Entonces las luces se apagaron y, aunque afuera fuese de día y la ciudad anduviese ligera, allí, en esa sala circular del Planetario de Montevideo que se llama Galileo Galilei, se hizo de noche y, con la noche, el ruido de las calles y de los autos y de los ómnibus, de los niños jugando en el parque desapareció.
Fue como un anuncio: lo que iba a pasar después, en unos minutos -cuando las pequeñas luces que iluminaban las partituras de los músicos de la Orquesta Filarmónica de Montevideo se encendieran; cuando Leandro Núñez, actor de la Comedia Nacional, dijera “Un día alguien que había perdido todo miró al cielo y pensó en el sol, en los planetas y pensó en su vida”; cuando la cúpula del Planetario se iluminara y se proyectara, sobre ella, la imagen de Gea, la diosa griega de la Tierra- no se parecería en nada al ruido, al apuro, al caos, al desorden. Lo que iba a pasar en unos minutos tenía que ver con otra cosa.
Era la tarde de un viernes gélido y, en el Planetario, algunas personas estábamos siendo parte del ensayo general de Harmonía Planetaria, un espectáculo de la Filarmónica de Montevideo junto a la Comedia Nacional, que tiene dirección musical de Gastón Gerónimo y dirección escénica de Andrés Papaleo, y que estrenó ayer lunes 12 de agosto. Tiene funciones hasta el viernes 16 y las entradas, para todas las funciones, se agotaron en menos de una hora.
En la página del Planetario se presenta así: Harmonía planetaria, un concierto de música barroca y un recorrido por el cielo. Es un concierto, pero también es una obra que mezcla a la música con la danza -hay un bailarín en escena, Gonzalo Decuadro- la actuación, la dramaturgia, el canto lírico -con la soprano Sofía Rauss- y el audiovisual. Y, en esa unión, genera una experiencia nueva. De eso, tal vez, se trata este espectáculo que fue, desde la creación, una forma de desafiar los límites.
Así lo sintetiza Andrés Papaleo, director escénico: “Yo lo que intentaba generar desde la puesta en escena, que fue lo que trabajamos en conjunto con Gastón Gerónimo y con todas las personas que participaron, fue justamente no inclinarlo hacia un género o un lenguaje en particular. No es un espectáculo de danza, pero sí, no es un espectáculo de teatro, pero sí, no es un espectáculo de música, pero sí. El tema de unir todas las disciplinas se fue dando naturalmente y un poco fue una decisión mía, es algo que yo vengo trabajando en mis espectáculos, me gusta que distintas disciplinas convivan”.
Nos acomodamos en las sillas del Planetario, que están inclinadas hacia atrás para que la mirada apunte siempre hacia arriba. La orquesta tocó los primeros acordes de la melodía, Leandro Núñez entró a la sala, se paró sobre una de las cuatro plataformas que oficiaron de escenario durante toda la obra, dijo aquellas palabras - “Un día alguien que había perdido todo miró al cielo...”- y la cúpula, que hasta ahora proyectaba la imagen de una diosa, de pronto, se llenó de estrellas.
Se veían cercanas y brillantes. Si se prestaba atención se podía reconocer algunas: las Tres Marías, la Cruz del Sur. No había nada en aquel cielo que no se pareciera a nuestro cielo, y, al mismo tiempo, era tan intenso, tan reluciente, que una tenía la sensación de que nunca lo había visto de esa manera.
Después, a través de la música, el canto, la actuación y el baile, se fueron sucediendo escenas que recorrían la mitología griega y romana. Mediante textos escritos por Gastón Gerónimo -en prosa- y por Andrés Papaleo -narrativos- nos contaron la historia y los conflictos de los dioses y las diosas de la antigüedad occidental, recorrimos los planetas y sus orígenes, vimos al sol y salimos de la Tierra para contemplarla desde lejos.
Es difícil poner en palabras, explicar, decir de qué se trata Harmonía planetaria. Pero tal vez, de algo de esto: mirar las estrellas mientras suena la orquesta con melodías de los siglos XVII y XVIII, escuchar a un actor hablar sobre Venus y sobre Mercurio y sobre Urano y sobre Saturno, sobre Neptuno y sobre Júpiter, sentir que al costado alguien -un niño- dice “wow” sin disimular el asombro cuando la cúpula inmensa se ilumina y gira sobre nosotros, escuchar la voz de Sofía Rauss que suena como si pudiera romper las paredes y el techo y llegar a cualquier sitio, estar allí, en el Planetario y estar, al mismo tiempo, en otro lugar -en cualquier lugar-, dejar que la cabeza vaya por donde quiera ir, volver, sentir.
“Creo que el espectáculo propone un viaje desde afuera hacia adentro. Es un viaje hacia el universo, pero también es un viaje introspectivo”, dice Papaleo. “Pienso que cuando uno mira el universo, el mar, las cosas fantásticas que tiene la naturaleza, se genera una conexión interna con algo que todos tenemos y lo que estamos contemplando. Quizás es algo que ni siquiera se pueda explicar. De eso también hablamos en ese espectáculo: de que existe algo que no se puede nombrar. En un mundo donde todo está al alcance de nuestras manos y tenemos casi todo lo que queremos o lo que pensamos que queremos al instante, la contemplación permite un viaje diferente. Cuando uno se toma el tiempo de contemplar, alcanzamos algo que en el mundo inmediato en el que vivimos no es fácil de conseguir.”
Al final, después de aquellas palabras de Leandro -“Sigamos mirando al cielo, demos nombres al universo profundo”-, después de que las estrellas le dejaran lugar a las mañanas a los bosques y a los ríos y de que una sintiera que estaba en una mañana en un bosque y en un río, después de que el bailarín diera el último salto, después de los últimos acordes y después del aplauso, después de que volvieran a prenderse las luces y de abandonar el Planetario, una tiene la sensación de que, durante la hora que duró la experiencia, no existió el apuro, el tiempo pasó más lento.