LAS ÁGUILAS
Surgió en 2018 en uno de los barrios más pobres de Montevideo. Liderado por mujeres, es el equipo con más jugadoras menores de 18 años de la región. Se preparan para competir en Argentina.
Se dice que el rugby es de hombres. Se dice que el rugby es agresivo. Se dice que el rugby es un deporte solo para personas que tienen cierto nivel socioeconómico. Se dice. Es una idea, algo que está ahí, en el aire. Se dice. Y aunque en Uruguay tampoco se dice demasiado sobre ese deporte, lo que se repite es, más o menos, eso.
El barrio Piedras Blancas está al noreste de Montevideo. Según el Censo de 2011 —el último realizado— viven allí 22.569 personas y, de acuerdo al Centro de Estudios de Realidad Económica y Social (Ceres), en 2020 era uno de los barrios con mayor índice de pobreza de la capital. Tiene, entre otras cosas, una feria, una parroquia, una casa quinta, un liceo, una biblioteca, una escuela y un equipo de rugby.
Se llama Las Águilas, surgió en 2018 por iniciativa de dos maestros comunitarios de la Escuela 119, y, aunque es mixto, es liderado por mujeres.
“En Las Águilas rompemos con todos los esquemas, porque la mayoría de nuestras jugadoras son gurisas y si hay algo que nosotros no tenemos acá es un mango”, dice Federico Maritán, maestro al frente del equipo.
Se trata del cuadro con más jugadoras menores de 18 años de toda la región. Federico está orgulloso de esto. Las Águilas no es un equipo como cualquier otro. Además de competir y formar deportistas tiene, en su esencia, otro propósito.
La historia de una pasión
Federico y Melina González son pareja y fanáticos del rugby. Viven en Santa Rosa, Canelones, pero desde 2010 viajan todos los días para dar clases en la Escuela 119 de Piedras Blancas.
Todo empezó en 2018, en el marco del programa de Maestros Comunitarios, cuando Federico y Melina se enteraron de que en Manga, un barrio cercano, la Intendencia de Montevideo le pagaba a un entrenador para que diera clases de rugby en la plaza del lugar. También supieron que no iban muchos niños. Entonces, gestiones mediante, lograron que chiquilines de tres escuelas, entre las que estaba la 119, fueran a las clases.
“Íbamos una o dos veces por semana a compartir un rato en la plaza que tiene una cancha grande y jugábamos un poco. Pero esa era la intención: compartir un rato, conocer el deporte, agarrar la pelota y conectar conocimientos académicos con el rugby como excusa”, cuenta Federico.
Como en 2018 la experiencia fue tan buena, en 2019 volvieron a repetirla. Ese año, dice, pasó algo que, quizás, sea la clave que explique todo lo que vino después. A pesar de que hubo niños que no siguieron, otros que egresaron y algunos nuevos que se sumaron, empezaron a ver que los de la Escuela 119 seguían allí, todos, y que eran apasionados: que estaban, que iban, que entrenaban, que le ponían esfuerzo, ganas. Sobre todo: que querían. Y entre ellos había un grupo de chiquilinas que empezó a hacer fuerza para tirar hacia adelante, que decidió ponerse el equipo al hombro.
A partir de ahí, dice Federico, la referencia de Las Águilas fueron ellas: jóvenes que estaban en sexto de escuela o que habían egresado, que tenían entre 12 y 17 años y que habían encontrado en el rugby algo que, en su mayoría, no conocían.
“El contexto cultural de este barrio es desfavorable, pero todo han sido obstáculos que hemos sorteado para salir adelante”, dice Federico. “La mayoría de las gurisas no había practicado nunca un deporte y mucho menos tenía la experiencia de un deporte colectivo, con todo lo que eso significa”.
Ese año —2019— Las Águilas dejó de ser una iniciativa escolar y pasó a ser un equipo de rugby constituido. Los entrenaban Alam Bertacco, ex jugador de rugby y vecino del barrio, Melina y Federico, que hicieron el curso de entrenadores de rugby de niños (Federico está esperando el diploma de entrenador de adultos).
Un año después, por la pandemia, todo se canceló. Ellos pensaron que, entonces, Las Águilas se habían terminado. Pero en julio, cuando el gobierno habilitó el regreso de los deportes al aire libre, mandaron un mensaje a todo el grupo. Decía: “Mañana vuelven a entrenar Las Águilas”. Y al otro día fueron todos.
Fue entonces que, desde la Unión de Rugby se contactaron con ellos y los invitaron a participar en distintas actividades de rugby femenino. Es que no les alcanzaban los jugadores hombres, pero sí les sobraban las jugadoras.
Un año después todas las chiquilinas se ficharon como jugadoras de rugby. Eso, explica Federico, implica algunas cosas importantes. Que, por ejemplo, la Unión de Rugby les exija tener los controles médicos al día. Que, por ejemplo, reconozca a Las Águilas como club y hayan pasado a formar parte del calendario oficial en Uruguay.
Ya no son solo niños y jóvenes de Piedras Blancas. Ahora se sumaron a Las Águilas personas de otros barrios de esa zona de Montevideo. Además de Federico, Melina y Alam, ahora también los entrena Gonzalo Vidal. Todos ellos lo hacen de forma voluntaria. No se cobra ninguna cuota para poder entrenar. Cada gasto que hay afrontar lo hacen entre todos y tienen, dice Federico, un apoyo incondicional de la Unión de Rugby.
Han viajado a competir a distintas partes de Uruguay, como a Salto. Esa vez, cuenta, aprovecharon y fueron a las termas. Ahora están vendiendo rifas para poder ir, en julio, a un campeonato en Paraná, Argentina.
Del rugbyse dicen muchas cosas. Pero lo cierto es que el rugby se trata de esto: de un deporte que tiene lugar para todos- altos, bajos, gordos, flacos, rápidos, lentos-, de formar un equipo en el que todas las personas tengan una función igual de importante, de cuidar al otro, de taclear al rival, sí, pero sobre todo, de volver a levantarse y seguir jugando, pase lo pase. Quizás de eso, también, se trate Las Águilas.