¿Qué pasaría si dejamos de escuchar el sonido del bandoneón? Un libro propone un inventario sobre el instrumento

Desde la historia, el presente e, incluso, las preguntas por el futuro del bandoneón, el libro Bandoneones del Uruguay realizado por la Comisión del Patrimonio, se propone un inventario y un repaso por el vínculo de este instrumento con el Uruguay.

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Bandoneón

Hay cosas —imágenes, olores, sabores, sonidos— que tienen la capacidad de transportarnos, de ubicarnos en un espacio determinado. No importa dónde se esté, qué tan lejos, qué tan perdido: cuando se escucha cualquier acorde de cualquier melodía salir de un bandoneón, inmediatamente uno regresa al Río de la Plata, como si ese lugar del mundo estuviese intrínseco en su sonido de lamento y nostalgia.

El bandoneón es parte de la historia cultural del Uruguay y de sus ritmos: no hay tango sin bandoneón. Y, sin embargo, hasta ahora, el instrumento no había sido investigado, estudiado y, sobre todo, relevado.

Eso es lo que propone el libro Bandoneones del Uruguay. Proyecto de inventario del bandoneón y su entorno, realizado por el Departamento de Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) de la Comisión de Patrimonio Cultural de la Nación.

El libro, que se presentó en agosto, contiene una investigación profunda sobre la historia y el presente del instrumento en Uruguay, y, en ese contexto, plantea preguntas sobre el futuro.

Durante tres años, Leticia Canella, antropóloga social y responsable del PCI, Eloísa Casanova y Emiliano Rossi, también formados en antropología social, hablaron con bandoneonistas, con luthiers y con distintas personas vinculadas al instrumento en todo el país.

“Fue un proceso un poco muy basado en el boca a boca, porque no queríamos generar un recelo con los bandoneones que son un objeto muy querido por las familias que lo guardan o por los músicos que los tocan, entonces fuimos hablando con uno, con otro, fuimos acercándonos al mundo del tango, desconocido para los tres, y conociéndolo, metiéndonos en él”, cuenta Eloísa.

“Usamos propiamente lo que son las técnicas de la antropología social. Es decir, empezar a hacer una entrevista abierta, con determinados objetivos,y a partir de ahí empezamos a deshilar esa madeja de información que se presentaba en las diferentes comunidades”, dice Leticia.

En ese camino recorrieron todos los departamentos del Uruguay. A través de la ayuda de las direcciones de cultura de las intendencias, pero, también, de la colaboración de gente de cada ciudad y cada pueblo, buscaron todos los bandoneones que pudieron.

En total registraron 85. La mayoría se encuentran en Montevideo. “Fue uno de los principales puntos de ingreso al país durante el proceso migratorio de los siglos XIX y XX y fue uno de los lugares históricamente asociados al origen del tango y al uso del bandoneón”, escriben en el libro. También hay una presencia importante del instrumento en Tacuarembó y Rivera, departamentos fronterizos con Brasil, y en Colonia y Soriano, con influencia de Argentina.

“Hay mucho material sobre el tango, pero poco sobre el bandoneón. Y, cuando empezamos a investigar, para nosotros bandoneón era sinónimo de tango, con esa idea partimos. En el interior nos dimos cuenta de que no es solo sinónimo de tango. Es parte de otros géneros musicales que también componen la identidad nacional y la identidad rioplatense como el chamamé o la cumbia. Por ejemplo, uno de los bandoneonistas más conocidos en la actualidad es Nario Recoba, que acompaña a Lucas Hugo”, cuenta Emiliano. “Hay lugares que también tienen un vínculo estrecho con el bandoneón, pero que es, desde lo performático, diferente al que existe en la capital”.

Los bandoneones en el país se reparten entre personas que tienen entre 60 y 70 años, y entre personas muy jóvenes, que rondan los 30. Es decir, entre personas que los tocan o los tocaron, y los hijos o nietos de esas personas. Hay unas generaciones en el medio, las que hoy rondan los 50, que quedan por fuera. Según dicen los autores en el libro, se puede explicar por la explosión de otros géneros musicales, como el rock and roll, en la década del 60 y 70.

Por otro lado, existe lo que los investigadores llaman “personas guardianas”: quienes tienen al objeto por el valor que tiene, quienes lo conservan y lo cuidan, aún sin tocarlo.

El pasado y el futuro

Si bien en Uruguay hay más bandoneones, la muestra recogida por el equipo de antropólogos -85- es lo suficientemente representativa de la situación del instrumento en el país.

“Son escasas las fuentes documentales sobre los ingresos del bandoneón al Río de la Plata”, escriben. Está asociado directamente a los procesos de inmigración europea del último tercio del siglo XIX, ya que el instrumento había surgido en Alemania a comienzos del siglo.

Según los pocos registros y testimonios de la fecha, el primero fue traído en 1862 por un ciudadano suizo que llegó para instalarse en Nueva Helvecia. De hecho, los bandoneones existentes hasta el día de hoy son de marcas alemanas, lo que evidencia que no ha habido nuevos ingresos del instrumento al país.

En la investigación se registró la presencia de tres personas (mayores) dedicadas a la luthería de bandoneón en todo el Uruguay. Ninguno de los tres fabrica el instrumento, que es extremadamente caro, tanto de fabricar como de importar.

Esas circunstancias han llevado a que su presencia y circulación en el país sea escasa y esté en una situación preocupante.

¿Qué pasaría si el bandoneón y su sonido desaparecieran de nuestra cultura? Según Leticia, esa es la gran pregunta detrás de todo el trabajo, de todo el libro. “No es una pregunta que podamos contestar nosotros tres. Creo que la debería responder el resto de los uruguayos. Lo que nosotros sabemos es que el bandoneón y su sonido nos devuelven al Río de la Plata. Te guste o no te guste el tango, escuches tango, cumbia o rap, el bandoneón es parte de lo que identifica nuestra historia, es un constructor de identidad”.

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