HISTORIA
Los trabajos de conservación y reparación en las fortalezas del Cerro y Santa Teresa y en el Fuerte de San Miguel, únicas en su tipo en la región, son continuos y complejos
Ni portugueses ni ingleses ni cañonazos. El mayor enemigo y peligro que se debe atender hoy desde las fortificaciones uruguayas es el clima y el tiempo. El pasaje del frío al calor y de la humedad a la sequedad (y viceversa) constante a lo largo de los años es lo que socava a las fortalezas General Artigas y Santa Teresa y alFuerte de San Miguel, las construcciones que sobrevivieron en pie a ese pasado militar activo en el que nuestro territorio era frontera entre dos imperios.
“Son tres joyas únicas en toda la región”, apuntó el historiador José María Olivero, jefe de la División Historia del Departamento de Estudios Históricos del Estado Mayor del Ejército. Para encontrar edificaciones similares hay que viajar hasta el Complejo Defensivo de Valdivia (a más de 700 kilómetros al sur de Santiago de Chile) o a las fortalezas en Santa Catarina (Brasil).
Mantener estos edificios excepcionales de más de 200 años –San Miguel fue prefundado en 1734 por los españoles y en 1737 fue fundado por los portugueses, Santa Teresa en 1762 y General Artigas (en el cerro de Montevideo) en 1811– requiere de un trabajo arduo todos los días: desde soldados que vigilan piedra a piedra para arrancar raíces y plantas (no piense que no es importante; es la forma para evitar que las murallas se derrumben como ya se ha visto en San Miguel por un higuerón) a herreros y carpinteros y otros obreros calificados que restauran los elementos con las mismas técnicas artesanales del pasado.
“El departamento sigue la tradición”, contó Olivero en referencia a los talleres de herrería y de carpintería (los de canteros no están funcionando en la actualidad) que se instalaron en la época de la recuperación del pasado militar hispano portugués a cargo del historiador y arqueólogo Horacio Arredondo, quien inició las obras en Santa Teresa, Fortaleza General Artigas y San Miguel en 1927, 1931 y 1937, respectivamente.
“Arredondo decía que no era solo recuperar piedra sobre piedra sino que había que darle sustentabilidad. Había que hacer una investigación previa para saber qué tipo de piedra, dónde ponerla y cómo ponerla; no se podía reconstruir lo que no se podía”, agregó.
Décadas después se tiene el mismo objetivo: “Que se mantenga la sinceridad histórica”.
Y este espíritu hace que la tarea sea más compleja. Por ejemplo, el Departamento de Estudios Históricos debe importar tejas antiguas y maderas especiales para reemplazar las deterioradas y no siempre se cuenta con los recursos necesarios.
Éramos una frontera entre dos imperios.
“El uruguayo piensa que este siempre fue un país pequeño, tranquilo, en diálogo con los vecinos. En realidad, fuimos frontera de imperio, la única activa entre el imperio portugués y el español en Sudamérica. Acá era donde más chocaban por tierra y por mar”, recordó el historiador José María Olivero, jefe de la División Historia del Departamento de Estudios Históricos del Estado Mayor del Ejército.
Por tal motivo, en el territorio había muchas fortificaciones y baterías militares pero muy pocas se conservan en su totalidad. Por ejemplo, hay restos de las cuatro baterías en la isla Gorriti y de una en Maldonado (había tres en total) y restos de la batería de La Rivera en Colonia (zona de Punta Gorda).
Del Fuerte de Santa Tecla solo quedaron unos muros. No obstante, hoy está en territorio brasilero, en el estado de Rio Grande do Sul. Estaba ubicado en las nacientes de los ríos Negro y Yaguarón.
A diferencia de Santa Teresa y San Miguel, Santa Tecla nunca pasó a una segunda fase de construcción: fue levantado con palos, pique, barro, madera y paja. Fue atacado dos veces y destruido por los portugueses.
El trabajo del historiador y arqueólogo Horacio Arredondo (1888-1967) y una comisión de técnicos a partir de la década de 1920 fue fundamental para que el Fuerte San Miguel sobreviviera en el tiempo. Este había quedado abandonado luego de su uso por portugueses. Santa Teresa y San Miguel se habían salvado de su destrucción total, en parte, por la soledad del paisaje donde se encontraban, impidiendo que fueran utilizadas como canteras de piedra o demolidas para hacer otra cosa en su lugar, hecho que casi pasa en Santa Teresa en 1895. Allí no se conservaron restos de varios edificios, incluidos la guardia, una cuadra de tropas y una cocina. Cuando Arredondo visitó Santa Teresa por primera vez escribió: “La impresión que recibí del arcaico monumento fue profunda. Aquella obra del hombre, que tanto decía de su capacidad para crear, abandonada en la inmensidad de campos despoblados”.
Trabajo sin pausa.
Ya no se teme que las tropas al mando de Samuel Auchmuty hagan otra brecha en las murallas –lo que logró que concretara el sitio de Montevideo en 1807– sino a algo peor: la humedad. Esta “destruye los hierros y la madera continuamente”, señaló Olivero. Hoy no hay nada más dañino que la niebla y la humedad que es continuamente medida en todas las salas de las fortificaciones porque, además, hay que preservar las colecciones. “La humedad en los tirantes de madera, en los techos, en las paredes de piedra y ladrillo son problemas constantes”, afirmó el historiador.
Algunas situaciones en Santa Teresa y San Miguel se han salvado con la construcción de “paredes falsas” al lado de las paredes de piedra originales para evitar la filtración hacia los interiores. Ahora se están reparando los techos de Santa Teresa, una tarea que es imparable en el Cerro porque tiene un techo a la porteña (y no a dos aguas) y hay mayores riesgos de filtraciones.
La humedad, además, es la responsable de un problema serio de rajaduras en la Fortaleza General Artigas y obligó a desmontar el mástil de 25 metros a pocos años de la colocación de uno nuevo. Puesto en 2015, se retiró el año pasado para reparar el piso y cortar con las filtraciones hacia las murallas.
Otra contrariedad es la caída de rayos. “Sucede normalmente”, dijo Olivero. En San Miguel, uno casi demuele una garitas. “Desencajó parte de la cúpula y se tuvo que apuntalar. Fue necesario todo un trabajo de ingeniería”, contó.
El historiador concluyó: “Es un trabajo continuo de contralor diario y de recuperación y esfuerzo para conservar todo para que las próximas generaciones lo puedan tener”.
Un plan errado que se convirtió en símbolo
La Fortaleza del Cerro de Montevideo, que desde 1882 lleva el nombre del Prócer General Artigas, es una de las tres fortalezas que nos legó la época hispana. La construcción tuvo una finalidad diferente a la de Santa Teresa y San Miguel, pues fue ordenada por el Gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, en 1809 para proteger el faro –construido en 1801– y el puerto de Montevideo, ante el peligro de una tercera invasión inglesa. El historiador José María Olivero contó esta anécdota: “Le pidió a Bernardo Lecocq, que era el jefe de los ingenieros, que hiciera la fortificación pero este dice que no porque los cañones no iban a tener efectividad (la bala tenía que recorrer 1.500 metros para llegar a la costa). Entonces llama al segundo jefe, José del Pozo, y este hace la fortaleza. Más tarde se hizo un consejo de guerra y se dijo que estaba mal construida pero ya estaba avanzada. Tres días antes del inicio del Grito de Asencio (28 de febrero de 1811) se hace una prueba de fuego. Rompe todos los vidrios del faro y las balas del cañón no llegan a la bahía”. Décadas más tarde, la fortaleza se convirtió en un símbolo nacional.