ENTREVISTA
La línea de atención psicológica por la cuarentena atendió casi 4 mil llamados en tres semanas; el experto Nicolás Baggattini explica los efectos en la salud mental
Nicolás Bagattini, especialista en Psicoterapia Psicoanalítica, coordinador de la Society for Psychotherapy Research en Uruguay, sostiene que la pandemia por COVID-19 “desnudó” una dura realidad: más uruguayos de los que se pensaba necesitan asistencia ensalud mental. Eso lo confirman las casi 4.000 llamadas a la línea psicológica, pero también lo que se ve en consulta: estrés, angustia, ansiedad, depresión. Pero las consecuencias no son las que se ven ahora, sino las que llegarán con la denominada “cuarta ola de la pandemia”, un escenario futuro en el que comenzarán a manifestarse problemas psicosociales generados en los meses anteriores, aun en personas sin patologías previas.
—La OMS advirtió sobre las consecuencias en la salud mental que puede tener la pandemia. ¿Qué implica el concepto de la cuarta ola?
—El intensivista americano Victor Tseng hizo un dibujo de las olas de la pandemia. La primera ola es la que vivimos ahora: la de la morbilidad y mortalidad inmediata. La segunda es el impacto sobre aquellas personas que no pudieron ingresar al CTI porque estaban atestados por pacientes con COVID-19, cosa que a nosotros no nos ha pasado. La tercera ola es el impacto en aquellas condiciones crónicas que interrumpieron el tratamiento. Y todo aumenta una variable que se llama distrés o angustia. Hay consecuencias inmediatas por el confinamiento que hay que atender en todos nosotros pero también en aquellas poblaciones de riesgo. Acá hablo de ancianos, pacientes con patologías psiquiátricas crónicas, aquellos que están deprimidos. Está bastante probado, sobre todo por la experiencia de otras recesiones económicas y otras pandemias, que en esa cuarta ola aparece el trauma psíquico, la enfermedad mental crónica, el burnout de haber tenido que enfrentar todo lo que afrontamos pero también las consecuencias en la salud mental de la recesión económica.
—¿Cómo será la huella psicológica?
—Está claro que aumenta la depresión, la ansiedad y la cifra de suicidios. Estamos frente a una situación de efectos acumulativos que empiezan por la indefensión y después se transforma en una cicatriz o en la dificultad de una persona en afrontar las consecuencias de todo tipo que esto tiene para el mundo.
—¿Estas consecuencias también se harán visibles en personas que antes estaban mentalmente sanas?
—Hay que pensar que hay un equilibrio entre el monto de estrés múltiple que genera la pandemia y los mecanismos de afrontamiento y actitudes que tiene la persona; es decir, los mecanismos internos y el soporte social que pueda tener. Nosotros tenemos una situación subjetiva; esto nos somete a adaptarnos, a enfrentar problemas y emociones nuevas y puede pasar que seamos más o menos resilientes o que tengamos más o menos soporte social, emocional o asistencial. Ahí van desde las reacciones por estrés agudo al estrés postraumático o lo que se llama estrés por adaptación. No nos adaptamos totalmente al momento y tenemos una adaptación ansiosa o con alteraciones conductuales. Está el otro extremo, en los casos más vulnerables, en los que se desencadenan patologías psiquiátricas previas. Depende de dónde cae la pandemia: si en una soledad extrema en un anciano con patologías previas o en un adolescente que tiene buen núcleo de amigos pero tiene ansiedad. No es lo mismo. Aquellos que tienen la posibilidad de afrontar las cosas no tienen que asustarse, pero sí hay que saber sobre las posibles consecuencias.
—¿Cuánto ha ayudado la línea telefónica para apoyo psicológico?
—Ha puesto esto en evidencia. Ha tenido muchísimos llamados, muchos más de lo que se esperaba. Parece ser que hay una demanda por la pandemia, pero podríamos pensar si no cabe preguntarse si no hay una demanda fuera de la pandemia de población vulnerable que necesita ser escuchada y que no llega a las policlínicas de psicología y psiquiatría. Y eso es algo muy importante para saberlo a nivel país.
—¿Cuántas llamadas se recibieron?
—Casi 4.000 en tres semanas. Son personas que tienen la necesidad de tener a alguien del otro lado, de un contacto empático que los oriente para saber cómo salir de la crisis. Y mucha gente no llamó; eso lo tenés que pensar. Hemos hablado mucho de que esto expone a situaciones de violencia dentro de casa. Sin duda, el confinamiento en lugares donde hay cierto hacinamiento es peor. El estresor depende de dónde cae y de cuáles son las redes. Es muy importante lo que desnudó esta crisis. Debemos hablar del tema y mirarlo como un objeto. No es lo mismo si eso queda adentro a que si se habla con alguien. Esto ha desnudado que hay una población vulnerable que necesita de la asistencia en salud mental mucho más de lo que pensábamos.
—Niños y adultos ahora expresan miedo por salir de sus casas. ¿Cómo podemos prepararnos psicológicamente para la “nueva normalidad”?
—En el extremo de eso está la agorafobia. El miedo a salir a la calle es muy importante y muy ostensible. No tenemos que olvidar que el enemigo es invisible. Y que, además, ha habido una gran cantidad de información, muchas veces encontrada, lo cual es un estresor más. Es difícil saber si uno está haciendo bien para cuidarse y cuidar a la gente que quiere, entonces ahí sumás una incertidumbre frente a un enemigo invisible y potencialmente letal. Eso se le hace difícil incluso a las personas que no tienen trastornos psiquiátricos; depende del contacto que tengan con el miedo. Algunos, incluso, pueden salir como si nada pasara, lo que podría ser una reacción contrafóbica. Los médicos decimos ahora que hay una circulación muy baja del virus. Eso es auspicioso del punto de vista de la realidad. Pero la realidad psíquica es otra cosa. La realidad psíquica está influida por la historia personal y el monto de las emociones. Hace dos semanas que se flexibilizó bastante. Durante esta semana deberíamos ver las consecuencias de esta apertura. Sería razonable que creciera un poquito, pero parecería ser que, por ahora, está controlado. Uno podría decir que este equilibrio nos permite dar un primer paso: salgo parcialmente y con medidas. Me permito la primera cosa menos riesgosa. Pero es muy difícil para muchos.
—Ante un posible aumento de demanda de atención, ¿cómo debe organizarse el sistema de salud?
—Una de las cosas que se han puesto sobre la mesa es que las instituciones en el mundo no estaban preparadas. La crisis desnudó las limitaciones de los sistemas establecidos. En nuestro país, me parece que tenemos un buen sistema, pero en la salud mental se han detectado fallas. No ha sido organizado como una estructura única. Nos planteamos si, además de la línea telefónica, no puede existir un sistema estructurado que reúna todas las iniciativas de base digital y que permita la asistencia remota y atender a una gran potencial demanda para clasificarla según el nivel de distrés: si alguien necesita alguien ahora para hablar, si puede esperar unos días o puede ser referido a buscar una psicoterapia o un asistente social. Ese sistema, en el mejor de los casos, no debería distinguir lo público de lo privado. Es lo que estamos aprendiendo.