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Hace sola todo el proceso: esquila las ovejas, selecciona la lana, la lava, la tiñe si es necesario y teje mantas, alfombras y prendas de vestir. Además lidera grupos de tejido.
Día lluvioso de invierno. En Cerro Chato –localidad que comparten los departamentos de Durazno, Florida y Treinta y Tres– Rosa Lamadrid (48 años) aprovecha para tejer. “Teniendo material el día es ideal. Yo trato de mirar un poco el tiempo y tener material preparado para días así”, cuenta.
Porque Rosa hace todo el proceso. Como tiene las ovejas, es ella quien se ocupa de esquilarlas, clasificar toda la lana, lavarla, hilarla, hacer la madeja, hacer el color para lo que se va a teñir y dejar el resto para lo que va en natural, tejer, hacer las terminaciones… “Quizás por eso me lleva algo más de tiempo, porque es un trabajo totalmente artesanal”, dice.
Pero le apasiona, lo que explica que lo haga desde hace 30 años. “Yo vengo de una familia humilde y salí a trabajar como empleada doméstica a los 14-15 años. Tuve la suerte de que la familia donde entré a trabajar me dijo que era muy joven y que me quería dar la oportunidad de hacer algo”, recuerda.
Rosa se enteró de que en Sarandí del Yi funcionaba el Taller de Artes Plásticas y una vez a la semana se tomaba el ómnibus desde la campaña para aprender telar. “Era lo que me parecía más fácil, conseguir la lana. Empecé el curso, me gustó y lo hice todo. Después me casé, tuve dos hijas y pasé a esa etapa de familia que uno cumple con el rol del hogar, de criar hijos”, acota quien hoy tiene un nieto.
Igual siguió tejiendo para ella y haciendo cursos. “Curso que sale lo hago casi siempre para seguir como experiencia”, apunta con orgullo.
Sus hijas crecieron, una se recibió de maestra, la otra de escribana, dejaron la casa y Rosa tuvo más tiempo para ella. “Dije que me iba a dedicar a tejer y desde ese momento me dediqué totalmente a lo que hoy en día es mi trabajo”, señala a El País.
Empezó con lana cruda, después implementó el top, luego el teñido –natural y con anilinas– y siguió tejiendo. Hoy hace mantas, alfombras, ponchos, pashminas, ruanas… todo en lana, nada en sintético aclara. “Eso hace que la gente a veces discrepe con el precio. El que no sabe lo que está comprando se queja, pero yo les digo que es todo lana, es una artesanía que dura años”, dice.
Destaca además que ella realiza todo el proceso, no se trata de ir a la mercería, comprar lana y tejer. “Días lluviosos como hoy no podés secar lana, por ejemplo. Lleva su tiempo”, explica quien se maneja con un telar común y la rueca.
“No tengo máquinas, es todo manual, entonces todo lleva mucho trabajo. Tengo un telar de dos metros veinte y enhebrarle la lana no lleva menos de dos horas. Hoy en día el telar grande me cansa mucho. Con el lavado pasa lo mismo porque al ser lana no puedo usar lavarropas, lavo a mano en la vieja pileta de dos cajones porque si la ponés en centrifugado te queda toda apretada”, explica.
Si un día lava, al otro día descansa para poder seguir, “sino llega un momento que el cuerpo no resiste”, acota.
Como trabaja en su casa puede administrarse los tiempos; por lo general de mañana hace las tareas del hogar y de tarde teje. “Por ahí trabajo todo un domingo y el lunes no porque tengo que salir a hacer otra cosa; me organizo de acuerdo a los pedidos”.
Actualmente cuenta con un telar grande y uno chico y rueca. “Arranqué con una ruequita de pedal, de a poquito, y ahora logré hacerme de una rueca eléctrica”, cuenta entusiasta quien cosecha clientes fundamentalmente por el boca a boca, aunque también la ayudan las publicaciones en redes sociales de quienes le compran.
“También tejo para Montevideo y mando. Entrego tarjetitas, se pasan el número de teléfono… Se trabaja lindo”, agrega.
Su sueño es en un futuro contar con un tallercito. “Para eso tenés que estar un poquito más armada. Dios lo dirá, estamos tendiendo redes de apoyo”, comenta convencida de que puede llegar a lograrlo.
“Yo siempre digo que cuando vos hacés algo tiene que gustarte y yo amo la lana”.
Grupos de tejido para vender o para hacer terapia
Rosa integra varios grupos de tejido. Hace unos cuatro años, por ejemplo, presentó en dos de las tres juntas locales (Cerro Chato comparte administración con tres departamentos) un proyecto para poder enseñarle lo que sabía a las mujeres de la localidad.
“En la junta de Florida me abrieron las puertas y cada 15 días se hace tejido. Hay compañeras que trabajan para apoyarme para vender y están las otras que lo hacen tipo terapia. Soy la que tengo más experiencia”, destaca.
Además, hace unos ocho años que tiene otro grupo, todas artesanas, varias que viven en campaña. “En esto nunca terminamos de aprender porque todos los días sale algo nuevo. Aprendemos mucho por las redes sociales y por cursos que han salido acá. Hace dos años hicimos un proyecto que estuvo bueno, era para artesanos y venían a enseñarnos técnicas de telar. Hoy en día, al nivel que vivimos, cuanto más podamos escalar en aprender, es mejor para todos”, apunta.
Rosa destaca una y otra vez que vive en el lugar en el que la mujer votó por primera vez en Uruguay y Sudamérica (plebiscito de Cerro Chato, 1927). Allí reside con su esposo, al igual que una de sus hijas; la otra vive en Durazno.