La pandemia los obligó a reinventarse e hicieron del reciclaje una exitosa iniciativa

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Salva Muebles

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Él se quedó sin trabajo y a ella, que es psicóloga, le bajó el número de pacientes. Para salir de la situación se volcaron de lleno a Salva Muebles, un emprendimiento para reciclar muebles antiguos.

Ignacio Vidal (36 años) se acuerda clarito del día en que todo comenzó. Estaba buscando con su esposa Marcela un mueble cristalero para su casa y encontraron uno muy barato que podían reciclar. Marcela es psicóloga, pero tiene por pasatiempo el diseño de interiores, así que ella se encargaría de la tarea.

El vendedor les dijo que tenía otro cristalero idéntico y se los ofreció. Al principio no le encontraron sentido a comprarlo, pero al pensarlo un poco más se les ocurrió que podían darle una nueva vida y venderlo.

Fue el puntapié inicial para que comenzaran a investigar sobre muebles antiguos y que se animaran a seguir reciclando.

“Arrancó como un hobby. Lo hacíamos en el cuarto del fondo de nuestra casa”, recuerda Ignacio, que en ese entonces trabajaba como encargado de logística en una empresa de volantes.

Crearon una página en Facebook y la demanda comenzó a crecer. Y entonces llegó marzo de 2020, el covid-19 se instaló en Uruguay e Ignacio se quedó sin trabajo. Para colmo de males, los pacientes de Marcela empezaron a mermar por la pandemia.

“Fue el empuje que necesitábamos para decir ‘ahora me toca a mí agarrar la posta’ y meterme de lleno con esto. Fue el punto de partida para pensar cómo reinventarnos”, cuenta Ignacio, que hasta ese momento lo que más hacía era acompañar el trabajo de diseño de Marcela con los cuadros que él pintaba. El arte también estaba entre sus gustos, incluso estudió en Bellas Artes.

Así nació Salva Muebles, que debe su nombre no solo a lo que hacen con los muebles sino también al primogénito de la pareja, Salvador (3 años).

Salva Muebles
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El lugar.

Llegó un momento en que los pedidos por Facebook eran tan grandes que sintieron la necesidad de dar un paso más: abrir un local. “Necesitábamos un espacio de trabajo más grande y también un punto de venta con exhibición al público. Fue así que encontramos un pequeño local en la calle Rivera”, comenta Ignacio.

Fue en uno de los peores momentos de la pandemia, con la mayoría de los locales cerrados o puestos en alquiler. La apuesta era grande, pero de todas formas decidieron afrontar el desafío.

“Con el paso del tiempo nos dimos cuenta de que la pandemia de alguna manera nos favoreció porque mucha gente que mantuvo su trabajo o estaba trabajando desde su hogar empezó a notar cosas de la casa que quería cambiar. Eso nos dio un pequeño empujón para las ventas”, señala sobre lo que sucedió en 2020.

Otro gran impulso se los dio abrir página en Instagram (@salvamuebles10). Además, con el correr de los meses, cuando la cosa en materia sanitaria se fue normalizando, los locales de un barrio identificado con el diseño comenzaron a recobrar vida.

La pandemia aportó además un fenómeno que empezó a darse entre la gente que se iba quedando sin trabajo, que fue intentar reinventarse para poder subsistir. Así nacieron nuevos emprendimientos que, como es lógico, necesitaron darse a conocer.

“Nosotros teníamos ganas de nuclear en un lugar físico lo que hacemos nosotros y también darle la oportunidad o ayudar a otros emprendedores, que a lo mejor no tienen un lugar donde exhibirlo. La idea nuestra es abrir esa puerta”, destaca Ignacio.

Es así que en Salva Muebles hay artículos de luminaria de un diseñador de moda al que la pandemia obligó a regresar de Barcelona, piezas de una chica que quedó desempleada y decidió probar con la cerámica, artículos textiles o en pasta piedra de otra artesana y trabajos hechos por mimbreros del interior a los que se les dificulta vender en Montevideo.

Ignacio también agrega el vínculo establecido con Luis, un carpintero de La Paz con el que trabaja muchos de los muebles.

Presencial y virtual

Salva Muebles está en las redes (Facebook, Instagram) , pero también tiene local físico en Rivera y Pablo de María, una zona identificada con el diseño.

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Reciclaje.

El emprendedor cuenta que si bien hoy está muy de moda el mueble antiguo renovado, con un toque moderno, no es mucha la gente que se dedica al reciclaje, sino que lo que más se hace es restauración, que sí es un oficio más antiguo.

“Reciclaje es una palabra un poco más nueva porque habla un poco más de la idea de renovar, no solo de arreglar, sino darle otra onda. A veces el mueble no está roto, pero quiere un cambio. Yo creo que el reciclaje es el concepto que más acompaña a Salva Muebles, si bien también trabajamos la restauración”, señala Ignacio.

La idea es que todo aquel que tenga un mueble del que no se quiera desprender, generalmente por motivos sentimentales o porque le genera algún recuerdo, se acerque para intercambiar ideas y definir cómo ponerlo a punto.

Otra posibilidad es que el cliente llegue hasta el local porque está buscando un mueble antiguo reciclado. “Nos cuenta su idea, nosotros buscamos entre los distintos proveedores que tenemos gracias al camino recorrido, le mostramos fotos y ahí resolvemos el diseño en conjunto. Nosotros tenemos un cierto perfil de cómo nos gusta hacer el mueble, pero estamos abierto a los que nos dice el cliente. Generalmente confían en nuestras decisiones”, detalla Ignacio en diálogo con El País.

La gran mayoría de los trabajos los hacen en el local que, si bien es pequeño, está dividido en dos partes. En la parte frontal tienen la exposición al público y en la parte trasera se encuentra el taller.

“Lo bueno que tiene es que, a medida que vamos avanzando con un trabajo, si hay alguien que se quiere acercar para ver cómo hacemos su mueble, puede tomar conocimiento del proceso. Muchas veces eso suma puntos”, acota el emprendedor.

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Futuro.

Está claro que aunque la pandemia tuvo para Ignacio y Marcela su lado negativo y de incertidumbre, terminó por darles la posibilidad de dedicarse a lo que les gusta. Para él significó un nuevo trabajo de tiempo completo; para ella compartirlo con su profesión de psicóloga porque por suerte los pacientes volvieron.

Entre los planes está ampliar el local y también atender el pedido de muchos clientes que les preguntan sobre si piensan en dictar talleres de reciclaje.

Es una de las tantas ideas que han manejado, en principio pensando en los niños como alumnos y ampliarlo con clases de pintura que también podrían extenderse a los adultos.

Es algo que interesa especialmente a Ignacio, cuya tesis de Facultad aborda la importancia de las artes plásticas como un vehículo para conectarse entre un padre y un hijo. Algo que incluso él mismo podrá seguir experimentando en una semanas más, ya que este abril nacerá Francesco, su segundo hijo.

Mientras tanto Salva Muebles sigue adelante con una idea clara, que hasta ahora les está dando muy buenos resultados y que Ignacio explica así: “Es un poco hacer el mueble como yo pintaría un cuadro y viceversa; queremos tener ese concepto estético para todo y que todo acompañe”.

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Un juego de comedor para conquistar a una mujer

Un cliente buscaba un juego de comedor para una amiga de la que estaba enamorado. Ella estudiaba Bellas Artes y tenía cierto gusto estético.

“Una vez por semana venía a contarme las penas de amor. No quería que ella sintiera que la estaba comprando con el regalo, pero a la vez quería que se notara que era una prueba de amor”, recuerda Ignacio.

En camino a la entrega la mesa se rompió e Ignacio tuvo que ir a la casa de ella a arreglarla. “Eso hizo que se pusiera un poco celoso conmigo; después me pidió disculpas y me regaló una botella de vino”, cuenta.

El amor no se dio, pero el cliente mantiene el vínculo con Ignacio.

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Una mesa bicentenaria y una biblioteca de escuela

Un día llegó una clienta de San José con una mesa de campo, de 220 años, que había pertenecido a su bisabuela y que quería conservar porque, por ejemplo, recordaba cómo su abuela amasaba tallarines en ella.

Cuando la fue a reciclar Ignacio encontró viejas cosas escritas por la clienta, además de varios chicles pegados debajo de cuando jugaba a las escondidas.

Le sacó las alas, encoló de nuevo las patas, sacó el barniz viejo y la pintó haciendo resurgir sus viejos colores.

Algo similar hizo con una biblioteca del 1900 que al jubilarse una maestra del Prado se trajo de su escuela para transformar en alacena de cocina.

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