¿Por qué no paramos de comer? El cerebro tiene la respuesta (y la culpa)

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CIENCIA

El ser humano está “programado” genéticamente para comer poco; no obstante, es el único animal que come de más

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En una caricatura se resume con un diablito que impulsa a comer, un angelito que recuerda que hay que controlarse y una persona en el medio que tiene que tomar la decisión de si cede o no ante esa porción de torta que le ofrecen en la oficina.

El éxito de una dietay, por tanto, del peso resultante, dependerá de una “lucha”: la conducta contra la biología. “Es poner en juego una zona del cerebro de conductas voluntarias que tienen que luchar en contradicción con conductas automáticas”, explicó Marcelo Rubinstein, profesor en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires y especialista en estudios sobre genética molecular y funcional del apetito sobre el conflicto entre las tres zonas cerebrales que intervienen en la conducta alimentaria: el hipotálamo, el sistema límbico y la corteza prefrontal.

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Foto: Istock

¿Cuál es el problema?

“Estamos programados (genéticamente) para comer lo mínimo imprescindible”, apuntó Marcelo Rubinstein, quien participó la semana pasada en una conferencia en el Instituto Pasteur de Montevideo. Miles de años de evolución prepararon al humano (y al resto de los animales) para comer poco para sobrevivir. Esto se debe a que, en la naturaleza, conseguir alimentos requiere de un gran esfuerzo que incluso puede costar la vida. El investigador y su equipo identificaron un gen encargado de controlar al gen de las melanocortinas (POMC) que producen la sensación de saciedad.

Hasta aquí, el hipotálamo es dueño de la acción. Este calcula cuánta energía requiere el individuo cada día en base a su estado nutricional actual y las demandas futuras; por ejemplo, si se trata de una embarazada o de un oso que está por comenzar la hibernación. Con todo, el hipotálamo “defiende” el peso corporal: “Si pesás 60 kilos, te va a hacer comer para mantener los 60 kilos; pero si pasás a pesar 70, te va a defender 70 kilos. Cuando le digas que querés bajar a 50 kilos, el hipotálamo no lo entiende”.

El tema es que el cerebro es muy bueno para aprender pero no para desaprender.

A pesar de la genética, comer poco no es algo que haga el humano. “En la sociedad moderna el costo de continuar comiendo es mínimo; es barato y nulo en competencia”, explicó.

Quioscos, supermercados, rotiserías, restaurantes, aplicaciones que traen comida casi que al instante. En todos hay comestibles que, según recordó Rubinstein, están “programados” para que “uno no deje de comerlos” al estar cargados de sustancias que al cerebro, en particular, al sistema límbico (o centro del placer), les parece apetecibles.

“Se conoce cuáles son las sustancias que tocan los receptores de las papilas gustativas. Pero del punto de vista nutricional, son muy malos. Generan esa sensación apetecible pero entre que uno no está bien alimentado y que se tocan circuitos que refuerzan una conducta, uno termina comiendo de más”, explicó.

El azúcar y la sal, por ejemplo, son reconocidos por los receptores de la lengua. El sabor es llevado directamente al centro del placer por circuitos neuronales. “La industria se dio cuenta que se lo puede poner a un trapo y que la gente se lo va a comer porque le va a gustar”, lamentó.

El sistema límbico registra las cosas que le agradan a la persona y tiende a repetir el estímulo todas las veces que pueda. El resultado es el sobrepeso y la obesidad que Rubinstein llamó “pandemia”. Solo en América Latina y el Caribe, el 60% de la población vive con sobrepeso y obesidad; en Uruguay este valor sube a 65%.

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Comer de más.

“Estamos programados para comer poco pero esto no quiere decir que estemos programados para no comer de más. Estamos programados para obtener la cantidad de calorías que necesitamos pero, si pudiéramos comer más, lo haríamos”, dijo Rubinstein a El País.

El científico y su equipo crearon ratones transgénicos al que les “apagaron” el gen que codifica la prohormona POMC. Como el circuito de saciedad estaba inactivo, los animales comían en exceso. Cuando lo “prendieron”, bajaron de peso. Pero los jóvenes demostraron tener más capacidad para recuperar el peso normal; los que habían sido obesos por más tiempo quedaban con un sobrepeso de más del 50% respecto de los valores normales.

Esto de los ratones puede ser ilustrado de la siguiente manera: la creencia de que se puede recuperar un peso anterior de forma fácil es puro cuento.
La obesidad causa cambios en los circuitos neuronales relacionados con el gasto energético y, aunque se restablezca la producción de POMC, el individuo no puede –o tendrá que luchar con uñas y dientes– para volver a un peso normal.

“Pensamos que podemos entrar y salir de los cambios corporales con naturalidad, pero la obesidad es una condición que se autoperpetúa”, explicó. El hipotálamo va a seguir ordenando que se coma para mantener el peso actual, no para alcanzar el deseado.

Foto: Pixabay
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¿Y el control?

Adelgazar, no obstante, es posible. Pero es difícil, aseguró Rubinstein. “Hay que hacer una programación de conducta en otra zona del cerebro: la corteza prefrontal”, apuntó. Una dieta hipocalórica ayudará a lograr los objetivos pero esta debe ser mantenida a lo largo del tiempo.

Mientras que el sistema límbico impulsa a comer y el hipotálamo dice que necesita mantener el peso, la corteza prefrontal es la única zona que “permite ir en contra de todo lo que aprendió el cerebro”: va a ayudar a tomar la decisión de rechazar cualquier tentación.

“La persona que se autoimpuso bajar 20 kilos y que se hubiese comido entre dos y cuatro facturas cuando se las ofrecen, tiene que luchar contra la conducta que ya tenía incorporada y va a tener que inhibirse. El hipotálamo quiere defender el peso, la zona del placer quiere comer por el azúcar y queda en vos tomar la decisión”, relató el investigador. El proceso no es sencillo y debe ser repetido. Es cuestión de “que el angelito controle al diablito”, concluyó.

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