PERFIL
El cofundador de Tryolabs fue reconocido por la Asociación de Ingenieros del Uruguay por su contribución a la industria del software
"Vos, pibe, dedicate a otra cosa, no hagas más esto”. Así le espetó en la cara un referente del área al salir de un concurso fallido en el Club de Golf.
Martín Alcalá Rubí relató esa anécdota para una entrevista que forma parte de Fundadores.UY, un libro de Sergio Delgado que recoge 12 historias de jóvenes emprendedores. Podría decirse que fue el destino (pero lo cierto fue se trató de trabajo duro) lo que quiso que, una década después y en el mismo lugar, Alcalá Rubí se convirtiera en el primer ingeniero menor de 40 años en recibir un reconocimiento de la Asociación de Ingenieros del Uruguay (AIU). La plaqueta dice: “Por su contribución al desarrollo empresarial de la ingeniería de software uruguaya en el exterior especialmente aplicada en inteligencia artificial”.
Marcelo Erlich, vicepresidente de la AIU, indicó que esta distinción para el cofundador de Tryolabs, una empresa de servicios de inteligencia artificial, se debe a que es un “abanderado que predica con el ejemplo”. Y añadió: “Tenemos que mostrar hacia dónde va el país y una manera es reconocer a un ingeniero joven que hace 10 años está en el área de inteligencia artificial y ha sido exitoso”. Pero no solo eso. También lo destacó por ser una persona generosa por su programa de becas para estudiantes (hoy se hace en conjunto con otras tres empresas) y por haber fundado el primer club de inversores ángeles del país.
Consultado por El País por este reconocimiento, Alcalá Rubí dijo: “Esta visibilidad es relativamente nueva porque estuvimos muchos años con la cabeza gacha trabajando. Y agregó: “Es una linda historia para contar porque no tuvimos la vida solucionada ni veníamos de una familia de plata. Significa que cualquiera puede”.
Desde venta de cinturones hasta comerciales.
Alcalá Rubí vendió cinturones de cuero, tocó la guitarra, dio clases de matemática y de física, arregló computadoras y hasta hizo comerciales. “Hice de todo. Era lo que hacía para salir adelante y ayudar a mi familia”, afirmó.
Sus padres y abuelos le regalaron su primera computadora a los 8 años; fue una Spectrum. Se la dieron para “que aprendiera jugando”. Pero, en esa época, para jugar había que ingresar comandos, por lo que tuvo que aprender a programarlos para hacer dibujos en la pantalla. A los 12 años, a Alcalá Rubí le vino “la locura” de contratar a un profesor que había conocido de casualidad en un videoclub. A los 14 empezó a arreglar las computadoras del barrio. Un año más tarde, mientras sus compañeros de liceo estaban en Bariloche, se pasó las vacaciones “instalando y desinstalando el Windows 95 y estudiando los manuales”. A los 16 ingresó a una academia y se recibió de programador. “Por esas cosas de la vida, a los 18 años ya tenía nueve años de experiencia en informática y me aburrí”, dijo a El País.
A esa edad ingresó a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República pero no eligió Ingeniería de Software sino Telecomunicaciones. Esto se debió a un consejo familiar por el que le advirtieron que optara por algo menos popular. “Me dijeron que iba a pasar como con los videoclubs; se iba a llenar de ingenieros en computación”, recordó entre risas. A los 20, Alcalá Rubí fundó su primera empresa para costearse los estudios, Computer Solution, la que vendía equipos y soluciones a medida. Su logo era un dibujo de la galería del programa Word de Microsoft: un pato que martillaba una computadora. Finalmente, en 2005, a los 24 años, se recibió de ingeniero en Telecomunicaciones y Electrónica. Su proyecto final fue un brazo robótico comandado a través de TCP/IP, uno de los protocolos fundamentales de internet.
“Luego empiezo a trabajar y me va bien”, recordó. Primero hizo drive testing para Ericsson (para analizar el estado de las redes de comunicación móvil); luego ingresó a Security Advisor como auxiliar de soporte. “Terminé siendo el director de tecnología en menos de dos años y medio”, apuntó. Después de eso aceptó un trabajo en el área de facturación de Movistar. “Y conocí ese lenguaje de programación fantástico que es Python”, apuntó.
Varias decepciones mediante, un 24 de agosto de 2009 compró el dominio Tryolabs.com. Mandó a hacer unas tarjetas con el lema “Make it happen” (hacé que suceda), un resumen de su propia vida. Pero estaba solo. Meses después llegaron Raúl Garreta y Ernesto Rodríguez, sus socios actuales, a ponerle color a una empresa que arrancó en un parrillero. “Negocié con el edificio para que me prestaran la barbacoa. Si no ensuciábamos, nos cobraban menos”, recordó.
"Caradurismo extremo"
Hoy en la empresa trabajan más de 50 personas y es reconocida por su software de visión por computadora basado en deep learning. A modo de ejemplo, a una empresa de e-commerce de venta de objetos de alto valor, Tryolabs le generó un motor de búsqueda de a quién vender y a qué precio. Y un cliente petrolero pidió una alerta que predijera fallas en la máquina de bombeo.
“Hace 10 años tuvimos el sueño de crear la primera empresa de inteligencia artificial uruguaya para vender a Estados Unidos. Esto parecía una locura porque es como ir a Alemania a enseñarles a jugar al fútbol”, relató Alcalá Rubí. Pero así se hizo. Tryolabs fue, además, la primera empresa uruguaya en dar workshops en Silicon Valley en una situación que el ingeniero calificó como de “caradurismo extremo”. Bromeó: “Te doy clases a vos que lo investaste”.
Así resumió Erlich la trayectoria del homenajeado: “Tryolabs está yendo hacia dónde va la tecnología de punta; está generando el camino para lo que se viene”.
Publicidad en una bolsa de bizcochos
Tryolabs necesitaba captar ingenieros. “¿Cómo podíamos competir con los grandes, como Microsoft, si éramos nuevos?”, increpó Martín Alcalá Rubí.
La primera idea que se le ocurrió fue poner una publicidad en la parada de ómnibus que está en la puerta de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República pero no prosperó por disposición municipal.
“¿Qué hacen, entonces, la mayoría de los estudiantes? Van a comer a la panadería de enfrente”, comentó el ingeniero. Finalmente, la publicidad se imprimió en las bolsas que se reparten con los bizcochos de la panadería Panes, ubicada en la calle Ingeniero Eduardo García de Zúñiga. En cada bolsa figura todavía un ejercicio de machine learning. Quien lo resuelve y lo publica en redes sociales, gana bizcochos gratis de parte de Tryolabs. “Hay que darse maña”, completó el cofundador de la empresa.