Redacción El País
Que Mauela Quevedo Lafone, su madre, era morena, tenía los ojos suaves y la mirada animada, que sonreía mucho pero sin exageraciones, que era culta, muy lectora, rígida sin ser severa, que le enseñó a hablar ingles, que lo crió con su sello y que él siempre supo, por eso, que el deber era lo primero.
Que su padre, Don Juan José de Herrera, tenía los ojos verdes, el pelo rubio, la piel muy blanca, que era callado y que parecía que siempre estaba abstraído en sus pensamientos, que “irradiaba fuerza moral”, que era “orgánicamente austero”, que una vez, cuando emigraron a Buenos Aires y él tenía 12 años, lo dejó en la puerta de su nueva escuela en la calle Bolívar y le dijo: “Espero, mi amigo, que usted sabrá honrar el nombre de su país”, y que aunque él no entendió del todo, esa consigna de honor le quedó marcada.
Que fue bautizado en la fe católica al poco tiempo de su nacimiento, que los primeros Herrera que llegaron a la Banda Oriental fueron andaluces, que cuando era adolescente empezó a leer todo lo que encontraba y a copiar frases de los libros en unos cuadernos a los que les arrancaba las tapas, que tenía una caligrafía perfecta.
Después, lo que es más conocido: que se inició en la política a los 19 años, que se graduó como Doctor en Derecho y Ciencias Sociales en la Universidad de la República, que participó en la batalla de Tres Árboles al mando de Diego Lamas, que era uno de los pocos políticos uruguayos que hablaba inglés fluido y que fue enviado como diplomático a Estados Unidos, que participó en la Revolución de 1904, que fue diputado, que fue presidente del Directorio dePartido Nacionaly candidato a la presidencia, que fundó el diario La democracia junto a Carlos Roxlo y que el 9 de noviembre de ese mismo año, tras la muerte de Aparicio Saravia escribió: “El caballo de Aparicio recibió dos balazos casi simultáneos, encabritándose y tratando de huir. La extrema bizarría de su jinete lo apaciguó. En la línea de fuego silbaba rugiente el huracán de balas (...). El general estaba decidor y alegre. Los ojos de león, sus grandes ojos pardos, adivinaban a la victoria y la conocían”.
Después, lo que es más conocido: que Luis Alberto de Herrera fue uno de los caudillos más importantes de la historia del Partido Nacional.
El libro Herrera. 150 años de historia (1873-2023), escrito por Atilio Garrido -disponible en todos los quioscos, en el stand de Coleccionables El País en la FIL y en coleccionables.elpais.com.uy- repasa la vida de Luis Alberto de Herrera a través de relatos, documentos, intercambios de cartas y fotografías, al mismo tiempo que narra la historia del Partido Nacional y del Uruguay.
Dividido en capítulos que van desde la niñez a la muerte de Herrera, el libro aporta una mirada completa sobre la trayectoria del caudillo que marcó la historia del Partido Nacional, brindando, incluso, la transcripción, por primera vez, de documentos completos escritos por él.
Al mismo tiempo, recorre la actividad política de toda la familia Herrera, incluida la del actual presidente de la República, Luis Lacalle Pou.
Por último, incluye una serie de textos escritos por distintos autores o allegados a la figura de Luis Alberto de Herrera: Ricardo Reilly Salaverri, Raúl Iturria Igarzábal y María del Carmen Iturria, Luis Rapeti Tassano, Héctor Payssé Reyes, Carlos Quijano y Ariel Pereira.
En un texto que se recoge del semanario Marcha del 10 de abril de 1959, Carlos Quijano escribió, tras la muerte de Herrera: “Vivió como si fuera inmortal. Y en verdad que todos, hasta llegamos a creer que lo era (...) No fue un estadista, sin duda. No podía serlo por sus orígenes, su formación, y, sobre todo, por propio temperamento. Fue un caudillo, el último gran caudillo quizás, con sus errores, sus exageraciones, sus pasiones, sus tremendas pasiones, su extra humana energía que -fenómeno sin par- al paso de los años crecía, en lugar de disminuir o atemperarse, su atracción magnética”.