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Mirra, la niña rusa que toca el violín en las calles de Montevideo y dona lo que recauda a una ONG de animales

Tiene 10 años y vive en Uruguay desde 2018. Empezó a tocar en las calles para poder practicar su arte. También es fanática del tenis. Esta es su historia.

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Mirra Roza con su violín en una cancha de tenis
Foto: Leonardo Mainé

El 19 de mayo de 2024 fue un día frío y nublado en Montevideo. Mirra Roza Saenko viajó desde su casa en Playa Pascual, donde vive con sus padres, sus tres perros y su gata Alaska, hasta la capital. Y, en la esquina de Uruguay y Tristán Narvaja, puso un parlante, sacó su violíny empezó a tocar Bohemian Rhapsody, de Queen, como si afuera no existiese nada más que la música. Alrededor alguien empezó a cantar. Alguien se acercó y puso un billete en el estuche del violín, que está a los pies de Mirra. Alguien sacó el celular y la grabó. Antes de que Mirra llegara al estribillo, había un círculo de personas que la rodeaban y la escuchaban. Ella, con el pelo rubio larguísimo atado en una trenza y vestida con un saco de colores, siguió tocando como si nada pudiera perturbarla.

El video de ese día se puede ver en su Instagram, @mirra_roza. También se puede ver, allí, el del día que tocó en las calles del Parque Rodó, o en la explanada del Teatro Solís, o en Ciudad Vieja o en la playa de Punta del Este. En todos sucede lo mismo: Mirra toca su violín sin importar lo que pase alrededor.

Tiene 10 años. Nació en Khimki, una ciudad pequeña a unos pocos kilómetros de Moscú, en Rusia, pero no tiene recuerdos de su país natal.

Llegó a Uruguay con sus padres en 2018. Hoy, si se le pregunta, dice que su país es Uruguay. Lo mismo dicen sus padres, los dos rusos: que no planean irse de Uruguay, que este es su lugar y, también, el mejor sitio para criar a su hija.

Se mudaron por motivos de trabajo y eligieron Uruguay por la tranquilidad, aun cuando no conocían nada del país. Llegaron a Montevideo y después decidieron mudarse a Playa Pascual, porque preferían vivir lejos del ruido y del movimiento. Esa -la calma absoluta- es la principal diferencia que encuentran con Rusia, un lugar al que no han regresado y en el que el tiempo y la vida pasaban más ligero.

La primera vez que Mirra tocó en la calle lo hizo en la Plaza Independencia. Habían hecho una apuesta con su padre: él le dijo que no iba a juntar dinero, y ella apostó a que lograba recaudar 250 pesos. Así que un día fueron, Mirra sacó su violín y empezó a tocar una lambada. La repitió una y otra vez. Al terminar, le había ganado la apuesta a su padre.

Desde entonces, algún fin de semana cada tanto, Mirra recorre distintos lugares de Montevideo y comparte su música. “Yo gané la apuesta y tuvimos una idea. En Uruguay no hay muchos concursos, conciertos y actividades musicales donde puedan participar niños y niñas. Entonces ahí empecé a tocar en las ferias y en otros lugares de interés, para poder desarrollarme y practicar mi arte”, dice.

Todo empezó hace muchos años. Fue un día, mientras paseaban por un shopping y, frente a un lugar que vendía instrumentos, sus padres le preguntaron si le gustaría aprender música. Ella dijo que sí, que quería aprender piano y violín. Le dijeron que el piano era demasiado grande y demasiado costoso como para poder comprarlo, pero que, si quería, podían comprarle un violín. Mirra tenía seis años cuando empezó a estudiar en una escuela de música. Poco después empezó a hacerlo en el Conservatorio de Música de San José, donde dio su primer concierto, acompañada por un profesor que tocaba el piano.

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Mirra Roza con su violín en una cancha de tenis.
Foto: Leonardo Mainé

Hoy Mirra estudia en la escuela Vicente Ascone, y, también, con un profesor particular. Cuando se le pregunta por los pequeños conciertos que da en la calle, dice: “Es como tocar en el teatro, solo que la gente puede acercarse y decirme cosas lindas. No me pongo nada nerviosa. A la plata que recaudo la dono a una ONG de animales, porque amo a los animales, y otra parte la uso para poder ir a los torneos”.

La charla con Mirra y su madre ocurre en el Círculo de Tenis del Prado. Allí Mirra juega al tenis, un deporte que practica desde los cinco años, incluso antes de tocar el violín.

Esas son sus dos pasiones. Y, también, a lo que le dedica la mayor cantidad de tiempo. Todos los días de la semana viaja desde Playa Pascual a Montevideo, después de la escuela: estudia violín, solfeo y canto, después entrena y, algunas veces, vuelve otra vez a tomar más clases. Actualmente está en el lugar 11 del ranking de tenis a nivel nacional.

“Me encanta el sonido y la versatilidad del violín, porque no es muy grande como el piano y lo puedo llevar a donde quiero. Además puedo tocar en cualquier momento. Es redivertido, es un instrumento muy interesante, dice. “Pero también me encanta el tenis, me da mucha fuerza en las manos. He participado de torneos nacionales e internacionales en Montevideo, en Nueva Helvecia, en Mercedes, en Paysandú, en Tacuarembó y en Punta del Este. Quiero seguir desarrollándome en el tenis, en el violín, y en el canto”, dice, en un español perfecto que aprendió con sus maestras del jardín.

Mirra no tiene días específicos para tocar en las calles, tampoco lugares. Lo hace cada tanto, cuando quiere. Después de todo solo es una niña de diez años con la suerte de tener dos pasiones.

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