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En 2008 se creó Wairá, un grupo de tejedoras rurales que siempre busca actualizarse. Dan cursos, tejen para ferias y trabajan para estudiantes de diseño. Han sacado hasta un libro con sus historias.
Cristina Ramos teje desde los 20 años, hoy tiene 62. “Antes, acá afuera, eran pocas las mujeres que seguían estudiando. Hacíamos el liceo y no seguíamos porque teníamos que ir a Montevideo a estudiar. Casi todas teníamos máquina de tejer y había muchísimo trabajo, no como ahora que no hay casi nada”, cuenta esta artesana rural de la ciudad de Tala (Canelones), quien toda su vida tejió para ayudar a sus dos hijos con sus estudios. “Tejía, tejía y tejía y sacaba un sueldo bueno, a veces estaba hasta las 3 de la mañana”, dice.
Un día de 2008, ya con sus hijos recibidos, escuchó en la FM de la zona un llamado para hacer un curso de lana cruda, trabajar con telares y rueca e hilar la lana. Enseguida llamó a la responsable, Hortensia Brites, y pactaron un encuentro. Allí se enteró que todo surgió en la Sociedad de Fomento de Tala, cuando una tejedora de telar y otra de crochet escucharon a Hortensia hablar del tema y decidieron proponerle crear un grupo de tejedoras.
Así nació Wairá, que en idioma quechua significa “lo que trajo el viento”. “Porque nos trajo el viento, nos reunimos un día sin conocernos mujeres de distintos lados”, dice Cristina sobre estas tejedoras de Tala y alrededores, fundamentalmente de la zona del paraje Ombúes de Bentancor, en el límite con el departamento de Lavalleja.
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Acota que Hortensia, que hoy tiene 80 años, “no teje, solo coordina. Es una maestra jubilada a la que siempre le gustó trabajar con mujeres reunidas”. El primer encuentro lo hicieron en la plaza porque no tenían un lugar, después consiguieron la Sociedad de Fomento de Tala y de allí pasaron a la casa de una de las integrantes. También supieron ocupar el garaje de la casa del alcalde y la Casa Cultural Viejo Pancho, hasta llegar al local que hoy le alquilan a la asociación de camioneros.
“En las primeras reuniones éramos 15, después abandonaron. Pensaron que íbamos a tejer y a hacer plata, cosa que no pasó nunca”, se ríe Cristina. Ahora al firme hay ocho mujeres, las que también son parte de la Asociación de Mujeres Rurales del Uruguay (AMRU).
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Cristina destaca que no viven del tejido, sino que lo hacen como una actividad secundaria. “La que no está jubilada, trabaja en el campo o en otra cosa. Es como un ingreso extra. Hay compañeras que son productoras de ovejas y de ahí sacábamos al principio el vellón para hilar con la rueca, la lana cruda que producían en la casa. Después fuimos comprando la lana merino porque empezamos a hacer cosas más finas, como el fieltro”, señala.
Aprender.
Tejen a mano, a máquina, en telar, en crochet. Usan lana, fieltro, sintético. Con los años han ido perfeccionando técnicas y materiales, mucho de lo cual le deben al Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) y a AMRU que, de tanto en tanto, les envían profesoras u organizan programas para que se sigan formando.
Fue así que en sus inicios fueron seleccionadas para los proyectos productivos del MIDES, por lo que recibieron $ 25 mil no reembolsables. “A cambio tuvimos que hacer gorritos y bufandas para los niños de las escuelas rurales de Canelones y Lavalleja. Con el dinero compramos dos telares, una rueca y lana para empezar a trabajar. Además, AMRU nos había donado lana”, cuenta Cristina.
La mecánica fue siempre reunirse todas las semanas para administrar los materiales y repartirse el trabajo que cada una se lleva a su casa. Lo mismo si están organizando una presentación para una feria, que es la vidriera más típica con la que cuentan para sus productos. También se juntan para dar cursos en telar, crochet, tejido a mano o en fieltro, por los que cobran muy poco, apenas lo que necesitan para pagar el alquiler de su local.
Todo esto se interrumpió con la llegada de la pandemia de la COVID-19, que las obligó a pasar a las ventas por internet que, según Cristina, son muy pocas. “El problema más grande que tenemos es que no encontramos un mercado para comercializar las prendas porque se encarecen, demandan mucha mano de obra y el merino es caro. A veces tratamos de cobrar lo menos posible para ver si podemos vender. Incluso nos hemos dedicado a trabajar en sintético, dejando el merino de lado”, explica la tejedora.
Otra salida es venderle a comercios, como hacen con un local de ropa de Punta del Este. Pero su principal punto de venta son las ferias, como la que se organiza en el atrio de la Intendencia de Montevideo con los artesanos de Rocha y AMRU y que, por el momento, está suspendida, o las ferias del MIDES que se hacen en la calle. La Intendencia de Canelones también las ayuda mucho.
Un libro de historias y otro de teñido
Por el 2014 hubo un llamado a un concurso de cuentos y vivencias de las mujeres rurales. Hortensia Brites, en ese entonces presidenta de AMRU, empezó a relatar historias en medios de comunicación y eso desembocó en el libro Pequeñas Historias, que recopila cuentos, prosa, poesía de Wairá. “Se vendieron todos, estamos por hacer la segunda edición”, contó Cristina Ramos. También editaron un manual de teñido de lana que es muy solicitado.
Futuro.
En Wairá, la edad promedio está entre los 60 y 70 años. La más joven tiene unos 40 años. “Hicimos un llamado para dar cursos, para ver si las más jóvenes se acercaban y vinieron mujeres de entre 50 y 60 años. Las jóvenes-jóvenes no se interesan, por eso yo pienso que esto del tejido se está terminando”, se lamenta Cristina.
La luz de esperanza está puesta en los nuevos materiales, como el fieltro, o en las técnicas como el teñido natural y el ecoprint, que es el que se realiza con plantas naturales y para el que han recibido cursos. “Vino una señora de Montevideo a darnos un taller. Una compañera le enseñó a hilar en la rueca, que ella no sabía, y ella nos enseñó el teñido con las hojas impresas”, cuenta.
La buena noticia que parece haber traído la pandemia es que las están contactando mucho para solicitarles tejedoras. “Pasa que no hay tejedoras para el lado de Montevideo como había antes. Pienso que la demanda es porque no está entrando mucha cosa de importación por el tema de la pandemia. Piden prendas de niño y de bebé, que antes no pasaba. Ahora como que está resurgiendo y noto más interés en ese tipo de tejido”, señala.
También son muy solicitadas por estudiantes de diseño para tejer las colecciones que presentan como trabajo de la carrera (la diseñadora Paola Maldonado ha sido clave). Para eso fue importante el curso que hicieron de fieltro aplicando el bambú y el cáñamo, que les permitió desarrollar una colección de abrigos combinado con tejido en lana en diferentes técnicas.
“Nos conocen y nos están buscando”, dice con orgullo Cristina sobre las mujeres rurales que trajo el viento.