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Martín Caparrós: "Los grandes medios han conseguido convencernos de que su crisis es la crisis del periodismo"

El periodista y escritor acaba de publicar Las vidas de J.M una novela interactiva basada en la infancia del presidente argentino, Javier Milei. Lo recaudado lo dona para la reconstrucción de la redacción de Revista Anfibia, que se incendió en marzo.

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El periodista y escritor argentino Martín Caparrós.
Foto: Marta Calvo

Empieza así: “No son las seis y ya es de noche: es lo que tienen los inviernos. En cuanto el chico ve entrar a su padre al departamentito sabe que va a cobrar: su padre tiene esa cara de que algo le fue mal y necesita que algo le vaya bien, sentir que es el que manda. Y con su esposa no se va a meter y con la nena menos, así que le va a tocar a él: seguro, a él. El chico rubito intenta refugiarse en su habitación -y quizá, si llega, en el armario- pero el grito con falsete se lo impide: ¡Nene, yo qué soy, un pelotudo, te creés que no te ví, vení p’acá! El chico vuelve, la cabeza gacha, los pelos rubios que le cuelgan tristes, pero su padre no le da la cachetada. La cosa, piensa el chico, pinta mal”.

A partir de entonces, cada persona que lea la novela Las vidas de J.M, tendrá una experiencia diferente. Porque para continuar hay que cliquear en las distintas opciones que aparecen en cada fragmento del texto. Cada clic conduce a un camino distinto. La lectura se vuelve, más que nunca, una experiencia individual, intransferible. Y, aunque al comienzo la vida de Julio Méndez, un niño que siente adoración por los perros y por su hermana y al que su padre golpea, su madre desprecia y sus compañeros del colegio maltratan, es igual para todas las versiones, la adultez cambia: dependerá dónde se cliquee para que Julio Méndez tome un camino u otro, dependerá de las decisiones de quien lea que el niño termine por ser jugador de fútbol, político, músico frustrado. Hay 12 vidas posibles, 12 futuros, 12 finales para una misma historia.

El autor de esta novela interactiva publicada en Revista Anfibia es el periodista y escritor argentino radicado en Torrelodones, a pocos kilómetros de Madrid, Martín Caparrós. Con él, esta conversación.

—¿Quién es Julio Méndez?
—Es el protagonista de una novela rara, interactiva, digital, que como corresponde a su esencia, tiene muchas vidas muy distintas, que dependerán de cómo el lector las vaya construyendo.

—¿Cómo surge este personaje que se parece al presidente argentino, Javier Milei, y de dónde viene la idea de novela interactiva?
—Lo que surge primero es la idea de hacerla interactiva. Hace años que me sorprende que pese a que trabajamos todo el tiempo con máquinas que nos permiten una serie de búsquedas, las seguimos usando como si fueran papel y lápiz, o pergamino y pluma. Escribimos en nuestras computadoras de la misma manera que escribiríamos en un cuaderno. Y publicamos de la misma forma, y producimos textos que están definidos por aquellos instrumentos anteriores y no intentamos, no buscamos ver qué se puede hacer con estas nuevas, -que ni siquiera son nuevas- tecnologías que todos usamos todo el tiempo. Hace tiempo que quería hacer una pequeña búsqueda en ese sentido y lo que se me ocurría era justamente producir unos textos interactivos en los que el lector fuera, de algún modo, no diré eligiendo porque no sabe lo que elige, pero sí armando un camino a lo largo de las historias. Estuve intentándolo hacia fines del año pasado, pero se me cruzaba todo el tiempo la realidad política argentina que me parecía tremenda y me distraía. Y en un momento dije, ¿por qué no tratar de reunir ambas preocupaciones? Y ahí fue donde se me ocurrió esta historia de las vidas de J.M, que obviamente a mucha gente le harán pensar en algunas características de otro J.M que no es Julio Méndez, es Javier Milei.

—Dice que el lector no puede elegir, pero si uno se toma el trabajo de ir hacia adelante y hacia atrás, puede ir trazando su propio camino...
—Es verdad. La diferencia con la vida es que aquí sí puedes volver para atrás, por eso es una ficción. Pero al mismo tiempo la novela pone en escena, o yo espero que lo haga, cómo hay encrucijadas que uno probablemente ni siquiera sabe, que van definiendo hacia dónde va. Aquí, cliquear en un texto una palabra o hacerlo en otra te puede llevar a recorridos muy diferentes. En la vida también te pasa. Te encontrás con fulano o con mengana, conseguís tal trabajo o no, decidís una cosa u otra, y eso te va armando vidas distintas. Eso era lo que me parecía interesante del planteo, más allá de toda la farsa mileística.

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Ilustración de la novela Las vidas de J.M.
Foto: gentileza Revista Anfibia

—En la novela la idea de que la obra no pertenece al autor sino al lector está explícita. ¿Qué le dio a usted como autor el proceso de escribir un texto con tantas posibilidades?
—La intriga de qué leerá cada uno. A mí me resulta muy excitante pensar que he escrito algo que no habrá dos personas que lo lean igual. Me parece que de una manera muy primaria y muy torpe abre una forma de hacer, que me gustaría que quizás yo mismo, quizás otros, podamos trabajar con un poco más de sofisticación. y cuidado. Hace mucho que vengo pensando que nos hemos conformado demasiado los escritores con formas muy arcaicas. Si un pintor ahora pintara igual que Delacroix en 1850, uno diría pero este hombre, ¿qué está haciendo? Y en cambio, la mayoría de los escritores siguen escribiendo como Balzac. Entonces, casi siempre, pero sobre todo en los últimos años, lo que hago es tratar de encontrar otras maneras. Esta es una de esas.

—¿Por qué decidió publicarla en Revista Anfibia?
—Yo sabía que la tenía que publicar en digital, un texto así no se puede publicar en papel, obviamente, pero no tenía nada decidido. Anfibia era una de las opciones, porque soy amigo de ellos hace muchos años. Cuando fue el incendio de su redacción (NdR: la publicación dirigida por Cristian Alarcón se incendió en marzo de este año y tuvo pérdidas totales) yo estaba terminando la novela y se me ocurrió que lo más lógico y lo que me gustaba era regalársela a la revista para contribuir a su reconstrucción. La novela tiene un pequeño precio (unos cuatro dólares), y sirve para que recauden algún dinero.

—En este caso su texto es ficción, pero usted es periodista, se ha dedicado al periodismo de largo aliento y ha publicado varios libros de no ficción. ¿Qué lugar cree que ocupan esos libros en el panorama actual del periodismo?
—En este momento los libros de no ficción son el refugio al cual recurren muchos periodistas para hacer aquello que no pueden hacer en los medios donde trabajan o colaboran. Es un espacio propio donde uno tiene autonomía y la posibilidad de trabajar lo que le interesa. A cambio de eso, es muy antieconómico, hay que buscarse la vida y hacerlo como uno pueda y muchas veces la circulación de un libro es menor que la de un periódico, pero te permite trabajar sin límites de temas, ni de reflexiones, ni de estilo. Es probablemente el mayor espacio de libertad que tenemos en este momento.

—¿Cree que en algún momento los medios de prensa constituyeron ese espacio para los periodistas?
—No, rotundamente no. Hay una vieja costumbre de pensar que todo tiempo pasado fue mejor, también en el periodismo, pero cualquier mirada a los diarios de hace 50 años o 100 lo desmiente absolutamente. Nunca hubo ese supuesto espacio para la crónica o los grandes reportajes. A veces, de vez en cuando, en algún medio se cuela un poco de eso, pero no es que antes sí hubiera y ahora no, simplemente es eso, de tanto en tanto aparece, pero muy esporádicamente.

—Hay cierta tendencia a pensar en la crisis absoluta de los medios de comunicación y, por lo tanto, del periodismo. ¿Usted es catastrófico respecto a nuestra profesión?
—No, para nada. Siempre hemos estado en crisis. En este momento lo que está en crisis, particularmente, es el formato de los grandes medios hegemónicos del siglo XX, periódicos muy robustos que un poco definían la actualidad de los países donde se publicaban. Eso por supuesto que entró en crisis por las nuevas formas de comunicación y de funcionamiento de las noticias. Como esos medios todavía tienen un poquito de poder han conseguido, en algunos casos, convencernos de que su crisis es la crisis del periodismo. Pero el periodismo está muy bien. Quiero decir, se hace muy buen periodismo con otros medios. Hay muchas otras maneras de hacerlo y personas que están haciendo muy buenos trabajos y que ya no dependen de esos medios hegemónicos. A veces es más difícil, hay que conseguir cómo financiarse, etcétera, pero también a cambio de eso uno consigue, como te decía antes, mucha más libertad, ¿no?

—En su novela hay 12 futuros posibles. ¿Usted cómo ve el futuro de su país, Argentina?
—No lo veo. Me parece que la enorme mayoría de las medidas que está tomando este gobierno son siniestras. Contuvo un poco, ni siquiera del todo, la inflación al costo de despedir a una cantidad de cientos de miles de personas, a restringir el gasto público de forma tal que, por ejemplo, no hay más obra pública, o se han reducido muchísimo los presupuestos de educación, de salud, de bienestar social. Eso ha dejado a muchísima gente a la intemperie. Quiero decir, frente a esa reducción mínima de la inflación, al mismo tiempo hay una recesión extraordinaria. Y esto no son palabras, es el hecho de que los supermercados, por ejemplo, venden 20% menos que hace un año porque las personas no tienen plata para comprar ni siquiera comida. La situación es muy dura, yo creo que solo se mantiene por ahora en calma porque no hay alternativas, porque mucha gente quiere todavía seguir creyendo, es la última esperanza que le queda después del fracaso terrible de los que gobernaron en la Argentina durante los últimos 30 o 40 años, que es la razón por la cual Javier Milei fue elegido en primera instancia. Entonces, como no hay ninguna alternativa que no sean esos mismos, mucha gente quiere seguir manteniendo esa ilusión de que Milei podría solucionar las cosas, pero hasta ahora todo lo que ha hecho va en el sentido absolutamente contrario.

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