Museo antropológico: una casona centenaria en el Prado que alberga 600 mil reliquias

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Sala del Museo Nacional de Antropología

CULTURA

La casa quinta en la que funciona el Museo Nacional de Antropología perteneció a la familia Mendilaharsu y aún se mantiene intacta.

María Antonia vivió allí hasta su muerte, en 1949. En 1975 el edificio fue declarado Monumento Histórico Nacional por el Ministerio de Educación y Cultura, que poco tiempo después adquirió la propiedad. En 1981 se creó el Museo Nacional de Antropología, que funciona, desde entonces, en ese lugar.

En el edificio todavía hay marcas de lo que fue: huellas de una familia pero, sobre todo, de una mujer que habitó su casa con todo lo que tuvo. Pero además, ahora, si se visita el lugar y se lo recorre, todo eso convive con las exposiciones del museo, que tiene 600.000 piezas en su acervo.

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El primero, cuando se ingresa al museo, es un salón enorme, amplio. Las paredes, altísimas, están completamente empapeladas con un diseño de estilo francés en tonos del verde y del marrón y del beige. Ese fue el estampado que eligió María Antonia, el que trajo en uno de sus tantos viajes a Europa.

Allí, en esa sala, está una de las exposiciones permanentes del museo. Se trata de Caleidoscopios Culturales, que fue inaugurada en 2018. La muestra es una selección de 12 objetos pertenecientes a diversas esferas de la cultura, confeccionados por personas de América, África y Oceanía.

Aunque sea permanente, explica Carina Erchini, directora del museo, en algún momento la exposición deberá ser levantada: son piezas añejas y delicadas que, si están mucho tiempo expuestas a la luz y a la temperatura ambiente, pueden deteriorarse.

Como esta sala, hay otros espacios de la casa que mantienen el estado original de la familia Mendilaharsu. La cocina, por ejemplo, de paredes amarillas y azulejos blancos, aún conserva el horno original. O el antiguo comedor, que ya no tiene los muebles de la época, pero también conserva las paredes empapeladas por María Antonia y una araña, impresionante, que alumbra todo el espacio. O los vitraux de colores intensos que rodean la casa. O la fuente del patio central. O la avenida de las Magnolias, formada por 21 árboles que son centenarios. O la de los Plátanos. O la de las Araucarias.

Una de las salas de exposición del Museo Nacional de Antropología
Una de las salas de exposición del Museo Nacional de Antropología. Foto: F. Flores.

En total, en este momento, el museo tiene seis exposiciones, además de “Caleidoscopios Culturales”. Entre ellas, “Logros de la humanidad durante la prehistoria”, dedicada a seis momentos que han cambiado la vida de los humanos o “Juegos tradicionales y patrimonio”, que se hizo en conjunto con el Instituto Superior de Educación Física y la Facultad de Información y Comunicación y aborda los juegos que atraviesan a las distintas generaciones.

Y también está “Miradas, pioneras de la antropología”. Porque, dice Erchini, los museos no se tratan de cosas del pasado. Se tratan, en todo caso, del presente. “Por eso es importante la investigación, poder generar conocimiento de forma continua. Porque aunque las piezas sean las mismas, las nuevas técnicas y las nuevas metodologías y las nuevas miradas nos permiten generar nuevo conocimiento sobre el mismo material”.

En otra de las salas, rodeada de las paredes estampadas, hay otra muestra: “Historias bajo el parquet”. Allí hay objetos que encontró el equipo del museo excavando en el sótano para poder agrandar el lugar de reserva de las piezas. Mientras lo hacían se encontraron con vestigios de las primeras ocupaciones de la casa, en 1800. Hay restos de azulejos, la tapa de una pasta de dientes, cerámicas, restos óseos animales, trozos de botellas, retazos de papeles de diario. ¿Cómo vivía, esa gente, ahí, en esa zona de Montevideo, a orillas del arroyo Miguelete, cuando alrededor no había nada? Para eso, claro, existe la antropología.

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