una hora en el 316 hasta allí.

Hay días en los que, por diferentes motivos, ha ido caminando. Demora dos horas, pero intenta no faltar nunca: “Si hay trabajo hay que aprovechar”, dice.

Llega sobre las diez de la mañana y lo primero que hace es ayudar a Eduardo a sacar las cosas del secondhand a la vereda. Después se queda ahí, todo el día, pendiente de todo lo que pasa en la cuadra. No solo cuida vehículos, los ayuda a estacionar y a salir. Mirko sabe todo: quiénes viven en cada edificio, quiénes necesitan su ayuda para hacer los mandados o alguna tarea de la casa, a quién tiene que acompañar a cobrar la jubilación, quién necesita conversar un rato, a qué tiene que estar atento.

Esa cuadra en medio de Pocitosse volvió su lugar, un sitio en el que, también, todos lo conocen, preguntan por él, están atentos, lo ayudan.

“Yo estoy acá hace 14 años y a Mirko lo conozco desde entonces”, dice Eduardo, del secondhand. “Acá todos lo aman. Y todos quieren ayudarlo. Hay personas que todos los días cocinan extra para darle un plato a Mirko. Cuando él no viene lo llamamos. Él acá me ayuda, yo le pago un sueldo, y puede fallarme la chica que hace las redes, puede fallarme quien sea, pero si no viene Mirko todo se tranca. Tengo una empresa de limpieza y Mirko trabaja en ella tres veces por semana, limpiando un gimnasio. Ahí también todos lo quieren, solo tienen cosas buenas para decir de él. Yo tengo una confianza plena en él, todos la tenemos, es una pieza fundamental para la cuadra”.

Mirko, cuidacoches de Gabriel Pereira y Berro
Mirko, cuidacoches de Gabriel Pereira y Berro
Foto: Ignacio Sanchez

Para Mirko es una responsabilidad estar ahí, tener el lugar que tiene. No deja que pase nada extraño. Si ve algo que no le gusta avisa a la policía o lo enfrenta. Cree que se fue ganando la confianza de todos los vecinos de a poquito, que le gusta que confíen en él.

Esta, en pleno Pocitos, es su cuadra, aunque Montevideo no sea su ciudad. Mirko nació en Mercedes, Soriano. Creció allí, en la casa de una señora que lo crió cerca del estadio, jugando en la calle a veces, trabajando otras. Su padre se había ido a vivir a Montevideo para trabajar. Le mandaba dinero, estaba presente como podía. “Hasta me hizo mi cumpleaños de 15”, dice. A los 19 años decidió venir a la capital para buscarlo. Lo encontró, vivió un tiempo con él, también con su hermano, que vivía sobre la Ruta 1 con su familia, él se hizo una casa en el fondo. Cuando su padre falleció Mirko empezó a vivir en pensiones. Así anduvo hasta que un día llegó a Pereira y Berro y, de a poco, las cosas se fueron acomodando.

Tiene 59 años, un hijo al que crió solo —“Fui madre y padre”, dice— tres nietos. Del dinero que gana en sus trabajos, guarda una parte para ayudarlos. Es agradecido por el trabajo que tiene. Nunca se queja, pero a veces está cansado. “Yo no falto nunca acá, pero alguna vez lo he hecho, hay días en los que tenés ganas de nada”, dice.

Cuenta la historia de su cuadra como si le perteneciera: ahí hubo una fábrica de pastas, ahí un restaurante que también estuvo en la otra esquina, los dueños de este local achicaron la tienda, allí una juguetería, después una peluquería, después un boliche. “Todos se han ido o han cerrado y han venido otros distintos y yo sigo estando acá, ya saben que esta es mi cuadra”, dice mientras mira alrededor, como si nada fuese más importante que estar atento. Después, insiste: “Si querés preguntarle por mí a algún vecinomás yo te consigo”.

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