Popei es uno de los restaurantes más tradicionales de José Ignacio: con 32 temporadas de verano encima, el secreto para seguir vigentes parece ser no perder la esencia: una atención que te hace sentir como en casa, un menú sencillo pero sumamente cuidado, con ingredientes locales y de calidad, todo lo cual podría resumirse con la frase que se repite en cada rincón del lugar: es “la casa de un pescador”.
Todo comenzó así, con un hombre enamorado de José Ignacio y del mar, que supo compartir con su familia ese amor, como parte de una herencia que no tiene precio.
Para contar esta historia hay que remontarse en el tiempo, cuando hace 82 años, durante un otoño en el que la luz del faro ya hacía bastante que destellaba como parte del paisaje, en la zona de los bosques de la Portuguesa, a poquitos kilómetros de José Ignacio, nació Nivio Solano, el cuarto de los ocho hijos de los Machado Acosta, una familia de pescadores y agricultores.
Desde chiquito, junto a sus hermanos, este niño ayudaba a su madre María Isabel en una de las labores que les permitía llevar el pan a la mesa: en un José Ignacio muy diferente al que conocemos hoy en día, que entre otras cosas no tenía calles, ni luz, ni agua, alguien debía ayudar a la gente a ingresar y ellos lo hacían en carretas tiradas por bueyes.
A medida que crecía, Nivio se iba enamorando cada vez más del mar. Y esta resultó ser una de esas pasiones que duran para siempre. Fue el único de sus hermanos que de grande, ya con propia familia, permaneció en el lugar.
Popeye, como Popeye el marino.
Lo cuenta él, lo cuentan los que lo vieron, también los que oyeron las historias de quienes a través de sus relatos las mantienen vivas: Nivio pasaba horas y horas en el mar y en las lagunas de la zona y todos lo reconocían de lejos, con su gorrito blanco y una vela que siempre le ponía a sus botes.
El apodo no tardó en aparecer y en un momento casi nadie lo llamaba Nivio porque pasó a ser “Popeye” como el protagonista de los cómics.
La pesca era una labor sacrificada, pero ya era parte de su vida. De cualquier manera, Popeye, quien para ese entonces se había casado y era padre de tres hijos, nunca dejó de soñar con tener un emprendimiento. Pensó en un almacén, en una carnicería, en un restaurante. Ese sueño, aunque parecía lejano, estaba ya en marcha.
Diego Machado de León, el tercer hijo de Nivio, que desde 2005 está frente al restaurante Popei junto con su esposa Luciana, contó a El País que su padre tuvo durante bastante tiempo entre ceja y ceja esa esquina en la que hoy funciona el tradicional lugar de José Ignacio. El terreno quedaba frente a la casa de los suegros de Nivio y había muchos interesados debido a su privilegiada ubicación. “Siempre había gente que pasaba y preguntaba por el terreno, pero mi padre les decía que el dueño no quería vender, que no estaba a la venta, porque en realidad él ya le había echado el ojo al lugar”, recuerda Diego entre risas.
No fue fácil, pero con el tiempo y esfuerzo, aquel hombre soñador lo consiguió: con un novillo que un tío le había regalado a uno de los hijos, Nivio pagó parte del terreno. Luego, de a poco, saldó el resto.
Diego contó que la idea de poner un restaurante convenció a la familia ya que tanto su madre como uno de sus hermanos trabajaban en Santa Teresita, una de las primeras cocinas del lugar. “Nos habíamos formado ahí, además a mi padre siempre le gustó la cocina, ya que en la pesca paraban al mediodía y preparaban pescados. Y 1991 se anima, arma el restaurante e igual sigue pescando hasta 1996 para poder pagar el equipamiento, etc. Pero luego dejó, y se metió de lleno en la cocina”, detalló.
Popeye se puso en ese momento el delantal porque quería asegurarse de que su objetivo se cumpliera: tener un espacio “sumamente familiar, que no fuera un restaurante tan gourmet, que fuera más bien como una fonda, donde se comieran platos típicos, frescos, porque todos los pescadores traen el pescado fresquito, y también tuviera una carta variada, desde pizzas, chivitos, milanesas, hasta paella, arroz con mariscos, y que además tenga precios accesibles para lo que es la zona”, señaló Diego en diálogo con El País. Y agregó que su padre siempre buscó “que sea un lugar accesible para todos, que no fuera solo para el turista, sino también para el laburante”.
En sus comienzos, obviamente debido al apodo de Nivio, el restaurante se llamó Popeye, pero con el tiempo, para evitar eventuales problemas con la marca registrada del nombre del famoso personaje, la familia decidió cambiarle el nombre a Popei. Así se mantiene hasta el día de hoy.
Pero Popeye, ese hombre que se ocupó de construir el lugar con sus propias manos y cuidando cada detalle, ese que ama José Ignacio desde siempre, seguirá siendo Popeye.
Su cariño por el mar sigue intacto, aunque ahora solo toma las cañas alguna tarde para pasar el rato y divertirse, ya no como la labor que ocupó casi toda su vida.
La historia del predio y el novillo, contada por el propio Popeye.
Luciana Núñez Borchi, esposa de Diego, hijo del fundador de Popei, escribió el libro Memorias con olor a mar, en el que relata las conversaciones que tuvo con su suegro, Nivio, que le contó cómo compró el predio: “El terreno que había enfrente a la casa de mis suegros era un alto hermoso. Todo el que venía y quería quedarse tenía que ver con aquel pedazo de tierra. Siempre uno u otro venía a preguntarme si sabía quién era el dueño, si el terreno estaba a la venta. Y yo siempre decía lo mismo: ‘Ah, no, no, el don no quiere saber nada con venderlo, ofrezcan lo que le ofrezcan no hay caso’. Y la verdad es que ni yo sabía quién era el dueño, lo que sí sabía era que lo quería para nosotros. Con el tiempo, después de averiguar, di con el hombre, Batista de apellido (...) Le oferté y me vendió la mitad del terreno; no el alto que nosotros queríamos, sino otra parte”, recordó.
A ese pedazo lo compraron un novillo que un tío le regaló a uno de sus hijos. “Cuando eso los bichos valían y los terrenos no, y completamos con unos pesos más que los pagamos en seis cuotas. No me olvido más de que cuando fuimos a escriturar la compra, Batista me dice ‘mire Machado, yo compré un terreno en La Barra así que le voy a vender la otra parte y ya escritura todo junto y me lo va pagando como puede’”.
El día que Charly García celebró su cumpleaños, una de las tantas anécdotas que quedó para el recuerdo.
Parte de la magia de José Ignacio está en la tranquilidad, la sencillez y lo descontracturado de la forma de vida que el entorno invita a llevar. Por eso es desde hace años uno de los favoritos de los famosos: músicos, modelos, actores, figuras de la televisión, todos parecen amar el lugar. Diego Machado de León, hijo del fundador de Popei, contó que desde los inicios las visitas de figuras reconocidas son moneda corriente.
“En 1993, en nuestra segunda temporada, venían muy seguido Nicolás Repetto, Fito Páez, Charly García. Charly siempre venía a comer un chivito o una pizza, pero ese día nos pidieron cerrar el lugar para festejar su cumpleaños y armaron entre los que estaban un toque. Esa es una de las anécdotas que quedó”, recordó.
El desafío de mantenerse vigente, más de tres décadas después.
Mantenerse durante más de tres décadas no es sencillo y uno de los pilares para la familia detrás de Popei es cuidar la identidad que siempre los caracterizó: desde el comienzo buscaron que sea un lugar para toda la familia, para el turista, pero también para el trabajador, con platos sin pretensiones, hechos con ingredientes frescos, y un buen servicio.
Diego Machado de León, el hijo de Nivio Machado, fundador del lugar, dijo a El País en estos 32 años hubo cosas que han ido cambiando, pero las bases son las mismas. “Tratamos siempre de mantener la carta, pero fueron variando algunas cosas, por ejemplo para mejorar el servicio, ya que no es como antes que solo se iba a comer a un lugar, ahora la gente busca una experiencia completa cuando sale. No es fácil sobrevivir más de 30 años en la gastronomía en un pueblo que es muy exigente”, añadió.
Popei está en Instagram como @popeirestaurant.