Por María de los Ángeles Orfila
¿Cómo presentar a Diego Ellis Soto? Hay varias opciones. Biólogo. Docente en la Universidad Yale. Experto en ecología y bioinformática. Investigador asociado a la NASA. Pero esos son solo títulos –aunque muy destacables para este científico uruguayo de 31 años–. Él prefiere otra cosa. “Si yo cierro los ojos y pienso en lo que me hizo ser biólogo o en lo que me hace sentir humano, no es una publicación científica que leo, es una emoción”, dijo a El País durante una visita a Uruguay. Y Diego recuerda a la perfección la primera de muchas emociones: “Mi abuelo criaba canarios y cardenales amarillos en Pando –todavía tiene algunos–; les daba gusanos y fue la primera vez que tuve un bicho en la mano. Es algo que no se puede medir pero que me afectó”.
Aunque Diego se dio cuenta tarde de ese efecto. Por eso probó estudiar periodismo en Costa Rica –país al que se mudó a los 15 años con su familia– pero no le convenció y se cambió para biología porque tenía el sueño de ser “escritor de naturaleza”. Al tiempo volvió a mudarse, esta vez a Alemania, donde siguió estudiando, pero como todavía había algo que no le cuadraba, armó las valijas y se fue un año a las islas Galápagos. Ahí se le agolparon todas las emociones y sus efectos. Y comenzó un camino que, por el momento, lo ha llevado hasta el último año de su doctorado en Yale en donde investiga cómo los animales se mueven por el mundo bajo las crecientes amenazas humanas y un clima cambiante.
“Siempre digo que, si los pulmones de la Tierra son las plantas, los animales son las venas”, apuntó.
El camino.
La mayor parte de su experiencia de trabajo de campo ha sido con las tortugas gigantes en Galápagos y con aves y murciélagos en el sur de Alemania. De las primeras se sabe que pueden medir hasta dos metros de largo y que superan los 150 años de vida, pero Diego no tarda en dar un dato inédito y simpático: “Cuando hacen caca se comportan como jardineras”. Esto se debe a que sus heces permiten que crezcan 500 millones de árboles al año sin ningún costo.
Además del efecto fertilizante, el joven científico ha analizado los beneficios de las deposiciones de los animales en la naturaleza. “Es verdad eso que se dice que sos lo que comés. (Con la materia fecal) podemos saber cuál es su dieta, si la están cambiando, si comen más comida humana o si comen basura; podemos ver qué semillas dispersan, si son de plantas nativas o introducidas. Nos ayuda mucho a decir cómo es la salud de todo el ecosistema”.
También funcionan como un sendero de migas de pan que indica el sentido de circulación. Esto es elemental para la conservación de las especies. En el caso de Galápagos, por ejemplo, Diego examina la información para asesorar a las autoridades ecuatorianas a la hora de construir una nueva carretera.
No solo estudia la caca animal, por supuesto. Diego es un apasionado de la tecnología y utiliza herramientas económicas –y otras tantas gratuitas– para realizar seguimientos de animales y apoyadas en observaciones satelitales. “Coloco, por ejemplo, micrófonos chiquitos con inteligencia artificial, que cuestan unos US$ 40, y los dejo un año. Luego te puedo decir todas las aves que pasaron por ahí”, contó. Y apuntó sobre este uso: “Tiene mucha promesa”.
Seguimientos.
El trabajo de Diego atrapó la atención de la NASA (por su programa FINESST de Futuros Investigadores en ciencia terrestre y planetaria) y le brinda financiamiento para analizar los efectos de la pandemia de covid-19 en la vida silvestre. “La pandemia se convirtió en un experimento único en la vida en circunstancias trágicas; pero básicamente mostró cómo es el mundo animal sin humanos, como en las películas”, comentó.
La observación de mamíferos que se volvieron más diurnos o que se adentraban en las ciudades –una de las noticias de la época tenía como protagonistas a los pumas que volvieron a ser vistos en Santiago de Chile– llevó a esta conclusión: “Aprendimos que la naturaleza es más plástica de lo que pensábamos”.
Así se ha visto que este tipo de predadores se movían más en línea recta, dado que no tenían que escaparse de los humanos. Esto hizo que ahorraran energía.
¿Y qué sucedió a partir del retorno a la normalidad? “Se volvió a la línea base. Los patrones de movimiento de los humanos han vuelto a niveles muy similares a los anteriores a la pandemia por lo que ahora estudiamos si hay efectos a largo plazo en los animales como algún comportamiento aprendido”, explicó Diego.
Tales estudios contribuyen a comprender cómo las especies vulnerables se verán afectadas por otros eventos extremos como sequías, olas de calor o brotes de enfermedades. También enseñan qué deben hacer los humanos para proteger los ecosistemas circundantes. El objetivo es saber cómo predecir cómo reaccionarán en escalas de tiempo cortas.
A Diego Ellis Soto le queda un año de doctorado; el financiamiento que recibe de la NASA durará un poquito más. Luego, cree, que se quedará en Estados Unidos. “Me costó mucho tiempo entender que yo merezco estar acá”, dijo en referencia a su trabajo en la Universidad Yale. A largo plazo quiere traer estudiantes a Uruguay para realizar intercambios culturales y organizar talleres y diversas capacitaciones.
La música.
En Alemania, Diego trabajaba como DJ para pagar parte de sus estudios. Y, al irse a Estados Unidos, se llevó la música electrónica con él. Pero sus canciones son especiales puesto que están hechas con sonidos grabados en sus viajes de investigación. Se las puede escuchar en YouTube y en Spotify y las ha presentado en festivales. Una –quizás la más sorprendente– es una canción con el movimiento de las termitas.
Para Diego, hay mucha armonía en la forma en la que se mueven algunos animales y, de por sí, la naturaleza es bastante musical. Puso este ejemplo: en una bandada, las palomas no quieren estar demasiado separadas ni demasiado juntas y quieren volar a la misma velocidad. “Esos son principios de la armonía musical”, dijo.
Y añadió: “Con la tecnología podemos combinar la biología con hip hop, con cumbia o con bachata y podés enseñarle a los jóvenes desde un lugar más dinámico. Podés hacer música con (los animales de) tu barrio. Es llevarle un ave a alguien de una forma nueva”.
En su visita a la casa de sus abuelos este verano, Diego dejó varios micrófonos colocados en el jardín para grabar el canto de las aves durante todo el año –incluidos los canarios que le despertaron la vocación de niño–; luego hará una canción.